En memoria de Xiomara Beatriz Barros

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Por Carlos Andrés Salas

El 28 de mayo de 2021 fue la despedida de una gran mujer, la señora Xiomara Beatriz Barros. Será una fecha que guardaré con especial nostalgia, como la de su último cumpleaños, el pasado 12 de mayo. Su partida fue inesperada para todos, pero especialmente para mi, siempre la vi muy fuerte, en ella nunca observé la fragilidad de una persona de su edad. La señora Xiomara, o tía, como quiso que la llamase, fue una mujer guerrera, muy sincera, de gran corazón, siempre atenta, amorosa, fuerte, y con una templanza, como pocos. La conocí hace más de 15 años, desde entonces, y sin tener un vínculo sanguíneo que nos uniera, el cariño reciproco siempre estuvo presente. Mi madre la quiso como una hermana más, fue su gran amiga.

Recuerdos de ella tengo por montón, pero hay un par de ellos que me marcan, y deseo que conozcan. Ella siempre fue una mujer bondadosa, estuvo pendiente de nosotros durante todo el tiempo que tuvimos la fortuna de conocerla. Una vez terminé mi carrera, comencé mi vida laboral y regresé a la ciudad de Santa Marta, quise extenderle una invitación, de agradecimiento, para agradecerle por ser ella, por ser como era. La invité junto con su prima y compañera en sus últimos días, Raquel. Fuimos a un restaurante, a unos de los mejores restaurantes de la ciudad, ella no merecía menos. Estando allí, no quise limitarme y fui lo más generoso del mundo, recuerdo mis palabras: “Tía, pida lo que se le antoje, no se preocupe”. Lo que hizo, al día de hoy me sigue sorprendiendo. Al parecer, y sin yo saberlo, había pactado con la señora Raquel para pedir un solo plato. Sí, solo pidió un plato para ambas. Pensé que eran de poco comer, pero después supe que no era así. Lo que quisieron, y sin necesidad realmente, fue que no gastara mucho en ellas, aunque no me hubiese importado gastar lo que tenía. Ese corazón pensaba en todo.

La última vez que la vi, llegó a descansar unos días en el Hotel Zuana, nos invitó a que la acompañáramos un día. Almorzamos, subimos al apartamento y discutimos un buen tiempo sobre política, sobre mi trabajo, sobre la labor que arranqué a desempeñar en la ciudad. Fue muy crítica, quería mostrarme un poco, de lo que consideraba ella, era la realidad política, eso sí, sin imponerme su criterio. Ella tenía una perspectiva única de ciudad, pero creo que nunca la exteriorizó de gran forma. Pero entre sus palabras, creo haberla descifrado y aspiro alguna vez, esta ciudad sea la mitad de lo que ella soñó. Ese día, lo que sería un simple almuerzo, se extendió por horas. Que buena conversadora fue mi tía, eso es innegable.

El covid llegó, paralizando el mundo, y no pude volver a verla por esa razón. Programó y canceló su viaje a Santa Marta en un par de oportunidades, siempre le dije: “tía, tenemos un almuerzo pendiente” y sí, quedó pendiente. Su último cumpleaños, ya con quebrantos de salud, quise llamarla, saludarla, darle todas mis felicitaciones, no contestó. Solo pude dejarle un mensaje en el Whatsapp, y alcancé a decirle: “la queremos mucho”. Fueron mis últimas palabras para ella, sin saberlo. Sus últimas palabras para mi, después de demostrar su felicidad por el mensaje, fue: “un abrazo grande, grande”. Un abrazo que no pudo ser.

Me quedé con muchas cosas por decirle, con docenas de invitaciones por hacerle, con más de una discusión política por tener, y con un gran cariño por ofrecerle. Mi madre la quiso demasiado, en tanto tiempo nunca la había visto sufrir tanto la partida de alguien. Se fue una gran mujer, excelente madre, una mujer trabajadora, emprendedora. La mejor tía de todas. La quise en vida, y ahora, con su partida, la recordaré por siempre, tía Xiomara.

 

carlos_salas_5@hotmail.com

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