Nuestro icónico estadio “Eduardo Santos”

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Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza

Escuché alguna vez decir en un congreso deportivo internacional que, si el fútbol es una religión, los estadios son sus catedrales, además blasones de la imagen que dan las ciudades y en nuestro caso, referido al “Eduardo Santos”, parte importante de nuestro patrimonio futbolístico. Sin duda un símbolo, una representación iconográfica donde se ha recreado el acervo balompédico de la ciudad y gran parte de la identidad deportiva del país, al ser nuestro suelo la cuna del fútbol colombiano. Pero más allá de ese hecho histórico y el sinnúmero de futbolistas de primera condición que hemos aportado a este noble deporte nacional e internacionalmente, cuyas proezas balompédicas, celebraciones traducidas en convulsiones que los goles obligan próximas al fervor extremo, son sin duda retrato universal. 

Los estadios valen para identidades y el Eduardo Santos nos la refuerza al ser un estandarte válido de la ciudad, que sigue atrayendo en su entorno a decenas de miles de personas día tras día, más hoy que adornado está con la estatua erigida enhorabuena por el siempre inmenso Carlos Alberto Valderrama Palacio, no solo nuestro más insigne futbolista, sino del país, uno de los más reconocidos de América y del fútbol orbital, hecho cierto que nos llena y llenará en el tiempo de sano orgullo. 

Los estadios, se sostiene en los más elevados círculos deportivos y en organizaciones del ramo devenidas en poderosas entidades económicas, se instituyen los estadios como la arquitectura corporativa definitiva, mayormente considerado por ser la competencia el modo de vida del fútbol, donde se compite por fichajes, en la cancha, por contratar a las marcas más famosas para que les diseñen sus vestuarios y, por supuesto, compiten por tener, sino el mejor estadio, al menos uno lleno de historia como es el nuestro, a lo que no es  dable renunciar y menos tirarse por la borda debido al capricho de un desfasado gobernante de turno, que por su proceder no tiene ni idea de los que estos escenarios significan. 

No sabría qué tan difícil será entender, comprender, saber, lo que es necesario, y más para un mandatario, que los estadios de verdad y no los remedos de ellos, son en esencia simbólicos, porque son eso, un puro símbolo; y en el mundo de hoy, el mejor estadio es y será siempre el que mejor ejerza su función simbólica. Aquel cuya imagen representa de forma más precisa los tan cacareados como intangibles valores de la unidad territorial que lo ha construido y donde se levanta. 

Actualmente, tenemos que calarnos contra la voluntad de todos, un estadio que no cumple con las expectativas de una ciudad, que esperaba, dada la competición de la que era sede, un espacio deportivo más grande y además contenido de los más modernos adelantos para esta clase de escenarios. Pero no. El Sierra Nevada de Santa Marta, excedido en costos que no se ven ni justificados están. No ha funcionado. No ha servido como punto de encuentro deportivo. Es negativo para el equipo que no se siente apoyado, en lo que concurren factores y razones múltiples, tales como la inasistencia de la gente por su lejanía y ausencia de rutas, la inseguridad que se percibe, la falta de adecuadas vías de acceso y salida que generan toda suerte de embotellamientos, la escasa o ninguna logística en los momentos de competición y un largo etcétera de inconvenientes, que claman y reclaman que la ciudadanía samaria, como una sola voz, se caracterice, pronuncie y firme la petición que impulse la remodelación y adecuación del “Eduardo Santos”, en el que se han librados grandes gestas deportivas en lo futbolístico, entre ellas la única gloriosa estrella que ilumina la divisa y escudo rojiazul del Unión Magdalena, alcanzada en un memorable partido de fútbol un diciembre de 1968, que regaló a la ciudad el día tal vez más feliz de su historia. rubenceballos56@gmail.com tw: @CeballosRuben56–Ing: @rubenceballos2021  *Jurista

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