“El cierre del Tiempo”

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Por Rafael Gómez Llinas

¡Ya vienen!. Alcanzó a decir el capitán Alfred D´Saint Chezcott, cuando avistó muy por encima del horizonte marino y como si vinieran volando, el desfile y el despliegue fantasmal de las velas infladas a todo viento, de una extraña flotilla de bergantines, carabelas y galeones, que unos detrás de otros, más parecían  adornos  sobre  la bruma  en el fondo de la bahía.

Y al mismo tiempo, casi contra los acantilados, curiosamente alcanzó a ver una apretada comparsa de peces, rauda, vibrante, sincronizada, que brincaba sobre las olas haciendo juego de luces con el sol y se mostraba por algunos momentos fugases, como la señal esperada con ansias por los pescadores, para jalar el chinchorro: Una inmensa boca apenas insinuada para los ojos humanos por los flotadores alineados a cierta distancia que la sostenían, para tragarse a su paso el desfile de peces que entraban en  ella sin darse cuenta…

 

¡Dormidos!. Como la mayoría de los humanos que solo ven o pueden  ver la apariencia de las cosas. O apenas ven una pequeña parte de la realidad. O a lo mejor, ninguna de ellas. ¡Inconscientes!. Dijo Chezcott para sí.

Chezcott, el “Maestro Chezcott” como le decían sus amigos, aspiraba a encontrar la verdad. Quería tener el conocimiento. Quería ser un iniciado en una extraña ciencia de la que tenia referencias, que le prometía traer a Dios en sí mismo, subir varias escalas en su nivel de conciencia y vivir otras realidades. Y todo, para demostrar que existían realmente otros mundos por fuera de los límites de Sharamatuna, y también de sus propios límites. Y que a lo mejor esos mundos no estaban muy lejos, lo decía Chezcott con obsesiva seguridad: De pronto están detrás de esa “montaña de  luces”. O dentro de ella. O allá, en los horizontes de la mar Oceana. O quizás, más allá, en la oscuridad sideral… ¿Y qué tal, si en vez, para no ir muy lejos, estén dentro de mí mismo?. Lo pensaba, gesticulando y apuntando con fuerza en las todas direcciones con su dedo índice y señalándose al final, con cara de asombro, la boca  entreabierta  y los ojos despepitados,  a sí mismo.

Mientras se secaba el sudor que colmaba su frente con una pañoleta de lino,  y una desvencijada berlina delatada por el relinche de la marcha de su cabalgadura se acercaba lenta a sus espaldas, concluyó que esa eterna búsqueda existencial de  los seres humanos, se debía al miedo que le tenían a lo  ineludible de la llegada cierta de la muerte, que tarde o temprano resolvía a su manera todas las esperas y todas las ilusiones. Y que además, era una forma cobarde de alargar la vida viviéndola siempre en la escena ilusoria del futuro. ¡Hay que vivir el presente! Dijo para si.

¡Tanto esforzarse uno para terminar en la sublime mierda de la nada!.. ¿Para que tanto miedo?. Se dijo en voz baja. Y después de un momento de reflexión, volvió a decirse: ¿Si un ínfimo momento después de la muerte, ya no hay ni siquiera recuerdo de ella?. Lo pensó con semblante de preocupación deteniéndose en la mitad de la calle y luego diciendo para sí: Bueno, dicen algunos, que las personas se mueren y no se dan cuenta que se mueren. Continúan creyendo que están vivas… A lo mejor he muerto atropellado por esa berlina hace un momento, y ni siquiera me he dado cuenta… Y dicen además, que en el momento de la  muerte, el ultimo pensamiento que se tiene, ese último, el que se produce justo en el momento de morir, dicen, es la recapitulación de toda esa inmediata vida, y será seguramente la próxima vida. O sea que según eso, probablemente esta vida que estoy viviendo no es sino un ultimo pensamiento que tuve en el momento de mi muerte en mi vida anterior, y esa vida anterior, otro ultimo pensamiento en una anterior. Y así sucesivamente, en una rueda sin fin. Y por ser recapitulaciones unas de otras, serían muy parecidas o tal vez todas iguales. ¿O de pronto la misma?. También dicen que la vida es un como un pensamiento y que el ser humano se mueve y vive dentro de él…

Lo que quiere decir que probablemente todo eso de las reencarnaciones se resuelve pensando que las vidas son pensamientos dentro de otros pensamientos, o sueños dentro de otros sueños, enlazados por los momentos de muertes y nacimientos a los que entramos, al abordarlos sin enmienda en el momento de la muerte como efecto de ese desarraigo: El de la anulación del tiempo y del espacio para el  que se muere.

Es  probable que después de la muerte, quede sumergido para siempre en mi propia ilusión de estar vivo. Afirmó mentalmente, y como aliviado, respiró  profundamente, no sin antes vislumbrar vagamente en  su mente, el hecho de que si  entonces esa ilusión era  posible, que si su vida era una ilusión de estar vivo, que no era real, cuando muriese en ella, esa  muerte tampoco lo era. Y que esta su vida, por ser una ilusión de estar vivo, tampoco su anterior supuesta muerte era real. Y menos su anterior vida y ninguna de las anteriores a ella.

O sea que entonces, no existe la muerte… ¡Y menos la vida!. Y además sintió escalofríos y se sintió perdido en una Nao al garete en un océano interminable, cuando pensó entonces, que por lo tanto, inmediatamente después de su otra próxima muerte, volvería a quedar sumergido en otra ilusión de vida, así hasta el infinito de muertes y vidas, todas mentiras, y que nada era real… Al fin y al cabo vivimos, soñamos y cuando soñamos, pensamos que estamos despiertos. Que ese momento, el de ese sueño, parece, o es la realidad. Y que además cuando estamos despiertos tampoco sabemos si soñamos.

O sea que la realidad, lo que llamamos realidad, también puede ser una parte de un enorme e interminable sueño. Y que si todo es un enorme sueño, ¿Cual entonces, o qué, es la realidad?. Pensó con firmeza, recordando uno de los tantos libros y escritos que permanecían en desorden en su gigantesca y por demás clandestina biblioteca, escondida de la mirada perseguidora de la Santa inquisición, “La Tempestad” de William Shakespeare, y de este, aquella celebre frase de su personaje Prospero que así decía: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña vida, cierra su circulo con un sueño”.

 

Al capitán Alfred D´Saint Chezcott, todas estas reflexiones que terminarían sumiéndolo en momentos de incertidumbres de la realidad, se le harían mucho más fuertes con la inquietud que sintió al percatarse de repente, que había pasado muy rápidamente, de los cerros de Kasindukua hasta más allá de los playones de la Castellana situados en los bordes de Sharamatuna, a pesar que quedaban muy lejos los unos de los otros. Pero ese gran momento de consciencia, luego se desdibujó  en su memoria cuando avistó la torre blanca de la catedral, y con esa distracción, todas esas dudas de su realidad se disolverían en el olvido. Nunca más se daría cuenta que todo, y absolutamente todo lo de su vida, era y seria solo un sueño…  Por siempre.

 

 

 

Sharamatuna, a los primeros 101 días del año del principio del final…

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