El Tiempo. 3ª parte

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Por Rafael Gómez Llinas

El Tiempo es relativo a la “mirada” y posición del observador.  Y no obstante ser un instante, una coordenada, un punto de partida de la mente, en la trayectoria  en el espacio de la construcción de la ilusión de la realidad, no se requiere de su presencia en el continuo espacio-tiempo, cuando en un conjunto de partículas elementales se dieren cambios exactamente iguales y de manera simultánea a los de otro conjunto similar, a pesar de no haber ningún contacto para esa información entre uno y otro, en tanto que las distancias espaciales que los separasen, por muy lejanas que fuesen, son irrelevantes para esos cambios equivalentes, en ese mundo de incertidumbres de la mecánica cuántica. Y que reafirma además, el hecho de que en el Universo, todo y todos, somos UNO.

Y a ese fenómeno se le llama “Entrelazamiento Cuántico”; “en el cual, los estados cuánticos de dos o más objetos se describen mediante un estado ÚNICO, que involucra a todos los objetos del sistema, aun cuando estén absolutamente separados espacialmente”. En palabras más simples, cuando una partícula o un conjunto de partículas cambia, al mismo tiempo otro similar cambiaría igual, por muy lejano que sea que se encuentre. ¡Magia!

El Entrelazamiento Cuántico es pues, el fundamento conceptual de la “Tele transportación”. ¡Star Trek a la vista!… Y bueno, también hay que decirlo, increíblemente del “Milagro”,  y  hasta de la Santería y el Vudú…

Siendo así las cosas, unas “partículas fantasmas”,(1) tomadas de un conjunto primario que habria sido aislado con esa intención, en un planeta que orbita en un sistema estelar a setenta y dos mil años luz de la Tierra, fueron posicionadas por medio de un sofisticado aparato de concentración de energías, en las coordenadas espacio temporales que se requerían, para que en un “Entrelazamiento Cuántico”, las partículas elementales de Radha(2), intercambiadas previamente con ese conjunto de partículas primarias que quedaran en ese, su planeta, fueran trasladadas instantáneamente a Seinekun, el planeta Tierra, por gracia de ese entrelazamiento, y materializadas allí, en un punto exacto.

Más exactamente, sobre la cubierta de una enorme Carabela que arbolaba en el mástil de mesana una extraña bandera y el nombre de Ariadna, inscrito al lado de estribor de la proa, que en ese preciso momento dejara de navegar de bolina a barlovento, por el golpe repentino de un extraño viento de popa, y rauda cruzara a babor las aguas del Caribe, con un rumbo exacto suroeste dos cuartos al oeste, con destino a las costas que bordeaban los limites del “Corazón del Mundo”, y se pudiera dar así, y por fin así, un encuentro planeado desde siempre.

Por otro lado, y al mismo Tiempo, Marcela y Ankimako al salir de Taganga en su embarcación, giraron noventa grados a estribor y bordearon los acantilados de la bahía abierta de Granate. Luego de un larga travesía, por fin se enfilaron con rumbo Nordeste dos cuartos al este, hacia la desolada Isla de la Aguja. Llegaron entrada la tarde y desembarcaron en la playa del Joyito, una de sus tres orillas de arribo posibles, llamada así por un ojo de agua dulce que brotaba imposible en el borde del cerro. Era un pequeño lunar de agua y vegetación perdido en una isla rocosa, granítica, árida, que se veía desde la distancia como un inmenso buque guerrero que naufragaba a la deriva, en medio de un mar abierto y embravecido por los vientos que lo azotaban inclementes desde un Nordeste infinito, que no terminaba ni siquiera en los límites de las islas de Barlovento, que rodeaban salvaguardando desde siempre al Caribe…

Los eventos que se desencadenarían desde ese momento lo harían con una velocidad extraordinaria. Con la acostumbrada curiosidad de Marcela, estuvieron explorando los alrededores de la pequeña cala del Joyito. Después subieron al cerro para observar mejor el Morro de la bahía de Santa Marta, que desde allí se veía apenas asomado detrás de la “Punta de Betin”; una ínsula rocosa que cerraba la rada profunda de la bahía de Santa Marta. Desde allí, el Morro se veía en un ángulo no acostumbrado y la Isla de la Aguja parecía a sus espaldas su enorme guardián; su vigilante protector.

Haría ya mucho tiempo, unos investigadores y buzos Noruegos, habrían explorado el fondo en sus alrededores y comprobarían que en toda la extensión de su base había un corte longitudinal que parecía separarla del lecho marino. Como si hubiese sido colocado allí por alguna razón desconocida. Alguna vez Gerardo Reikel Dolmatoff, le dijo a Ankimako algo perecido. Según él, el Morro de la bahía de Santa Marta, había sido puesto allí en Aluna por los Mamos, y luego materializado, con una clara intención…

La luz del sol se fugaba de la mano del atardecer y con su huida, el semblante de Marcela poco a poco fue cambiando. Su mutismo crecía con la llegada de las sombras de la noche, y la alegría y la curiosidad con la que llegó a la Isla habían desaparecido. Estaba muy nerviosa. Caminaba de lado a lado al borde de la playa, pero miraba a veces hacia el reflejo plateado del horizonte marino, iluminado por una enorme luna llena. Lo escrutaba cada tanto como en esperara de algo. O de alguien. Como en espera de que algo sucediera. Y Ankimako no dejaba de observarla.

La alteración de Marcela era evidente. De repente se detuvo y se quedó  mirando fijamente hacia el océano antes de sentarse en la arena en esa misma dirección. Eso tranquilizó a Ankimako que decidió unirse al juego de dominó de los pescadores. Todo parecía volver a la normalidad y con esa distracción, el tiempo pasaba ocioso y desapercibido. Marcela aparentemente tranquila, permanecía sentada en posición de loto, en actitud de meditación. Casi a la media noche llamó con voz fuerte a Ankimako. ¡Vente! Le dijo. Ankimako se unió a ella sentándose a su lado. Marcela lo tomó de la mano y en voz muy baja le dijo: Quédate aquí conmigo. No te separes de mi. ¡Ya casi es la hora!.

Marcela parecía ser una persona distinta. Su voz había adquirido otra modulación. Pero lo mas notorio era la expresión serena de su cara y la  tranquilidad de su mirada. ¡Ya nada ni nadie podría cambiar mi destino. En pocos minutos entraré por allá y me encontrare conmigo misma!. Le dijo a Ankimako señalando al mismo tiempo hacia el horizonte, y en dirección a Katiw Morou, el Morro de la bahía de Santa Marta. ¿Cómo así? Le alcanzó a medio preguntar Ankimako, antes de que ella le dijera: ¡Quedémonos en silencio y esperemos!. ¡Exactamente en nueve minutos se cumplirá la cita! ¡Solo mira hacia allá!. Ankimako respetuoso la obedeció. El tiempo parecía detenerse.

En esos nueve eternos minutos, Marcela se fue transformando. Una nueva expresión en su cara la hacia ver diferente. Hablaba en una lengua desconocida y su mirada era distinta. Una extraña energía que emanaba de su cuerpo, como si se estuviera encendiendo por dentro, pareciera cambiar la temperatura del ambiente. A esas alturas Ankimako tenia la certeza de que Marcela no era de este mundo y que cualquier cosa podría ocurrir.

¡Ya viene! Le dijo Marcela. ¿quién viene? Le preguntó Ankimako. ¡Yo misma vengo! Le respondió. ¡Mira hacia allá, mira hacia,…Antes de que Marcela pudiese terminar la frase, una explosión ocurrió en el cielo. Un destello de luz  antecedió a la aparición repentina sobre el horizonte, de un cuerpo celeste, una especie de meteoro que surcó el cielo viajando de occidente a oriente a una velocidad inverosímil iluminando la playa, con un rumbo trazado en una trayectoria rasante justo por encima del Morro. Y en una exhalación, desapareció en la lejanía muy por encima de las alturas de la cuchilla de San Lorenzo, en dirección hacia los picos nevados Guanavindua y Arhuavico, las cumbres mas altas de la Sierra Nevada, como si fueran en la bruma de esas alturas,  su verdadero puerto de destino.

¡Es Ariadna!, la embarcación en la nada, que surcó el mar del espacio y vino volando sobre el trazado de una muy conocida ruta cósmica, con una tripulación y gentes de lugares y tiempos distintos. ¡Y ahí en ella, proveniente de un planeta lejano con una diferencia temporal con la Tierra de millones de años, también vengo yo!… ¡Mejor dicho, acabo de llegar!… Le dijo Marcela soltando un grito de emoción apagado por el sonido y la visión cegadora de ese insólito fenómeno celeste. Ankimako no podía creer los sucesos de los que acaba de ser testigo. Y Marcela, como si le leyera la mente le dijo: ¡Créelo Ankimako!. Ya no soy Marcela… ¡Yo soy Radha un verdadero ser de las estrellas!.

Y se lo gritó con una resonancia de eternidades, como si fuese con todo su mundo, quereres e ilusiones, un fugaz aparte del sueño de un ser muy, pero muy grande, que resonara simétricamente en todas las regiones espacio-temporales. Y este a su vez, la simple expresión del pensamiento o del sueño de otro mucho más grande, y este, de uno mucho mayor…

Unos dentro de otros, como gigantes contenidos en los sueños de otros gigantes, en donde se volvería siempre un principio todo final, como aquel juego sin fin de “espejos enfrentados”; o como una sucesión infinita de sueños, en los que por la gracia de la curvatura concéntrica del espacio tiempo que brotara con toda intención, esa gravedad cuántica que hace atraer y juntar el principio con el final, llegaran, en el inicio del tiempo, a las fronteras de sus propios y más íntimos pensamientos.

 

Para entender finalmente que ellos, y toda su realidad, podrían ser nada más que la refinada creación de un pensamiento, incrustado con todos y esos gigantes, en algún pequeñísimo rincón de la memoria… !En el cubil de un sutil pensamiento, todavía muy guardado en alguno de los rincones de su memoria!

 

En la memoria de Radha; en la de Ankimako.. Y eso eran ellos: el transcurso en el Tiempo, de sus propios pensamientos…

Sharamatuna, a los primeros 80 días del año del principio del final…

(1).- Partículas fantasmas: se refiere a los Neutrinos: Partículas elementales sin carga ni manifestación conocida que viajarían más rápido que la velocidad de la luz. Especulando se podría decir, que tal vez los Neutrinos son las partículas de las que está hecho el pensamiento.

(2).-Radha: Marcela H. V.  o tal vez, una mujer visitante de las estrellas.

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