“Florence” 7ª parte “El patio de la Parra”

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Por Rafael Gómez Llinas

El excelentísimo señor embajador de los Estados Unidos en Colombia, Jefferson Caffery, el 7 de diciembre de 1928 a las 8 de la mañana, en plena resaca de la masacre perpetrada el día anterior por la tropa del gobierno de Miguel Abadía Méndez, le envió al Departamento de Estado Americano, un documento de la época, posteriormente desclasificado, con un escalofriante contenido que en Ingles, literalmente decía lo siguiente: “Tengo el honor de informar que el representante de la United Fruit Company me dijo ayer, que el numero total de los huelguistas muertos, superó el millar”.

¿Por qué no habria dicho mejor: “Lamento informar”… O, “a pesar de los esfuerzos de nuestra embajada para mediar”… O tal vez, “observamos con mucha preocupación”…  O, “censuramos totalmente los hechos ”…?

El lenguaje cargado de eufemismos de la hermenéutica diplomática, en los encabezados y en los finales de sus notas, cartas y documentos, incluye varias formas de decir las cosas, con unas acostumbradas reverencias y justificaciones de la acción. Pero, ese “Tengo el honor de informar”, sugeriría que esa masacre fue planeada de antemano con calculo, ejecutada con premeditación, y que algo o mucho de responsabilidad le cabria al mismísimo gobierno Americano. Esa manera de presentar  los hechos por el inefable embajador Jefferson Caffery, es la respuesta a una orden dada por un superior, con la información posterior al determinador de esa orden, del deber cumplido. La Real Academia de la Lengua define la palabra Honor como: “la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo como de uno mismo”… Eso, lo dice todo.

Y esa  ambigua  expresión “Tengo el honor”, no mostraría claro está, la pata coja de todo un mundo de oscuras y recónditas intenciones que subyacerían en ella: Conspiraciones, reuniones soterradas, componendas, amenazas, ambiciones desmedidas de los productores locales, enmaridada con el espíritu esclavista trasplantado por la United junto con esas matas de banano, desde los campos de algodón de los estados Confederados Americanos, y los cálculos errados y unas infundadas y temerosas suposiciones gubernamentales prohijadas por la iglesia católica, que confundían por ignorancia supina y egoísmo, la justicia social y los derechos civiles, con la insipiente presencia del fantasma de un comunismo, derivado de la revolución bolchevique que irrumpiera en Rusia apenas 10 años antes, pero que nunca florecería en esta tierra dulce, por ser incompatible con esa fruta de extremos, una amenaza que solo cabria en los linderos estrechos de las cabezas obtusas de ese mundillo de personajes hipócritas, godos y rezanderos, enquistados desde siempre en el poder de esta nación.

En fin, una gran conspiración con diversos actores, una cabeza de Medusa con una cabellera de mil serpientes, que por momentos se asomara a la superficie de ese mar de oscuros intereses, como lo hiciera esa vez, cuando el director de la Oficina General del Trabajo, Dr. José R. Hoyos y su abogado Dr. Miguel Velandia, enviados a Ciénaga por el Ministerio de Industrias, para intervenir en el conflicto y llevarlo a un final pacifico, en cínica contravía con sus funciones constitucionales, parecieran defender más bien los intereses de la United, cuando trataran de convencer a los trabajadores de la absoluta inconveniencia de pedir un aumento de salario con el absurdo argumento moralista, de que solo les serviría para que se lo gastasen en trago, en juego y donde las putas.

Una tesis ridícula refutada rápidamente por una esquela perfumada con un “Total Brand Coco Chanel 1921” y firmada con lápiz labial, dirigida por todas las “mademoiselles” de la Calle de las Piedras con Florence a la cabeza, a los enviados del gobierno, en donde formalmente se comprometían si era el caso, a dárselo gratis y las veces que fuese necesario a los trabajadores, si se aceptasen esas justas peticiones. El mundo patas arriba. O de piernas abiertas más bien.

Las “mademoiselles”, habrían sacado su casta de honrosas descendientes de aquellas valerosas mujeres Francesas que le dieron vida a la Comuna de Paris. En la primavera de 1871, el gobierno le ordenara al general Lecomte tomarse los cañones que la guardia nacional guardaba en Montmartre, y un grupo de valientes mujeres al darse cuenta, tratara de impedir a sangre y fuego que se los llevaran. A ellas se le unirían numerosos vecinos. Cuando el general Lecomte ordenó a sus soldados disparar contra la multitud, estos se negaron a cumplir la orden, se amotinaron y fusilaron al general Lecomte. ¡bien hecho!. El gobierno al saber de esa ejecución entró en pánico y en huida, se refugió en Versalles, perdiendo así el control de Paris.

La guardia nacional sin oposición, eligió entonces, un comité conformado por la corriente Blanquista y los partidarios de Pierre J. Proudhon, líder de la internacional de trabajadores, a quienes se les atribuirían la mayoría de las reformas en la Comuna: “las cooperativas como la base de un nuevo sistema de relaciones sociolaborales; las fabricas y talleres abandonados por los propietarios con la invasión de los Prusianos, o al huir el gobierno, que le fueron entregados a los trabajadores; la abolición del trabajo infantil; la prohibición del trabajo nocturno sin compensación; la anulación de los intereses de las deudas contraídas durante el sitio Prusiano a la ciudad, y la ampliación del tiempo para su pago, una medida que incrementó la base social de la comuna y le ganó aliados en toda Francia; el resurgimiento de la “Unión Republicana”, integrada por tenderos, artesanos, y pequeños comerciantes de toda índole, que unidos, hicieron un llamado a la insurrección en toda Francia y un apoyo a la Comuna de Paris. Se anularían las deudas ocasionadas por los arriendos durante el sitio, para beneficiar a trabajadores y viudas de los caídos durante la guerra, y por último, se prohibirían las multas impuestas por los jefes a los trabajadores por supuestas faltas de trabajo, una costumbre que les reducía su salario sin justificación alguna”.

Que envidia al ver esto y compararlo con lo que aconteció en esos días cruciales de la huelga de los trabajados de la zona Bananera, cuando los hijos del pueblo, dispararían sin misericordia contra los otros hijos de su propio pueblo, sus hermanos, solo para defender intereses extranjeros. Y para no ir muy lejos, que desazón produce eso que hicieron los Franceses de la Comuna de Paris hace doscientos años para beneficiar a su pueblo ante la calamidad de la guerra, cuando lo contrastamos con lo que NO hiciera el gobierno Colombiano ahora, que le dio la espalda a los más necesitados en su pueblo, solo para beneficiar a los más poderosos en esta pandemia que vivimos, una calamidad aún peor que aquel sitio Prusiano que agobiara en el siglo XIX a los Franceses.

Que tristeza. Por eso Francia es hoy lo que es, y nosotros, si continuamos con esta misma clase corrupta que desde siempre nos ha gobernado, ni siquiera en doscientos años más, seremos, lo que era Francia esos mismos doscientos años antes, en ese siglo XIX después de una guerra.

O que también se asomara, cuando el ese sí, honorable Gobernador del Magdalena, Don José Maria Núñez Roca, que cargaba fuertes diferencias con el alto gobierno, porque era partidario de buscar un arreglo entre las partes dialogando, se digiriera de urgencia a Ciénaga para reunirse con los huelguistas agolpados en la plaza ese 5 de diciembre, y que unos prestantes miembros de esa “elite” bananera Cienaguera, al enterarse, lo intersectaran a la altura de la finca Papare y lo hicieran devolver con la noticia mentirosa y perversa que le dieron, de que ya la huelga se había disuelto, disque por un arreglo logrado por los trabajadores con la United. Por supuesto, al mismo tiempo, enviarían unos mensajeros para notificar a los mismos  trabajadores, la pérfida noticia de que el  Gobernador iría solo hasta el 6 de diciembre al medio día a Ciénaga, para dialogar con ellos con el fin hacer un arreglo definitivo de sus justas peticiones laborales,  para así, levantar la huelga. Pero claro, a destiempo, cuando ya todo estuviese consumado.

O como cuando el general Carlos Cortes Vargas, reconocido sin equívocos por los huelguistas, como agente corrupto de la United, ofreciera en febrero de 1929 para la época de los carnavales, una gran fiesta en los salones del Batallón de Infantería, a la que asistió sumisa toda esa descastada e indigna “elite” Samaria, para rendirle pleitesía y reconocimiento de héroe, por la masacre perpetrada.

O cuando ese mismo general de marras Carlos Cortes Vargas, ante las incendiarias acusaciones de traición la patria, que le hiciera en la Cámara de Representantes Jorge Eliecer Gaitán, por no proteger a sus ciudadanos al obedecer la orden del ministro de guerra Ignacio Rengifo de masacrar a los  trabajadores en huelga, le respondió sin pudor y con absoluto cinismo en esa sesión del Congreso: “Que al contrario. Que con esa masacre más bien él habria protegido a toda la nación de una inminente invasión de los Estados Unidos, con los buques de guerra que ya supuestamente se hallaban apostados en las costas del caribe colombiano”. Un mundo al revés, en donde no habría sino malos actores de segunda en el elenco colombiano, y además mal ensayados con un libreto escrito de antemano en la oscuridad de los salones del inmenso poder de la United Fruit Company.

Todo eso se vio claramente, apenas un día después de este oprobioso suceso. A pesar de los esfuerzos del gobierno por ocultar a la opinión publica y al mundo entero el horror del numero real de los 1.800 muertos en esa masacre consumada por la tropa al mando del general Carlos Cortes Vargas, el desalmado jefe militar y a la vez agente mercenario de los intereses extranjeros en la zona bananera, ya tenía Mr. Caffery de los trabajadores asesinados, una contabilidad aproximada. La estaban esperando. Digamos que tal vez para sus estadísticas, como si fuesen los Play Off, de un campeonato de  Beisbol.

Agentes infiltrados pagados por la compañía para tal fin, rápidamente harían el conteo y le informaron a las directivas de la United, que con el telégrafo prendido esperando esa noticia, a su vez lo informaran rápidamente a la embajada. Y mientras el resto de los Colombianos solo comenzarían a conocer y a despertarse en la magnitud de este desastre 9 meses más tarde, cuando en septiembre del año siguiente, Jorge Eliecer Gaitán lo hizo publico y lo denunció con vehemencia en un famoso debate en el congreso de la republica, esa misma tarde de ese 7 de diciembre de 1928, en la penumbra de aquella oficina en las alturas inaccesibles de la 57th.Street de Manhattan, de donde probablemente y sin darla directamente, realmente saldría esa fatídica orden, tal vez aquellos fríos y acartonados personajes, amos y señores de ese multimillonario negocio del banano, con el choque de vasos de cristal y sonidos de cubos de hielos, brindaran por el desenlace de esa huelga con la monstruosidad de ese suceso, con un par de tragos de Dalmore Trinitas 64 años, mientras ya los cadáveres de la masacre viajaban hinchados hacia el olvido después de ser arrojados al mar.

Luis Eduardo Mahecha, el líder de la huelga, providencial sobreviviente de esa masacre, maltrecho, fugitivo, no podría romper el cerco que le tendieron las autoridades en todos los puertos de la costa del caribe Colombiano para que no escapase hacia países de ultramar a buscar apoyo. Lo buscarían incesantemente con una jauría de detectives y esbirros a sueldo, debajo de cada piedra y en todos los lugares posibles, para apresarlo y sin un juicio ni siquiera sumario, ejecutarlo.

Eludiendo el cerco terrestre, disfrazado como una monja de la orden de las  “Carmelitas Descalzas” con voto de silencio, para que no escuchasen su voz de hombre por si acaso le preguntasen algo, se iría de a pie hacia el sur del país, pasando de milagro por la frontera Ecuatoriana. Y ya desde allí, en un buque de cabotaje que intercambiaba mercancías con países cercanos, recaló para siempre en las costas de un país Centroamericano. Nunca más regresaría a Colombia.

Moriría de viejo, triste, creyéndose irrealizado, todavía contando los muertos de aquella fatídica madrugada del 6 de diciembre de 1928, hablándole y refiriéndole  a sus nietos, sobre aquella otra tierra, dorada, pródiga, su tierra, con una gente valiosa, única e irrepetible, que si no fuera por la mala hierba de esa “elite” inservible que creciera como una plaga contaminándola, seria el paraíso soñado y

prometido en todos los libros sagrados del mundo. Murió sin conocer la oración por la conciencia de los derechos civiles: “Yo tengo un sueño”, de Martin Luther King; no vivió las protestas estudiantiles de mayo de 1968 en Paris, que hoy cobrarían toda vigencia, contra la sociedad de consumo, el imperialismo, el autoritarismo, que pedía a gritos en las calles la abolición de la sociedad de clases y puso contra las cuerdas al gobierno de Charles de Gaulle; no tendría noción de la gesta heroica de Nelson Mandela; no habría estado en Woodstock, ni escucharía en largas y luminosas noches de bohemia, las canciones de protesta de Facundo Cabral, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Rubén Blades, Fito Páez, ni mucho menos a ”Imagine” de John Lennon, y ni a “My sweet lord” de George Harrison.

Pero, que aún así, sus pasos descalzos, buscando la libertad, no se perderían. No serian en vano. Volverán otra vez andando desde los horizontes en esa lejanía dibujada con un rumbo noroeste, dos cuartos al oeste de Sharamatuna, para ser pisados con firmeza una y otra vez, los campos fértiles de este pueblo bendito y ser  fecundados para siempre con amor, por los pies descalzos de esos hombres y mujeres libertarios, los siervos de esta tierra, sus verdaderos dueños, que vendrían en crecientes multitudes, anunciados con anticipación por aquella voz profunda de poeta que decía: “!Crece, crece, crece, la audiencia”, en ese poema en prosa perfecta de “El sueño sobre las escalinatas”, escrito con gran inspiración, por Jorge Zalamea Borda, que comenzara diciendo: “Como los  lectores de libros sacros, los pregoneros de milagrería y los loteadores de paraísos y nirvanas, también yo he de sentarme de espaldas al rio, frente a las escalinatas plagadas de creyentes y obsedidas por dioses vivos y muertos; frente a los templos de ladrillo y cobre sobre cuyas escamas la luz hierve y crepita; bajo los empinados palacios en cuyas azoteas cunde la algarabía de los monos,”…  

 

Y que seguiría, y seguiría nombrando, enumerando, convocando, uno a uno, a los desposeídos, a los abandonados, a los desheredados de su propia tierra, con una descripción de la condición infrahumana de los creyentes, a los que invitaría a formar parte de una gran audiencia para decirle al mundo, de la inmensa desigualdad y miseria en que vivirían todavía gran parte de los seres humanos, en un gran reclamo a los poderes, con la muestra de esa cruel realidad de los invitados a ese gran audiencia.

Esa, la de los desposeídos, los abandonados, los maltratados, los humillados, que serian los mismos que recogerían esos pasos para acudir a ese llamado, el mismo que le hiciera Raúl Eduardo Mahecha a los trabajadores de las  bananeras para reivindicar sus derechos, y como en aquel “Sueño de las Escalinatas”, acudirían todos a ese encuentro en multitudes, y darían esos mismos pasos sin retroceder ni uno solo, hasta redimirse, en lo que tal vez seria una, o mejor, su ultima oportunidad. No la desperdiciaremos.

Continuará…

 

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