“Petrosky”

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Por Jaime Polanco

En las últimas semanas, varios personajillos me comentan que les han dicho que “soy petrosky”. El tono de la insinuación es como de asombro, incluso de burla y descalificación, luego viene una risa y una pausa. Los interlocutores me miran con la expectativa de una explicación, un argumento, o una excusa por ese ‘malentendido’. Así estamos, una y otra vez en la superficialidad que gana terreno en el debate entre los empresarios sobre las necesidades del país.

Sin ánimo de echar culpas, sí creo necesario reflexionar en este punto. Estamos ante el riesgo de profundizar en la bobada y no ver o comprender lo interesante que puede resultar para la sociedad colombiana este momento.

Qué bobos son los que piensan que querer un cambio que mejore la calidad de vida de la ciudadanía es ser de un partido u otro.

Qué incultos los que piensan que el país mejorará tal cual está, sin la anhelada paz que devolverá la confianza a los inversores y traerá la mejor sonrisa a los que quieren ver mejoras en la calidad de sus empresas, en sus balances y en los de sus proveedores.

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Qué impresentables aquellos que como el chiste ¿Qué prefieres, susto o muerte?, eligieron muerte con la irresponsabilidad que implicaba poner a un desconcertante personaje, solamente por ir en contra de Petro. Llevamos un mes y medio de la nueva administración en Colombia y todo el país quiere sacar conclusiones haciéndose la misma pregunta: ¿Y Petro qué?

La pregunta tiene un sentido dependiendo quién la haga. Si ha estado cerca de la coalición de gobierno se hace para reafirmar que no se han equivocado en una elección tan riesgosa; y si son de los que hubieran querido estar, pero no estuvieron, la hacen para constatar que están a salvo del naufragio. Y si son de la oposición, desde luego, es para reafirmar el desastre apocalíptico que presagiaban sus ‘gurús’ mediáticos.

¡Todo un despropósito!

Claro, después de tantos años de diferentes gobiernos de derechas haciendo lo mismo, y conducidos por los mismos, este nuevo paradigma de la izquierda en el poder levanta ronchas entre los que añoran los tics de siempre.

Contestar a la pregunta del millón sobre las intenciones del nuevo gobierno no es tarea fácil, pero con un poco de esfuerzo, se pueden comprender los ejes del cambio que propone un más que cualificado Jefe del Estado.

El cambio, así sea de Perogrullo, es para que las cosas cambien. Así les duela a los inmovilistas que cohabitan en los atávicos clubes en su permanente debate sobre el devenir del país.

Cambien la manera de hacer y entender la política desde la administración del Estado. Cambien los protagonistas que las hacen posibles tanto en el gobierno cómo en el Congreso de la República. Cambien las reglas del juego para no se beneficien los de siempre, y sí a la mayoría de ciudadanos.

Cambiando el concepto de riqueza visto desde la izquierda está la tan manoseada la expresión “quitar el dinero a los ricos para repartirlo entre los pobres”. Pero probablemente lo más correcto será distribuir la riqueza del Estado entre los más necesitados, buscando reducir las brechas sociales y esperando una mayor colaboración de la sociedad, (no sólo de los supuestos ricos) para intentar mejorar la vida de un porcentaje demasiado alto de ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza buscando fórmulas efectivas que reduzcan el tamaño del Estado y que bajen los índices de corrupción para que se avance en el desarrollo buscado.

Es intolerable que levantando los tapetes del gobierno anterior se descubra semejante nivel de favoritismos y repartos de contratos que ayudan a esquilmar el patrimonio de la nación.

La clave de la pacificación

El país tiene la obligación de cambiar y reducir la corrupción de bolsillo. Esa que le gusta a todos. Esa que parece inofensiva porque es de pequeñas cantidades y exonera de culpa a quienes la practican incluidos muchos funcionarios del Estado. Mal de muchos no es consuelo de tontos. El cambio hay que hacerlo en las escuelas y en los centros de formación, para asegurarse que las nuevas generaciones no sientan que haciendo trampa se progresa en la vida.

Por supuesto, los mayores esfuerzos hay que hacerlos tratando de llegar a un acuerdo de cese de la violencia en el país. Nada va a cambiar si los grupos armados y las bandas criminales campan por sus territorios ante la nula respuesta del Estado, salvo para condenar en redes sociales las diferentes matanzas que vivimos a diario.

Hay que pasar al diálogo comprometido y abandonar la creencia de que todo se irá a solucionar con el paso del tiempo. Un nuevo marco jurídico es necesario para albergar a aquellos que realmente quieran volver a la ciudadanía responsable, y penas que condenen a los que mientan sobre sus crímenes o sus propiedades reales.

Los que ganaron tienen todo el derecho a gobernar con sus argumentos y su programa de gobierno. La oposición deberá estar pendiente para denunciar los atropellos o la falta de diligencia política. Los medios de comunicación estarán más atentos a crear entornos de debate, que promuevan un mejor entendimiento para las mejoras que la sociedad necesita.

Y los ciudadanos de a pie como yo, emprendedores e inversores, con muchos años haciendo país, colaboraremos aportando algunas ideas que puedan ser aprovechadas en aras a un cambio, que mejore la convivencia entre la ciudadanía y las instituciones públicas o privadas.

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