Recuerdos Olvidados

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Por Rafael Gómez Llinas

Mañana 21 de junio, es el día del Solsticio de Verano. Es el llamado día más largo del año. El astro Sol despunta su luz sobre el horizonte de la Tierra más temprano en la mañana, y entra a la quietud de la noche mucho más tarde. En muchas sociedades primigenias, muy antiguas, perdidas en los confines de la tierra al interior de santuarios naturales, aquellas ultimas fronteras hacia civilizaciones luminosas y sabias de las que ya no queda casi ningún vestigio, o en los susurrantes y selectos círculos secretos, o como lo hacen los grupos y personas de propósitos superiores, que creen en la intangibilidad y en la magia de la realidad y perciben al universo a la luz de la inteligencia emocional y el conocimiento, se celebran con rituales, reuniones y tenidas su llegada. La llegada de la luz como símbolo y expresión plena de la vida y la creación.

 En el Morro de la bahía de Santa Marta, el llamado meridiano cero del “Círculo de Pensamiento del Corazón del Mundo”, al borde de su frontera, sobre la llamada “Línea Negra”, los Mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta en el pasado precolombino, hacían un ritual muy especial para recibir las fuerzas y el poder de la luz del universo en la amplitud de ese día más largo, con la finalidad de darle fuerza al giro de ese circulo de pensamiento y mantener así, la estabilidad y fluidez vital de toda la realidad que aún hoy todavía pervive en su interior.

 Un movimiento de giro positivo a partir del meridiano cero del circulo de pensamiento, que se detuvo abruptamente con el arribo de la invasión Castellana y que solo se reinicio recientemente, con el rescate de esa tradición por los miembros del grupo Ariadna, en una alucinante exactitud de tiempos y sincrodestino con los Mamos mayores ikas, Menjabin y Seukukui.

Alrededor del mundo muchos círculos de conocimiento se aseguran de recibirlo con alegría y plena conciencia de lo que sucede justo ese día. Los que saben: Los Lamas, Swamis, Mamos, Chamanes, Taitas, Indígenas del norte de México y Mesoamérica; también los Masones y en las más excelsas y excluyentes sociedades y círculos de Ciencia del mundo lo celebran; y en el pasado, los Templarios, Cataros, Celtas, Druidas, Mayas y Egipcios, también celebraban con esperanza y alegría ese día para recibir esas energías. Para recordar nuestra correspondencia y relación exacta con la malla vital y la respiración de Gaia.

De este acontecimiento sideral hay un hermoso registro esotérico en la arquitectura de la catedral en Notre Dame en Paris: Allí, un fino rayo de sol entra diariamente por la ojiva central de la entrada principal, sobre el sotacoro de la catedral, y hace un recorrido durante todo el día sobre su piso ajedrezado: La representación dialéctica que reposa al interior de esa grandiosa morada filosofal, de las dos fuerzas primigenias de la creación y de la dualidad del universo: blanco, negro;  positivo, negativo;  luz, oscuridad;  Serankua y Seukukui para los Mamos.

Solo el veintiuno de junio de cada año, ese rayo de luz, toca justo una espiga de oro engastada en una de las baldosas de ese piso, como símbolo y celebración del momento de la plenitud de la luz en la creación, del latido de la vida, y así mismo, de la concreción de todos los sueños.

 En ese mismo día, el recorrido solar sobre la tierra al interior de las Kankuruas y Kansamarias, como en el Tutusoma, es mucho más largo. Más amplio y duradero. Es el momento de máxima apertura de la luz en la creación. Es un símbolo y celebración del momento de mayor claridad del pensamiento y de más altura de  la consciencia.

En todas las Kankuruas y Kansamarias, en las “Tierras Sagradas”, como en el Jardín Botánico de Busintana, Arumuke y en Nabusimake la gran ciudadela ceremonial de la Sierra Nevada de Santa Marta, también los Mamos celebran en esos días, rituales y pagamentos para recibir esas energías y agradecerle a Seinekun, la madre tierra, por permitirles ser participes de ellas y así de la vida, con ese acto maternal de inclinarse justo lo necesario en el espacio sideral, para que se geste la magia de este día.

Son “sombras de antepasados olvidados” como lo dijera el muy recordado astrofísico Carl Sagan. Recuerdos, que mantendrían afianzadas en la memoria en común de esas civilizaciones ya arrinconadas por el tiempo, la presencia de los movimientos y sincronías celestes de sus esferas; sus claros mensajes y los cambios en el tono energético de la naturaleza, que determinarían los ciclos de la vida y su armonía; su relación holística con el ser humano y su destino. Aquella memoria que les haría sentir la alegría de estar simplemente vivos.

Es el mismo asombro nunca perdido ante las señales de las sincronías del universo develadas en esas respiraciones de Gaia, que llevarían a Sir Isaac Newton a entender el poder silencioso de la atracción gravitatoria con la caída de una manzana, hilando relaciones que se extenderían en el espacio sideral hasta engranar a todo el universo; o que llevarían a Arquímedes a gritar ¡Eureka! (¡Lo he descubierto!) como celebración, al descubrir la relación entre el volumen de un cuerpo sumergido y la fuerza de flotación que experimenta, mientras el mismo nadaba en una bañera; o a Stephen W. Hawking a intuir las entrañas calcinantes y finalizadoras de tiempos, espacios, energía y gravedad de los Agujeros Negros, mientras observaba de niño las brasas de una chimenea a través de la rejilla de un mueble en el que se escondía, que de grande le inspirara la formulación del llamado “Horizonte de Sucesos” o limite de afectación de esa Singularidad. Es esa gran capacidad de asombro, la misma que ha inspirado a poetas, y conducido a soñadores, visionarios y a enamorados.

¡Es la poesía de la vida!. La que lastimosamente hemos olvidado para siempre, en la permanente sumisión ante las asfixiantes cremalleras de sistemas económicos depredadores, con los que la mente humana es copada en su totalidad y siempre, en el únipensamiento de eludirlos o superarlos, conducida además a perpetuidad hacia unos espacios ilusorios y movedizos de la existencia, por los lastres y mentiras del Ego, que para su sanación, el ser humano debería “olvidar” el camino de lo hasta ahora andado, para volver a aprender de los ritmos de la naturaleza la determinación de su curso y su exigencia perentoria de regresar a una armoniosa relación con ella, para acunar así, su propia armonía vital y supervivencia, tal como lo hiciera aquel anciano Mamo Tayrona del pasado, cuando se asomara sobre las alturas de la ladera norte de la Sierra Nevada y dirigiera su mirada acuciosa hacia la lejanía del horizonte detrás de Katiw Morou, el Morro de la bahía de Sharamatuna, justamente en el despunte de esa ya distante mañana de un solsticio de verano, para verificar durante todo el día el transito exacto del Sol sobre esa formación rocosa hasta ocultarse detrás de ella, para así dar comienzo a rituales y pagamentos; a la alegría del tiempo de las cosechas; a la construcción de nuevos hogares en sitios escogidos por los Mamos, que eludirían las fuerzas telúricas negativas y las geopatias de la tierra, con la finalidad de una vida larga y feliz; a la unión de nuevas parejas, para dar a la luz a otras vidas y a nuevos sueños; a las miradas del porvenir.

Y que en vez de eso, como parte de un mal presagio, el anciano Mamo alcanzara a ver la flota invasora de aquellos galeones castellanos que emergieran repentinamente sobre el horizonte y desembarcaran para siempre en esas costas, aquel próximo día 29 de la calenda de julio, en los primeros 25 años de los 1.500 en las cuentas Castellanas, y que al verlos, transparentara en su mente sin tiempo, el galope pavoroso y destructor de esas huestes invasoras; a las imagines de toda sus historias y miserias; sus propósitos e intenciones de muerte y de saqueo, y al incierto destino final de su propio pueblo.

Y que como en una queja al universo, exclamara aquella profecía que todavía hoy aún resuena desde el abismo de los tiempos y que así como sigue, fuese descrita y cantada desde aquella vez por escribanos y juglares:

‘’Sobre las ruinas de unas viejas terrazas, un anciano Mamo Tayrona profetizaba sobre el cúmulo de acontecimientos que habría de sucederles a las gentes de estas tierras el día en que aparecieran en el horizonte rojo fuego de la bahía, unas Naos con las velas desplegadas, más grandes que las casas ceremoniales…

“Habló de hombres nuevos, metálicos, montados sobre bestias nunca vistas, con varas que retumbaban más altas que el trueno y con hojas brillantes como el sol que cortaban de un tajo el pensamiento, la carne y  las ideas”…

“Habló y profetizó también, sobre una raza de hombres que construirían sus casas como encaramadas sobre las copas de los árboles, que olvidarían el arrullo mañanero de las aves, el significado del susurro viajero del viento y por último, sin todavía conocerlos, los cuatro nombres precisos del atardecer”…

Una profecía, un lamento, que aún hoy cobra vigencia, en tanto que nos haría recordar, como lo dijera aquel anciano Mamo Tayrona del pasado, de la necesidad ignorada de volver a interpretar ese significado oculto en el vuelo de las aves, el de las palabras y mensajes velados en el susurro viajero del viento, y del goce de la belleza de los atardeceres, con la certeza del significado de sus cuatro nombres propios, pero mejor aún, de lo que nos querría decir el universo en esos distintos  matices de sus arreboles pincelados sobre el horizonte, para que por fin pudiésemos entender, que esas intangibilidades de la magia de la realidad, tendrían mucho mas valor que solo “vivir” para contar y sumar dinero, o de la inutilidad de acumular riquezas estériles, habida cuenta de que tal vez, en muy poco tiempo, o en unas épocas no muy lejanas, ya estos muy poco o nada habrían de servir para algo.

Hagámoslo, antes de que sea demasiado tarde. Vivamos, respiremos, el equilibrio de la naturaleza y su armonía, y agradezcamos por eso. Antes, mucho antes, de que ya no podamos ni siquiera vivir…  Y mucho menos soñar.

 

 

Sharamatuna, a los primeros 157 días del año del principio del final.

 

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