Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza
La ciudad, nuestra ciudad, debe seguir siendo en nosotros una y la única posible. La que nos debe latir muy dentro cuando la recordemos, miremos, veamos, observemos y contemplemos. Con la que no debe haber diferencias en nuestros corazones. Guardan las ciudades en general la memoria emocional de lo que fuimos, así muchos de esos recuerdos lo hayamos borrado y no estemos ya muy seguros de quiénes éramos en esos entonces.
Ella, la ciudad, esa aglomeración importante, organizada para la vida colectiva y en la que una parte notable de la población vive de y con sus propias actividades; y, es también forma compacta de poblamiento, mayor que una villa, con una comunidad que desarrolla una forma de vida urbana; debe permanecer siempre en nosotros como una segunda piel, en la que procurar hacer en su seno realizaciones que la potencien y mantengan en contexto de progreso permanente como continuo; y, a su comunidad en ruta de constante bienestar e integral prosperidad, en lo que ayudará en mucho el sentimiento de pertenencia que debemos perfeccionar con decisión y definitivamente.
Ciudades como la nuestra, donde el pasado y el presente se entrelazan permanentemente, han debido merecer mejores destinos a lo largo de su devenir, pero desgraciadamente Santa Marta, aunque sigue mostrando un rostro dulce por sus inconmensurables bellezas naturales, lo muestra también amargo y arrugado ante la falta por siglos de una dirigencia que no le ha dado lo que bien y mejor merece. Así le han pasado tiempo y vidas, cuando en verdad hemos debido tener instantes perfectos de sostenido impulso, luz, comprensión y singulares desarrollo y crecimiento.
Cercana a sus 500 años de fundada, es tiempo de definirla mejor y decidirla superiormente, a efecto que facilite las vidas de los suyos, y la ayudemos a evolucionar con los tiempos para que nunca nos haga llorar por la desidia a la que nos han tenido acostumbrados; sino siempre sonreír por la ilusión, la certidumbre y la esperanza en ruta cierta hacia caminos de bonanza y modernidad en aras de un bien fundamentado urbanismo, tan necesario y en veces tiránico.
Hacer de Santa Marta no solo una ciudad que funcione para las personas cada día y para toda la sociedad, sino un modo de vida, un referente urbano de reconocido prestigio en planificación, una ciudad suave, amable para la gente, con un grande entorno a escala humana, inspiradora, más habitables, aplicada en su sentido común, con un buen tratamiento del espacio urbano como epicentro de la vida social y del sistema democrático; mirarla más en la afirmación que la democracia no es solo votar, sino también disfrutarla en todos sus espacios públicos como una infraestructura social, sentarse en un banco, hablar con la gente, pasear e interactuar con la comunidad.
Es Santa Marta una ciudad que pide ser trabajada e impulsada en grande y en mejor forma, desarrollada desde propios modelos, en los que comunidad y sociedad en su conjunto se impliquen en su transformación urbana con la administración, los políticos y los técnicos. Tenemos la obligación de hacerla entre todos, apropiarnos de ella. No desde el discurso excluyente que segrega, sino desde la comprensión por ser fruto de innumerables conexiones culturales, lo que impone forjar el respeto a ella y a quienes la habitan, algo que debe reflejarse en las grandes y pequeñas acciones del día a día. Ayudarnos, ser más cooperativos y solidarios, puesto que cada ayuda realizada mejorará el entorno y por ende nuestra actual situación; en lo que igualmente ayuda fundamentar una participación comunitaria activa, crear una cultura ciudadana que permita establecer escenarios de convivencia, sentirla y cuidarla como un bien propio, preocuparnos por el cuidado ambiental con responsabilidad social y comunitaria, en la seguridad que vamos a acercarnos más pronto que después a la urbe que mereceríamos. rubenceballos56
