A través de proyecto transmedia docentes de UNIMAGDALENA buscan recuperar memoria oral del Caribe colombiano

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Siempre que comparte unos días conmigo llevo a mi hija Emma a la cama y le leo un cuento. Luego rezamos y antes de cerrar sus ojitos negros enciende el muñeco Violeta para dormirse con el arrullo de las canciones infantiles que este emite. Al instante me levanto muy despacio, la arropo, le doy otro beso en la cara y la dejo abrazada al conejito de peluche. Salgo de la habitación con la satisfacción de saberla protegida y amada. Y la dejo descansar en ese ambiente impregnado de juguetes a su alrededor, mariposas en las paredes, flores con luces, unicornios de colores y, varios atrapasueños colgados del techo, para que nada la perturbe.

No me imagino verla sin que juegue con sus bebés, sin comer sus meriendas, sin ir al colegio, sin la oportunidad de ver caricaturas en la televisión, sin jugar con otros niños, sin su ropa limpia, con zapatos y mucho menos sin que hable de sus fantasías. Es una privilegiada. Al igual que lo soy yo, el periodista que escribe este texto institucional, porque no soy una víctima de la guerra y mi hija crece con una vida social y cultural muy diferente a la que les han arrebatado a los 2 millones 312 mil 707 niños, niñas y adolescentes que han sido víctimas del conflicto armado en Colombia, según registra la Comisión de la Verdad. Infantes a quienes le robaron el amor, les quitaron las caricias, sus juguetes, sacaron de sus cuartos para obligarlos a dejar de ser niños.

Una cruda realidad que evidencia que el 15% de los niños colombianos están creciendo sin satisfacer sus necesidades materiales y emocionales básicas. Que no son simples espectadores de la guerra porque la degradación del conflicto armado los ha convertido en víctimas directas e indirectas. Que mueren en los ataques de los violentos, caen mutilados, son violados. Que han sido desplazados de sus hogares y se han ido a las calles a padecer hambre y enfermedades sin que sus familiares tengas los medios para cuidar de ellos o un techo donde dormirlos. Que los vuelven combatientes y los obligan a matar. Que los torturan y someten a todo tipo de sufrimiento inhumano.

Niños que crecen sin memoria porque al querer borrar las secuelas de la guerra, eliminan también su inocencia, su rol en la sociedad, tradiciones culturales y hasta la forma de jugar. Niños que dejaron de recibir un beso de buenas noches, sobre una cama tendida. Que olvidaron celebrar un cumpleaños con regalos y dulces. Que ya no van al parque con la única condición de ser felices. De reír con todo el cuerpo y de saber qué cosa es una navidad, porque se convirtieron en una estadística más. Un número colombiano que hace parte de los 1.000 millones de menores de 18 años que viven en territorios afectados por conflictos armados. La sexta parte de la población mundial, según documenta Unicef.

En el departamento del Cesar, 132.192 niños, niñas y adolescentes han sido víctimas del conflicto armado. En un intento por devolverles la posibilidad de conocer sus entornos, recuperar las tradiciones culturales y orales, recordar sus historias, el patrimonio e identidad común de su territorio, la Universidad del Magdalena ha empezado a ejecutar un proyecto, a través de un equipo interdisciplinar conformado por: Eliana Toncel Mozo, Laura Cecilia Chaves Herrera, Andres Gil Lozano, Laura Marcela Marín, Mariano García, Cesar Gómez, Leonor Manotas, Michel Avila, entre otros destacados cineastas y supervisado por Roberto Aguas Núñez, José Pacheco Ricaurte, Andrew Simon Tucker. Y que lidera la docente de tiempo completo del Programa de Cine y Audiovisuales, Sorany Marín Trejos, denominado: Fortalecimiento de habilidades y competencias comunicativas, investigativas y tecnológicas alrededor de la memoria histórica y cultural en niños, adolescentes y jóvenes del departamento del Cesar.

“Este proyecto está conformado por un equipo de soñadores, de personas que pretendemos empujar en algo el mundo. La violencia ha sido traumática para muchas poblaciones y pensamos que es necesario llevar por todo el Caribe, un proyecto con el que se pueda recuperar, se pueda fortalecer toda esa memoria oral, histórica y colectiva, en donde los cineastas, los investigadores y educadores y las poblaciones podamos co-crear juntos. No es sobre ellos, es con ellos. En una relación totalmente horizontal”, esta es la esencia de la investigación, según da cuenta la investigadora Sorany Marín.

Se trata de una apuesta académica, de los proyectos aprobados por el Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación del Sistema General de Regalías, que busca restablecer parte de esa memoria colectiva por medio del fortalecimiento de las Competencias Comunicativas y las habilidades transmedia a un puñado de esas víctimas. A través de un ejercicio de investigación social y educativo con niños, niñas y adolescentes de 11 Instituciones Educativas Públicas de: Valledupar, Pueblo Bello, La Paz, Aguachica, Curumaní, Gamarra, Chiriguaná, Chimichagua y El Paso. Se hará una recopilación de historias y saberes de su entorno social, natural y cultural, mediante la apropiación e incorporación de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.

Es un proyecto social e interactivo y será desarrollado durante 24 meses por la Universidad del Magdalena en alianza con la Universidad Popular del Cesar. De esta institución participan los investigadores: Josué Sarmiento, Alejandra Quintero, Lilia Camargo, Elio Fabio Mejía y Gustavo Roenes. La población objeto 165 docentes y 275 estudiantes que cursen entre Quinto y Noveno grado. Tendrá como base la experiencia piloto de “La Piragua”, una investigación estratégica de la Universidad del Magdalena, llevada a cabo en la comunidad palafítica de Nueva Venecia, en la Ciénaga Grande de Santa Marta, sobre una población aproximada de 2.200 habitantes, donde el 70 % son niños, niñas y adolescentes. También, contará con el sólido acompañamiento de la facultad de Comunicación de la Universidad de Valladolid (España) a través de los expertos en edu-mediática Susana de Andrés, Ana Teresa López, Agustín Matilla y Pilar San Pablo y del programa de Investigación en Medios la Universidad Carlos III de Madrid gracias a la asesoría permanente de la doctora española Matilde Eirosa San Francisco.

Es una investigación ambiciosa que quiere restablecer en las comunidades parte de lo que les ha arrebatado la guerra. Por eso, permitirá la creación de ecosistemas lúdicos a fin de proponer una experiencia inmersiva que forme a los niños a través del juego y favorezca la comprensión de las narrativas, el territorio y la cultura. Que ellos puedan recordar o conocer lo que eran sus hogares antes de la llegada de los armados. Teniendo como base el enfoque sistémico-contextualizado, para asumir el diálogo de saberes como una práctica constante que permita el reconocimiento, la valoración y el relacionamiento entre los saberes tradicionales y los conocimientos científicos.

“Este es un universo transmedia con el que pensamos que podemos construir un mapa emocional para el Caribe colombiano. A través de un aplicativo para la georeferenciación de las historias llamado “app-tarraya” y una plataforma web buscamos rescatar y compartir las memorias ocultas y olvidadas del Caribe. Así mismo, buscamos co-crear piezas documentales; acercar tecnología 360, realidad aumentada y realidad virtual para convertirnos todos en actores activos de un escenario compartido lleno de historias por vivir y celebrar”, señala la profesora Marín Trejos, líder de la investigación.

Serán dos años de arduo trabajo para crear una oportunidad de una apuesta pedagógica que reconozca la importancia de diseñar e implementar procesos de enseñanza y aprendizaje que se ajusten de manera flexible a los diversos territorios del Cesar, desde ecosistemas lúdicos y plataformas tecnológicas. Que permitan fomentar cambios efectivos en las comunidades vulnerables, donde existe una marcada brecha tecnológica, educativa y social. Generarles a los niños un conocimiento del entorno. Estrechar la comunicación intergeneracional, los saberes tradicionales, el fortalecimiento y la recuperación de la memoria oral.

Sí, la memoria, como la que se perdió en Macondo producto de la peste del insomnio. Pero que será recuperada gracias a unos docentes que, sin ser Melquiades, tienen todas las ganas de devolverles sus recuerdos desvanecidos por la guerra. No con frasquitos con pócimas curativas, sino mediante el desarrollo de habilidades comunicativas a través de múltiples medios y plataformas de comunicación. Es decir, llevarlos a que se sientan niños una vez más y que aprendan desde el juego, en ambientes especiales. Para que sus recuerdos estén por encima de la barbarie, de lo que les fue robado. Y aunque nada les devolverá el amor, las caricias, la protección paterna arrebatada en años. Por lo menos les permitirá recuperar la capacidad de comunicar, de comunicarse, de comprender, de entender y de saber hacer, haciendo. De tener confianza en sí mismos, quizá por primera vez.

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