El feudocapitalismo colombiano

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Por Jorge Enrique Robledo

Estaba en el colegio cuando en una conversación dije que este era un país subdesarrollado, ante lo que un funcionario de una misión europea me dijo: “no, este es un país en vía de desarrollo, que es muy distinto. Hay que tener paciencia”. Luego, ya en la universidad, durante el movimiento estudiantil de 1971, a fondo se debatió si nos estábamos desarrollando o si estábamos presos del subdesarrollo, si Colombia era un país capitalista –en términos semejantes a los de Estados Unidos y Europa– o padecía por un capitalismo muy atrasado, de muy baja productividad del trabajo y muy escaso progreso científico técnico.

En 1990, por exigencia del Banco Mundial y con la carnada de desarrollarnos, Virgilio Barco decidió la apertura de la economía que aplicaron César Gaviria y los siguientes gobiernos hasta llegar a los TLC. Es obvio que estos cambios, montados tras la falacia del “bienvenidos al futuro” gavirista, reconocieron que habían fracasado décadas de políticas supuestamente destinadas a desarrollar a Colombia en términos de las economías de mercado, aunque hubo avances de cierta importancia con la llamada política de “sustitución de importaciones”.

Entre tanto, Corea y China, con regímenes políticos diferentes entre ellas –y que eran más atrasadas y pobres que Colombia en 1950–, saltaron de sus mundos feudales al de la industrialización de todos sus trabajos y al de la ciencia y las tecnologías complejas, abriéndoles un futuro tan promisorio que nadie lo pone en duda. Ese cambio, simplemente, consistió en tomar la decisión política de recorrer el camino de los países exitosos.

Y en Colombia, tres décadas después de aplicar a rajatabla el recetario neoliberal, cada vez estamos más lejos de parecernos a los países capitalistas desarrollados, como nos lo recordaron las protestas de 2019 y 2021, causadas por un subdesarrollo que ni siquiera suficiente trabajo genera, el requisito mínimo de todo progreso, así también haya excepciones que pueden catalogarse como relaciones modernas que hay que defender.

Son incontables las pruebas que confirman que no hay un solo capitalismo en el mundo, sino que hay, por lo menos, dos. El de los países con productos por habitante por encima de 30 mil dólares, avanzados desarrollos científicos y tecnológicos, industriales y agropecuarios, y altos salarios y bajas tasas de desempleo e informalidad. Y el de países como Colombia, tan lejos del mundo desarrollado que se necesitan palabras diferentes para definirse.

Hasta que en estos días el médico Álvaro Portilla me dijo: “esto en realidad se llama feudocapitalismo”, palabra que me hacía falta desde hace décadas porque reconoce que estamos en una economía de mercado pero sin la falaz pretensión de definirnos igual que los países que nos llevan ventajas enormes, ventajas que además aumentan cada día.

La experiencia entonces demostró que no éramos un país en “vía de desarrollo”, sino preso del subdesarrollo. Porque que no se han tomado las decisiones sin las cuales no puede iniciarse el proceso de progresar en serio. Una imagen ilustra la situación. Si se sigue el modelo económico actual, Colombia nunca se convertirá en un país desarrollado, de la misma manera que los gatos primero se mueren que volverse tigres, dado que sus ADN son diferentes, aunque tengan semejanzas.

Colombia necesita entonces un cambio en el ADN del modelo económico, social y político que padecemos, a partir de un acuerdo de gana-gana entre asalariados, informales, campesinos, indígenas, clases medias y empresarios, acuerdo que promueva de verdad el desarrollo de la economía de mercado, como un proyecto de mediano y largo plazo.

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