Sharamatuna, ¿un estado interior?

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Por Rafael Gómez LLinas

¿Qué es Sharamatuna?… ¿es un lugar?. Y si lo es, ¿en dónde quedaría?. Se preguntan intrigados algunos.

Por allá en tiempos lejanos, brumosos, olvidados. Desterrados casi totalmente de la memoria. Sucedidos en una región encantada, única, desconocida. Ubicada tal vez, en latitudes difíciles de encontrar. Descritas solamente en las ocultas cartas de navegación que guiaron en esta vida, y a lo mejor en muchas otras, a unos noveles Argonautas de la búsqueda del conocimiento, comenzaría, o mejor en esos brumosos tiempos volvería a comenzar, para todos ellos, el increíble viaje para el que estarían predestinados desde siempre, los guardianes, los hijos de esta tierra bendita.

¡Sin comenzar! Porque las causas y sus ulteriores designios, ya se encontrarían escritos desde siempre en mapas de rutas secretas, que  describían los códigos atemporales, eternos, que marcarían  el rumbo  del destino cierto de éste, un Universo posible….

De todo esto, hace mucho, muchísimo tiempo, y esa región encantada, única y desconocida donde todo esto sucediera, era Sharamatuna.

Su tejido urbano, para que todo esto fuese posible, era sin duda alguna, un inmenso e increíble palimpsesto. Era como la presencia una sobre otra, de dos o tal vez de varias realidades ingeniosamente superpuestas o entrelazadas. O como muchas historias, escritas unas encima de las otras, pero sin perder ninguna de ellas su propia esencia y manifestación.

Claramente, era una síntesis urbana, social, física y sobre todo espiritual, lograda en varios planos dimensionales,  por la gracia de un noble acuerdo en el que se ensamblaron pensamientos distantes y antagónicos, cuando se diera el encuentro armónico de dos mundos muy, pero muy distintos: El mundo de los quereres y designios de la comunidad ancestral de los Hermanos Mayores guardianes de las tierras del Corazón del Mundo, con el de los respetuosos, pacíficos, únicos e irrepetibles navegantes a bordo de la Nao Ariadna, comandada por el gran Capitán Alfred D’Saint Chezcott, quienes en muy extrañas circunstancias y desprovistos de toda ambición, llegarían en esa otra realidad, a esas otras latitudes del tiempo, por allá, ¿tal vez?, en los albores del siglo XVI.

El resultado de todo eso, fue un tejido finamente logrado en todos los niveles espirituales y físicos posibles. Provisto de una trama y una urdimbre pulsante y viva. Distinta a cualquiera conocida, y que además de única e irrepetible, un claro ejemplo de convivencia, tolerancia, y una muestra de la vida concebida como arte. Como un tapiz de muchísimos colores, un “Mapa Trenzado” de la realidad, o como la visión de un enorme caleidoscopio percibido en muchas dimensiones, al que lastimosamente cuando se le mueve y además se le niega la luz, consumido en la nada y no repetido igual, nunca jamás.

Así era Sharamatuna. Y solo aparecería si no se le moviese el encaje con su  realidad, ni se le negase la luz…  La luz de la consciencia. ¡La luz de nuestro propio mundo interior!.

Porque, desafortunadamente, quienes estuviésemos por fuera del hilo de su historia, de su enfoque, quedaríamos atrapados en una extraña y errónea coordenada espacio temporal, por la poca altura de nuestra consciencia y nuestros apegos de seres egoístas, llenos de miedos, faltos de amor y de imaginación, y lo que a duras penas percibiríamos de toda esa región del Corazón del Mundo, de la montaña sagrada, de la vieja ciudad, de su centro histórico, de su gente, el vasto océano y la isla continente, serían apenas unos atisbos muy débiles de lo que serían en realidad.

Como pinceladas regadas aquí y allá que destellarían por momentos en esferas poco elevadas de la imaginación, y con un rumbo seguido a partir de una coyuntura disonante del espacio y el tiempo, que la conduciría a un destino erróneo y muy distante de la que debería ser cierta. Que la transportaría a una fallida realidad Incubada en nombre de la espada y la cruz   y la amarraría a ese destino, por la mezquindad de los invasores de este nuevo mundo, y la de todos sus herederos, desde aquel aciago día en el que “aparecieran en el horizonte de la bahía unas Naos con las velas desplegadas, más grande que las casas ceremoniales, de las que desembarcaran hombres desconocidos, metálicos, montados sobre bestias nunca vistas”…

Fue así, entonces, como todo un ilusorio y contradictorio mundo fuese creado,  por un paso dado en falso en la escalera de la historia de toda esta región,  que desentrañaría por error, una realidad que no debió ser, porque la verdadera, la de Sharamatuna, era realmente una historia muy, pero muy distinta.

O sea, que los que nos quedásemos por fuera de ese intersticio espacio temporal, tal vez apenas con un poco de suerte, solo conoceríamos una pequeña parte de esta. O ninguna. Pero que si en vez, prestásemos mucha, mucha atención, de pronto podríamos, como ráfagas, percibir en nuestra realidad, la que “no es cierta”, pasajes enteros de esa otra. La verdadera, la realidad de Sharamatuna.

Y que si además creyésemos firmemente en la intangibilidad, en lo que percibimos, en lo que sentimos, tal vez podríamos en nuestra vida cotidiana ver brotar celajes, muchas situaciones, lugares y personajes, que ni siquiera se encuentran en nuestra realidad, pero que hacen parte sin duda alguna, de esa región encantada y de toda su historia.

Y que si así la percibiéramos, desprovistos de miedos, tranquilos y solo con el vuelo de nuestra imaginación, nos podríamos permitir entrar por momentos al espejo de las aguas liminales de esa otra realidad, y porque no, quedarnos allí si quisiéramos, cómodamente y para siempre…

Porque precisamente, ese seria el propósito de “arribar” a Sharamatuna: Tejer un puente, un atajo, un hilo  entre un mundo y otro, entre una realidad y otra, para hilvanar una parte, una pequeñísima parte de cómo debió ser, es, o será, esa otra realidad ideal. Agujeros de gusano espacio-temporales como dirían los herederos de Galileo, sin ir a ningún lugar por supuesto, porque esa realidad, la verdadera, la de toda esa región iluminada, se encuentra aquí mismo: Superpuesta, mezclada, entrelazada con la nuestra. Con esta, la que nosotros ya suficientemente conocemos.

Una realidad que se halla vibrando en una frecuencia apenas un poco distinta, y la verdad, no mucho más alta. En el tiempo, en verdad, no muy alejada, y que seguramente se nos develaría, si miráramos el entorno que nos rodea con mucho cuidado, con atención, con asombro y con la pureza del corazón de un niño, como bien lo describirían los Mamos, regentes espirituales de esa Región-Corazón, cuando muy inspirados se refiriesen a esos estados de gran armonía: “Un pensamiento limpio que cabalgue sobre un corazón puro, que a su vez pulse armonioso con las escalas sonoras y numéricas del universo, puede llegar muy lejos en él. Puede trascenderlo. Puede sanarlo. Inclusive puede cambiar su realidad.

Entonces, si así lo hiciéramos, tal vez podríamos percibirla, entenderla y vivirla. Y de pronto, como por arte de verdadera magia, conseguiríamos rescatar de todo este colosal naufragio, el de nuestra realidad, la que no es, o no bebió ser nunca cierta, a muchos de esos seres valiosos y necesitados de apartarse de esa inmensa deriva: La del extravío del episodio del mundo fantástico de los custodios del Corazón del Mundo, y su inesperado encuentro con los navegantes y pasajeros de la Nao Ariadna, en el que se nos cuenta, como se habria de alcanzar la sabiduría que nos reconciliara con nuestro verdadero ser, y  nos permitiera interpretar los tonos de la magia necesaria para reescribir en nosotros mismos, otra vez y para siempre, todos esos asombrosos pero sencillos códigos: Los que le darían vida a toda una historia de la salvación de Seinekun, la Madre Tierra. Códices indispensables además, para insertarnos en las regiones encantadas del Corazón del Mundo, como  dignos herederos de  sus alucinantes espacios y de sus inmensos horizontes de luz.

Y que en verdad, seguramente lo lograríamos, si con detenimiento mirásemos más allá: Al interior de su atmosfera; en sus intersticios; en los espacios que  se amplían dentro de sus propios espacios; al fondo y más allá de muchos rincones desapercibidos de sus plazas, parques, calles y callejones; y sobre todo en la vida y expresiones de su gente. Y si además, mirásemos en nuestro propio mundo interior, entonces podríamos tambien encontrar en nosotros mismos ese perdido lugar, para ver, sentir y vivir, la realidad de Sharamatuna.

 

Una realidad que para que llegase a ser un lugar, deberá ser entonces primero un estado interior. Un estado que se encontraría en el lugar más escondido y puro de nuestro propio corazón. Que silo encontrásemos y si así lo decidiéramos, resonaríapara siempre con las pulsaciones sistémicas del Corazón del Mundo, la Sierra Nevada de Santa Marta.

Para salvarla, y salvarnos. Para siempre…

Santa Marta, perdón, ¡Sharamatuna!. A los primeros 178 días, del año del principio del final.

 

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