Un viaje en el Tiempo

230 0

Por Rafael Gómez LLinas

Radha al ver a lo lejos en el fondo de la bóveda celeste al hermoso planeta azul, tuvo la certeza que lo que le faltaba por vivir serían los mejores  momentos de su existencia. Su noble corazón latía con fuerza. El canto de un ave mañanera que pasó rasante por encima de su cabeza, la sacó de sus pensamientos y como indicándole algo, realizó un arco de vuelo en una elíptica limpia y ascendente.

Se perdió en la luminosidad de lo alto del cielo, detrás de la gigantesca  esfinge de piedra basáltica que sobresalía al fondo del espacio de una enorme plaza, apuntando directo hacia el bello planeta azul que brillaba en el trasfondo de ese cielo amplio y despejado. Ese planeta, despuntaba en el horizonte Marciano todas las mañanas, y de manera enigmática era llamado por ellos: Seinekun, el planeta del agua.

Esa, la del ave mañanera, fue para ella la última señal, con la que no le quedó  ninguna duda. Tal pareciera que con la dirección y rumbo de su vuelo le indicara un camino. Le trazara una ruta del destino. Ya antes se había dado otra indicación, una especie de sincro destino muy fuerte, por una demora inexplicable en la identificación de las letras del código de su A.D.N. necesaria para ser otra vez desmaterializada en el fluido de energía, que la transportaría hasta su Domo-Hábitat en la comuna de Arumuke.

Mientras esperaba impaciente a que ajustaran y revivieran con impulsos de rayos laser de baja intensidad, el ya desgastado por el uso, nano mecanismo del identificador, distraída dio una vuelta sobre si misma y vio de repente a la  enorme imagen holográfica de una bella mujer. Por el amplio ventanal que separaba el museo espacial, de la terminal de las cabinas de desmaterialización subatómica, y los carriles y bandas de luz por donde se deslizaban a altísimas velocidades las burbujas de transporte, claramente se la podía ver. La miró detenidamente y pudo observar todos sus detalles.

Había estado infinidad de veces en ese sitio y nunca había prestado atención a esas muestras  del espacio  exterior y menos  a esa gigantesca imagen.  Solo que esta vez, hacia apenas un par de horas, en el domo del “Poli gobierno”, en un singular y muy extraño encuentro con su comandante, éste le había hablado  particularmente de esa imagen fotográfica. Tal vez por eso esta vez la reparó con mucho detenimiento.

La cara del holograma fotográfico le resultaba muy familiar y al mirarla con detalle como esta vez lo hizo, sintió la fuerte sensación de que ya todo esto le había sucedido antes. Sintió lo que llaman, un fuerte deja vu: La fuerte sensación de haber vivido con anterioridad y lucidez un cúmulo de sucesos que luego por mucho esfuerzo que hizo no recordó, porque su mente fue invadida de repente por el toque de una aparente distracción, que los hizo   perder para siempre en el olvido.  Después de eso, sin saber porqué, solo tuvo la inquietante certeza de que algo en ella, había cambiado para siempre.

La imagen en la gigantesca foto holográfica era la de una bella mujer. De cabellos rubios al desgaire, inmensos ojos azules, una mirada inteligente y soñadora, bañada con un ligero un toque de nostalgia. Su vestido era negro. Su mirada estaba como dirigida hacia la enorme plaza viva y multicolor que se divisaba a lo lejos y parecía estar observando con su mirada en alto al infinito celeste, por encima de la colosal estatua de granito color negro basalto que emergía monolítica y  pétrea, en su costado izquierdo.

Esta gigantesca esfinge era llamada el “Hombre Atlante”, y se suponía, era parte de una ruina arqueológica encontrada a mil ochocientos metros de profundidad en una enorme caverna debajo y protegida por una inmensa cuña de agua subterránea que según las pruebas de carbono, y los cálculos geológicos hechos, provenía de una extraña civilización con cientos de millones de años de antigüedad. No había rastros conocidos que condujeran a su verdadero origen ya que las culturas y pueblos conocidos, los primeros pobladores del planeta, solo tenían algunas decenas de miles de años de  existencia.

Su origen y la  historia que le rodeaban eran todo un misterio. Pero  estaba allí, resistiendo el peso de millones de años, y tal vez, de gran parte de la historia del mismo universo, como testigo mudo de los avatares de cientos o quizás de miles de civilizaciones.

Le fue puesto ese nombre por los restos de un petroglifo que fue hallado incrustado en su base, junto con un enorme baúl hecho de un metal aun desconocido, en el que encontraron todavía muy ordenados, un conjunto de unos muy raros instrumentos; unos abundantes fajos de escritos en su gran mayoría indescifrables; un alijo de lo que debieron ser unos libros muy antiguos todavía en parte inexplicablemente conservados que ostentaban unos títulos muy curiosos, en los que se describían unos extraños y extensos postulados, conjuros y rituales, y lo que podrían ser algunas precisas formulas alquímicas para componer un sin numero de elaboradas pócimas y brebajes.

También una gran cantidad de polvos y ungüentos ya fosilizados, surtidos en una variedad de pomos y envases de cristal, al lado de unos extraños objetos que no encajaban con nada conocido; unos curiosos instrumentos probablemente de experimentación científica y algunos arreos, mandiles, espadas y otros elementos tal vez de orden ceremonial.

Uno de los pedazos del petroglifo tenía una enigmática inscripción: Era el fragmento de un mensaje que hablaba en el idioma común de los más remotos  ancestros, parecido a la lengua Sumeria llamado por ellos Lémur, de una civilización extra marciana extraordinariamente avanzada, proveniente tal vez de un remoto planeta sumergido por un cataclismo o una gran inundación. La supuesta raza desaparecida en ese desastre fue llamada por los gobernantes de Marte: Los Atlantes

Y sus orígenes, sus verdaderos orígenes, decían ellos especulando, quizás se  remontaban  hacia  las  profundas  latitudes  galácticas  de las Pléyades, o  quizás, más alla de los limites de la elegante y enigmática nebulosa de Magallanes, o  tal vez hacia algún otro punto ignoto del súper cumulo de Virgo al borde del fondo insondable y oscuro de Laniakea, o quizás hacia alguna constelación situada en dimensiones vibraciónales distintas. O tal vez, su origen se remitía sin ir muy lejos a algún planeta cercano, o en una posibilidad más simple, provenía de allí mismo. No lo sabían. La inscripción, como el comienzo de una especie de encíclica,  y  sus  tres primeras y  únicas  frases  intactas decían escritas algo así como:

‘’Sobre las ruinas de unas viejas terrazas, un anciano Mamo Tayrona profetizaba sobre el cúmulo de acontecimientos que habría de sucederles a las gentes de estas tierras, el día en que aparecieran en el horizonte rojo fuego de la bahía, unas Naos con las velas desplegadas más grandes que las casas ceremoniales.

“Habló de hombres nuevos, metálicos,  montados sobre bestias nunca vistas, con varas  que retumbaban más altas  que el trueno y con hojas brillantes como el sol que cortaban de un tajo,  el pensamiento, la carne y  las ideas”.

 “Habló y profetizó, sobre una raza de hombres que construirían sus casas como encaramadas sobre las copas de los árboles,  que olvidarían  el arrullo mañanero de las aves, el significado del susurro del viento y por último sin siquiera haberlos aprendido, los cuatro nombres precisos del atardecer”…

Y hasta ahí llegaba ese mensaje. Eran sus únicas frases completas. El resto en casi todas sus partes había desaparecido, como casi todo el  petroglifo con  su  destrucción en un colosal cataclismo de  la  civilización de  la  que hablaba. ¿Que o quien era un Mamo Tayrona? ¿Qué significado tenia todo eso?. No lo sabían, y además de esas frases completas y con algún sentido no del todo entendido todavía por ellos, solamente se conservaba otro pedazo muy pequeño, muy separado del primero al que esa gigantesca estatua debía su nombre. En este se alcanzaban a  leer  solo una especie de nueve palabras de una enigmática e inexplicable frase entrecortada: Atlántida, la gran tierra rodeada  …  …   poblada por  … …   descendientes de  …

Radha solo esta vez se percató que la enorme foto holográfica hacia parte de una muestra de un conjunto de cosas y objetos rescatados por exploradores espaciales de varios planetas, expuesta desde hacía mucho tiempo en el museo del espacio que quedaba justo enfrente de la terminal de transporte cuántico. De hecho esa enorme foto había sido tomada hacia casi dos siglos por un potente telescopio de penetración espacio-temporal, un “Óculus del tiempo”, que según decían los informes científicos oficiales, la enfoco desde aquí, hacia algún otro muy lejano tiempo y lugar en el planeta Seinekun.

Miró con más detenimiento, y desde donde estaba, pudo otra vez ver claramente la enigmática imagen holográfica de esa mujer, y leer las extrañas frases escritas en su pie, en un idioma desconocido y de caracteres muy raros, fotografiada  también  por el mismo “Óculus del Tiempo”..

Era evidente que por alguna interferencia en el enfoque algunos caracteres no se distinguían. Recordó por un instante, lo que le había escuchado de algunos científicos y entendidos: “Que por mucho que se esforzaron, nunca habían podido saber del todo que querían decir esas palabras”. Tal vez era el nombre o dirección de alguna región de “Seinekun”, una advertencia, o el nombre de una planta o de una hermosa flor. Nadie lo sabía. De las cosas en las que poco habían avanzado en ese planeta era en las palabras escritas. Solo manejaban algunos símbolos y caracteres.

Todo eso se debía a que no las necesitaban porque habían desarrollado el inmenso poder de la palabra. El poder del sonido. Creaban con él.  En millones de años de evolución física y un alto nivel de conciencia, habían desarrollado el sentido de la clarividencia al usar al máximo y ya de manera vegetativa la glándula Pineal, con la ayuda de una gran inteligencia emocional dada por el uso al mismo tiempo de ambos hemisferios cerebrales.

El lenguaje en el que los habitantes de Marte se entendían, carecía de palabras escritas como tal. Eran símbolos o ideogramas que significaban conceptos enteros y complejos, expresados con una pronunciación precisa y  gutural, que pasaban por el tamiz de interpretación del cerebro directas a la  consciencia. Lo más parecido a ellos en Seinekun, curiosamente podrían haber sido los sonidos y fonemas de un dialecto perdido en el hilo del tiempo: La  misteriosa y milenaria lengua Vintukua de la cultura IKA. Pero ellos, por su desconexión con el hilo de su propia historia, no lo sabían.

Radha por un momento sin pensamientos, como desconectada, se quedó mirando la enorme foto, y un instante después de observarla, únicamente caviló desprevenida y sin recuerdos cercanos que la inquietaran, sobre lo que  podría estar pensando y hacia donde estaba dirigida la  enigmática mirada de la bella mujer de Seinekun, (el  planeta del agua)  en el momento en que le había sido tomada esa foto, y  sobre el significado del letrero a su lado.

La empleada de la terminal de desmaterialización la convidó con voz impersonal y amable a seguir a la cabina de tele transporte cuántico, y ahí en ese momento, al oír esa invitación, tomó la que quizás sería la decisión más importante de toda su vida: La que la haría ser recordada con gratitud por muchas civilizaciones del cosmos, y hasta la finalización de todos los tiempos, como uno, luego como dos seres distintos, y que después siendo varios, muchos,  salvarían  gran parte de la inteligencia universal..

Una inteligencia heredada por los primeros humanos de aquellos inesperados visitantes estelares, mucho antes de la quinta extinción de las especies y que después, la esparcieran por todos los rincones de Seinekun, la Tierra, como la estela genética de ese mismo precioso legado de sabiduría.

Una inteligencia que en alguna de las tantas vueltas de “Las Ruedas del Tiempo”, en cumplimiento de su designio primigenio de una diáspora perenne, iría de vuelta a Marte, se esparciría a todo lo largo y ancho del cosmos como quiera que fuese la evolución, forma o como se llamasen sus depositarios, y permanecería con él hasta las eternidades de su existencia, porque esa, su impronta de autoreferencia, de aquella bella verdad incuestionable que dice: “YO SOY UNO CONTIGO, EN LA UNICIDAD DE LA CONSCIENCIA”, hacia parte, o más bien es la mismísima consciencia del Universo.

Sharamatuna, a  los primeros 234 días, del año del principio del final.

 

Related Post

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!