Un 29 de julio, el desembarco, el encuentro…

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Por Rafael Gómez Llinas

Un anciano mamo Tayrona, en una noche de plenilunio y palabreada en la Kankurua de Makuoro, relataría y depositaría con una intención, un pensamiento en el mar de la galaxia, para alertar a quien a bien lo recibiera, del desembarco y del encuentro al que estaría signado en una de las líneas del tiempo, el destino de toda esta tierra.

Ese pensamiento, puesto en Aluna, traspasaría las fronteras del tiempo, de todos los tiempos, y finalmente seria percibido dentro de un inmenso arco espacio temporal, en muchas esferas planetarias, regiones ignotas, fronteras escondidas, y entre muchos otros, providencialmente por un escribano y amanuense Sevillano de la corona española del siglo XVI, en los que en unos sueños reiterados, viera  la imagen de ese mismo anciano Mamo, cuando le dijera con toda claridad, que la tripulación que había sido escogida por el almirantazgo español para esa expedición, no debía por ningún motivo llegar a desembarcar en las costas de Sharamatuna, porque si así fuese, esta sería relegada a los rincones de la destrucción y el olvido.

El despierto escribano, al percatarse de la fatalidad de ese destino, en una decisión arriesgada, cambiaría las listas de las tripulaciones dispuestas por la corona Española para esa expedición de conquista y fundación de una villa, la que posteriormente seria llamada, en ese destino, Santa Marta.

Y para evitar el castigo de la corona al que se expondría si fuese descubierto, el mismo se incluiría en esa lista y partiría en la nao “Ariadna” con esa tripulación cambiada, conformada por herejes, poetas, científicos, filósofos, libre pensadores, artistas y eruditos, en un surco temporal desviado del destino de aquel que estaría dispuesto para fundar a Santa Marta.

Y  que después de una arriesgada travesía por el océano, de haber mantenido la esperanza de encontrar un mundo nuevo, parecieran no haber ido a ninguna parte. Misteriosamente  creerían haber llegado al mismo sitio de su partida y como si además, en su ausencia,  una  devastadora fuerza  ciclónica hubiese acabado con todo, y la espesura, hubiese avanzado muchos siglos en esos pocos meses, enmarañando los restos inertes de la ciudad viva de la que  hacia  no mucho tiempo habían zarpado.

Al desembarcar, habiendo atravesando una apretada multitud, irían observando las ruinas de una ciudad muy antigua,  cuyas piedras olvidadas les apretaba el corazón, en el escondite de los recuerdos. Poco a poco comenzarían a recordar a la vieja villa desde donde habían partido hacia tiempos indefinidos y que, ahora, se les presentaba como unas ruinas antiquísimas.

Y  en ese  ‘’primer encuentro’’ entre la dos civilizaciones  que se diera en uno de los limites marinos de esa Sierra Nevada, en un ancón tranquilo y  protegido  por un brazo de cerro, que se  hundía en  el mar  en uno de los extremos de la bahía de la que seria posteriormente Santa Marta, la más antigua población de las existentes, fundada por los castellanos, se vería y se confrontarían en una misma visión para reconocerse, pero observada desde dos puntos distintos de referencia: La visión de la civilización indígena contada por un Mamo Tayrona, y la de la civilización eurocéntrica contada por Alfred D’Saint Chezcott, el erudito capitán de Ariadna una de las naves invasoras, y se irían así, poco a poco, como en un juego de espejos paralelos, confrontando esas dos visiones del mundo.

Ese encuentro y su relato transcurriría en menos de nueve fracciones de segundos de los actuales registros cronológicos, pero en realidad versaría sobre todo el proceso de formación de las dos culturas, y se daría, tal vez, en el atardecer del día del desembarco de los invasores castellanos en la bahía de la que seria Santa Marta, en uno de los primeros encuentros con registro histórico probablemente ocurrido un 29 de julio de uno de los primeros veintisiete años del siglo XVI, cuando se desarrollara el proceso de ‘’descubrimiento’’ y conquista.

Solo que para ese encuentro se aplicaría por su disposición en Aluna, una de las técnicas de conocimiento de los principios de la cosmovisión indígena: la contracción espacio–tiempo en un solo punto que constituye el centro del universo, donde no existen las dimensiones registradas por la ciencia occidental.

Y en ese otro desembarco distinto al inicial planeado por la corona y su otra visión paralela, los vigías de la nave de exiliados guerreros, de herejes, de científicos, de poetas, de soñadores, de artistas de la época y desocupados, que huyeran con Chezcott de la devastación de su tierra, esos últimos supervivientes de una civilización global que cubriría y destruiría el planeta entero, asombrados escrutarían desde la mar oceana, la noche de la montaña sagrada que a su arribo, se poblaría de miles de luces que fueron recorriendo en uno y otro sentido la extraordinaria geografía del macizo montañoso, y maravillados la registrarían en sus posteriores crónicas  como ‘’La Montaña de Luces’’.

Ella les recordaría una antigua leyenda de una de las culturas destruidas por esa civilización, antes del cataclismo planetario: La de los ‘Guardianes de la Montaña Sagrada, el legado de los custodios del Corazón del Mundo…

Y en el relato de ese otro desembarco, el anciano Mamo iría narrando la zaga de los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta, mientras registraba, en las reflexiones del capitán de la nave que comandaba la expedición, el erudito capitán Alfred D´Saint Chezcott, los avances y desventuras de la civilización global hasta la ocurrencia de un cataclismo universal.

Utilizaría en su relato, la extrapolación de los cálculos de la ciencia Eurocéntrica sobre la crisis climática, ambiental, y las predicciones de los Mamos, y  desde allí, en ese espacio del originario espacio- tiempo, cuando el pasado se confunde con aquello que ha de venir, y todo transcurre simultáneamente, la narración seguiría versando, como en un juego de espejos, sobre los valores de la cultura, la tradición y las angustias de ambas civilizaciones.

Y aunque Santa Marta seria finalmente fundada por el adelantado Don Rodrigo de Bastidas, y ese otro viaje y desembarco solo fuese un pensamiento puesto en Aluna por aquel anciano Mamo y visto en sueños por muchos, serviría sin duda alguna, para que siempre todos los que lo percibiesen, arribasen a las costas de un armonioso estado interior que permitiera ver esa otra realidad de Sharamatuna.

Y así, si en este 29 de julio que acaba de pasar, como en todos los anteriores y en algunos días siguientes, antes de que la resonancia de ese otro ciclo de ese desembarco se disolviere en el recuerdo, y solo porque tal vez ese sería el verdadero propósito de los sueños con el anciano Mamo en los que pidiera el cambio de esa tripulación, cuando mirásemos hacia el interior del horizonte poniente de la bahía de Santa Marta, seguramente avistaríamos muy por encima de este y como si vinieran volando, al desfile y el despliegue fantasmal de las velas infladas a todo viento, de aquella extraña flotilla de bergantines, carabelas y  galeones comandada por Ariadna y su tripulación cambiada, que unas detrás de otras, más pareciesen adornos sobre la bruma en el fondo de la bahía, en la que tal vez, solo tal vez, arribáramos nosotros mismos a bordo de esa flotilla de galeones, en una inacabable renovación de un nuevo ciclo de la fundación de Sharamatuna, en el que tendríamos otra vez y siempre, la oportunidad de “ver” los rincones olvidados y los recorridos de sus plazas, calles y callejones; las casonas y el colorido de su centro histórico; la belleza única en el mundo de sus ensenadas y bahías; los limites inacabados de la ciénaga grande; de caminar por los senderos milenarios de la formidable y misteriosa Sierra Nevada, el Corazón del Mundo, con su exuberante vegetación, sus ríos cristalinos y cascadas; de conocer la historia no contada de los Hermanos Mayores, y de saborear la bonhomía de todas sus gentes.

Para preservarla. Solo asi..

 

Sharamatuna, A los primeros 185 días, del año del principio del final.

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