Jugando a ser dioses, el pinchazo de la Agenda 2030

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Por Marcial Muñoz 

Lo En septiembre de 2015, los países miembros de Naciones Unidas, dieron una patada al tablero internacional y lanzaron al mundo una ambiciosa propuesta para desarrollar 17 Objetivos y 169 metas de Desarrollo Sostenible, los famosos ODS. Estos objetivos buscan un cambio de estilo de vida desde lo económico, cultural, social y ambiental. Los ODS son una lista de los deseos. Un giro en la política pública. Una visión de sociedad a la que, en teoría y en su fase más superficial, es difícil oponerse si leemos los 17 objetivos:

1. Fin de la Pobreza. 2.Hambre Cero. 3. Salud y Bienestar. 4.Educación y Calidad. 5. Igualdad de Género. 6. Agua Limpia y Saneamiento. 7. Energía asequible y no Contaminante. 8. Trabajo Decente y Crecimiento Económico. 9. Industria, innovación e infraestructura. 10. Reducción de las desigualdades. 11. Ciudades y comunidades sostenibles. 12. Producción y consumo responsable. 13. Acción por el clima. 14. Vida submarina. 15. Vida de ecosistemas terrestres. 16. Paz, justicia e instituciones sólidas y 17 y último: alianza para lograr los objetivos…

Hasta aquí todo bien. ¿Qué clase de monstruo podría estar en contra del fin de la pobreza o del hambre en el mundo? ¿Alguien en su sano juicio no quiere salud, bienestar o educación? ¿Igualdad entre hombres y mujeres? So good… No creo que nadie se oponga tampoco a ‘trabajos decentes’ a ‘reducción de desigualdades’ o a la ‘paz y justicia con instituciones fuertes’… Todo bastante obvio. Pero como en casi en todo lo que concierne a la geopolítica contemporánea, el diablo está en los detalles. Nuevamente, la clave no está en el QUÉ, sino en el CÓMO. En el QUÉ casi todos estaríamos de acuerdo.

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El qué y el cómo

El foco de la controversia está en el CÓMO, y el cómo es el costo que hay que pagar por intentar reducir algunos puntos los índices de estos problemas, y si realmente la estrategia vale de algo. Ahí es realmente donde el diablo aparece en cada esquina; y en donde Naciones Unidas, bien por estrategia malintencionada, bien por ingenuidad, está fracasando estrepitosamente. Y está fracasando porque la ciudadanía desconfía de sus líderes. Y las personas del común se están dando cuenta que los sacrificios que se les exige, están lejos de cubrir el costo-beneficio hacia un fin claro, difuso, e irrealizable en el tiempo que quieren. Muy bonito el titular, pero la verdad es que no concuerda con la realidad y el mensaje que nos venden.

Me pasa que todo lo que sucede en Naciones Unidas en Nueva York me resulta bastante opaco. Se toman decisiones a miles de kilómetros de nuestras casas, por políticos que sí, que en teoría nos representan, pero que nos ocultan lo esencial, que no son transparentes en muchos temas críticos que allí deciden, y que están muy alejados de la realidad de los barrios de sus países. Antes de aprobar un cambio tan extraordinario en la política local, la que nos afecta a todos, hubiera sido bastante honesto que nos hubieran consultado a los ciudadanos. Preguntarnos que buscan y como lo iban a hacer. Mostrar el costo que tenemos que pagar por todo esto… Pero claro, si hubieran hecho esto, posiblemente la mayoría de la gente les hubiera dicho que mejor no, que se busquen otra forma de jugar a ser dioses.

Políticas asentadas

Nos guste más o menos, ocho años después, los ODS forman parte de nuestras vidas, de nuestro lenguaje, con demasiada naturalidad. Una politica impuesta por actores internacionales, que nos condiciona desde lo que comemos, a lo que estudiamos, leemos, el cine, la TV que vemos, hasta como nos transportamos o las leyes que debemos cumplir en nuestros países. Y por supuesto, y no menos importante, los impuestos que nos obligan a pagar. Políticas fiscales expansivas que cada vez asfixian más y más a las economías familiares.

Nos empobrecen a costa de dar más poder al gestor, al dirigente que supuestamente va a acabar con todos los males del mundo de un plumazo de 15 años. Lacras que lo fueron durante miles de años de civilización. Lo lamento, pero es demasiado ingenuo pensar que nuestra clase dirigente (que no es especialmente la más brillante de la historia) será el dios que acabe con esto.

La ciudadanía desconfía cada vez más del CÓMO. De los ODS, cuanto más conocen los métodos de imposición de la agenda, más recelo genera. Agricultores, pescadores, ganaderos, sector turístico, industriales, textileros, por citar solo unos pocos sectores afectados. Cada vez son más las voces que se alzan en contra de la ensoñación de un grupo de burócratas, teóricos y académicos que en la mayoría de los casos nunca han levantado la persiana de una empresa, ni creado un sólo puesto de trabajo en el sector privado en sus vidas.

Lejos de la calle

Y así es muy difícil. Desde la moqueta de un bonito edificio en Bruselas o Nueva York, y con un excel, es muy fácil teorizar buen gobierno. Pero me gustaría que esos burócratas se vayan al campo de Sri Lanka, o al colombiano con los fertilizantes disparados; o que se sienten a ‘convencer’ a los agricultores holandeses, o a los camioneros canadienses que pusieron a Justin Trudeau contra las cuerdas. Que pisen más la calle para ver lo que siente el pueblo. Lo que opina del ‘CÓMO’ hay que lograr estos objetivos. ‘Sacar de la pobreza’ a costa de empobrecer a quien no lo era, mientras los que dictan las normas tienen cada vez más privilegios. Parece un juego de trileros.

La resolución de aquella histórica Asamblea de Naciones Unidas de 2015 concluía esto: “Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, a combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, (…) y a garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales”. Pues bien, ocho años después, a mitad de camino en el tiempo previsto, creo que el rodillo de la agenda 2030 está pinchando. El mundo está muy lejos de lograr los objetivos. Y hemos ido a peor en muchos de ellos. No pocos gobiernos ya le dan la espalda se frente a las políticas 2030. La gente mira con recelo a los mesías y se pregunta ¿Será que mi esfuerzo, mi empobrecimiento, sirve para que los más pobres dejen de serlo? O sólo vale para que la casta sea cada vez más rica… y más casta.

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