Florence. 6ª parte “El Patio de la Parra”

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Por Rafael Gómez LLinas

El contador en jefe de la United, Jean Pierre Cascandet Henry, un Martiniqueño que por miedo había huido en el primer barco que encontró en los muelles de Fort-de-France, el día de su presentación obligada al llamado a enlistarse en el ejercito Francés, para ir al frente de batalla en  Europa a pelear contra Alemania, la sincronía del destino lo puso como polizón equivocado en la bodega vacía de un buque de la “White Line” que se reabastecía en esa isla de sotavento, para seguir su curso hacia las costas de Sharamatuna a recoger banano. Años más tarde ese alegre desertor Francés, delegaría en su auxiliar mayor, Acacio Miguel Gamero Llanes, el pedido de ayuda de la Madame Papindó para cuadrar los asuntos contables del burdel. No pudo hacerlo él. Ese momento no era para él. Ya esa cita marcada por el destino, estaba apartada con siglos de anticipación, para que se diera sin ninguna posibilidad de cambio, el encuentro de Florence con Acacio Miguel.

Jean Pierre Cascandet Henry, Había sido convocado de urgencias ese mismo día, a la trastienda del Café Tulita por Raúl Eduardo Mahecha, junto con otros miembros importantes de la “Unión Sindical de trabajadores”, con el propósito de discutir discretamente sobre la inminente huelga de los trabajadores de las plantaciones, por el fracaso de las peticiones que en un corto documento de nueve puntos, le habían hecho a la United a saber: Seguro colectivo obligatorio; Reparación por accidente de trabajo; Habitaciones higiénicas y descanso dominical; Aumento en 50% de los jornales de los que ganaban menos de 100 pesos mensuales, lo que seria igual a un sueldo mínimo; Supresión de los comisariatos; Cesación de pagos y prestamos por medio de vales redimibles solo en esos comisariatos; Pago semanal en efectivo; Abolición del sistema de tercería en la contratación para eludir prestaciones laborales y por ultimo, un buen servicio hospitalario que sustituyera la larga fila al sol, solo para recibir edulcoradas pastillitas del Dr. Ross, y a veces, un repugnante vermífugo colectivo. Eran unas peticiones justas y no muy diferentes de las que la legislación de este país desarrollaría con el tiempo.

Estaban preocupados. El 7 de Octubre, “Pedro M. del Rio, Nicanor Serrano y Erasmo Coronel, los tres negociadores escogidos por los trabajadores, habían viajado a Santa Marta para presentar el pliego de peticiones, pero el gerente de United, Thomas Bradsaw se negó a recibirlos”. Días mas tarde Mr. Bradsaw cínicamente les hizo saber que “no podía discutir ese pliego porque ni ellos ni los trabajadores a los que representaban eran empleados de la compañía”, dado que el gobierno había dispuesto mediante un decreto, que “los trabajadores de los contratistas no lo eran de la compañía, por no existir entre aquellos y el patrono ningún vinculo jurídico”.

La compañía los ignoraba y el gobierno nacional con sus negativas a esas peticiones con decretos amañados y traicionando su soberanía, solo parecía defender los intereses Americanos. Se encontraban en un callejón sin salida. Encerrados, por un tapiado alto de desprecio y denegaciones en todas sus boca calles, cuya única vía de escape pareciera ser la huelga generalizada de los veinticinco mil trabajadores de las plantaciones. Ellos hubieran preferido otra solución.

El asunto era que connaturalizados como estaban a vivir en pésimas condiciones, laborar sin descanso, mal pagados, sin prestaciones ni amparos, sin una debida atención medica y montados en la rueda adormecedora y sin fin, de beber y putear todos los fines de semana sin conocer una opción deferente, esa insana relación laboral les parecía normal y era difícil que lucharan todos unidos por sus derechos. Como quien dice: “que el que nunca ha comido gallina, la mierda le parece huevo”, y todavía, no había entre ellos, una clara consciencia de la necesidad de un consenso generalizado para irse al paro.

Necesitarían de un acontecimiento fuerte que los condujera a eso. O tal vez de un milagro. Y justamente eso fue lo que sucedió: Un raro determinismo en que los sucesos en la naturaleza o en la vida, serian causados por eventos precedentes o por leyes naturales inmodificables. Y que todo lo que nos lleva hasta un punto por lejano que sea, pasaría siempre por una razón. Entonces todo tendría un propósito, un orden, y todo estaría determinado… ¿O no?

Jean Pierre Cascandet Henry habria podido irse el día de su huida de Fort-de-France, en un buque con destino a Costa de Marfil como tenia previsto, de no haber sido por la pequeña demora que tuvo cuando se le ocurrió a ultima hora,  ir antes de partir a la iglesia a encomendarse a la virgen del Carmen, o más bien a Yemayá para que lo protegiera de si misma. Cuando por fin llegó a los muelles, ya ese otro curso de su vida hacia apenas un instante había zarpado sin él en ese barco, se disolvería en la brisa del océano Atlántico antes de llegar a las costas Africanas, y nunca tomaría vida. Le tocaría entonces gastarse hasta el ultimo centavo que le quedaba de reserva, en sobornar por segunda vez a un centinela de cubierta, para abordar subrepticiamente un buque bananero de la Flota Blanca hacia el encuentro con ese otro destino que ese si, estaba escrito de antemano en los números en rojo de las descuadradas cuentas del burdel de la Papindó, del que seria él, un providencial instrumento al servicio de unos avatares insospechados, que permitirían a Florence conocer a Acacio Miguel, el amor de su vida.

De tal manera, que los avisos ocultos en el acierto escatológico de aquella paloma en el uniforme de la fiel empleada de Florence, que en su vuelo sobre el jardín de su maison de résidence en Saint Remy D´Provence, la desviara de la ruta del olvido para que recordase la nota escrita por la Madame Papindó que hablaba de la inminente hora de la partida hacia estas tierras lejanas de Sharamatuna; también la prolongación de los pliegues relativos del tiempo, que dilataron por una fracción de segundo el cierre de la puerta de sus aposentos para su entrega, junto con el recuerdo intacto en su memoria de sus juegos infantiles que lo permitieron, abrirían el portón de unos improbables avatares, para que en una lejanía de miles de kilómetros, Florence finalmente se encontrara con Acacio Miguel en el absurdo escenario del salón de baile del burdel de la madame Papindó, y se detonara la explosión de sensaciones y sentimientos de un amor eterno, que cerraría de una vez y para siempre el portal de acceso al exquisito y húmedo tesoro escondido en el fondo de su entrepierna, ahora solo dispuesto por la magia de ese grande amor, para abrírsele solamente a su muy amado, Acacio Miguel.

Esa decisión de no acostarse con más nadie, causó un gran revuelo y un cambio de viento a favor de las probabilidades de la huelga de los trabajadores de la United, que entraron en franca desesperación y por primera vez se reunieron por iniciativa propia para exigirle a la compañía que lo solucionara con la formalización de la estadía permanente en Sharamatuna de aquellas famosas tetonas Texanas de remplazo, porque para colmo de sus desgracias, las otras “madeimoselles” de todos los burdeles de la Calle de las Piedras, en solidaridad con Florence, también se negarían a prestar sus servicios a cambio del pago con los vales de la United, que solo podían redimir adquiriendo enlatados, utensilios y cachivaches inservibles en su comisariato. Ese abandono fue aún más fuerte para ellos que el desprecio permanente del gobierno, que en una absurda y reaccionaria demostración de poder y por miedo a la amenaza de represalias que le hiciera el gobierno de Theodore Roosevelt, cediera incondicionalmente a los abusos laborales de la United, y por primera vez, se despertase por fin entre los trabajadores, la realidad del entendimiento de sus pésimas condiciones laborales y de vida, desatando el inicio de una unión entre ellos para la inminente huelga.

los representantes de las 63 fincas de la zona Bananera, se reunieron de urgencia en Ciénaga, en la casa de puertas abiertas de Cristian Vengal un despierto Curazaleño que dirigía la Federación de trabajadores del ferrocarril. Y como si fuese parte de un  extraño presagio, ese día 11 del mes 11 a las 11 de la noche, fue tomada la decisión final: Al día siguiente los trabajadores de la zona bananera, sin más opciones ni caminos que tomar, entrarían en huelga contra la United Fruit Company y los productores locales. Raúl Eduardo Mahecha, ese hijo de campesinos Tolimenses y líder de la huelga, muy temprano, utilizando en complicidad con sus operadores el mismo telégrafo de la compañía, lanzó para el inicio de la huelga, el lacónico mensaje acordado: !Estamos en huelga!.. ¡Viva la huelga!  En minutos ese mensaje se esparció como pólvora por toda la zona bananera. Delegados de esa asamblea también regarían la voz por todas las poblaciones, puestos y campamentos, y el 12 de  noviembre por la tarde, el inmenso andamiaje del aparato productivo de la United Fruit Company  se habria ya detenido.

Los dramáticos acontecimientos que se desgranarían vertiginosamente a partir de ese día, se atalayarían en uno u otro bando a fuego y contrafuego. La United, ante la posible escases de mano de obra por el inminente comienzo de la huelga, había dado la orden de que todo el banano fuese cortado y embarcado, y la Unión de Trabajadores temerosa que la compañía acabara con la fruta y cerrara sus operaciones antes de que prosperara la huelga, pondrían obstáculos y se alojarían en carpas sobre la vía del ferrocarril para impedir que la fruta llegase al puerto. La compañía trataría de contratar para el corte a unos obreros nómadas conocidos como los “patas negras”, y los trabajadores regulares con amenazas no los dejaron trabajar. La United se negaría a pagarles lo que les debía por el trabajo de los últimos días de octubre y la primera semana de noviembre para asfixiarlos, pero los comerciantes de Ciénaga, unidos, una especie de Cámara de Comercio de la época, enemigos por razones de competencia de los comisariatos de la United, les facilitaron  provisiones para su subsistencia.

Aquí hay que destacar la gran ayuda que recibieron de Don Juan B. Calderón, un rico comerciante y gran dirigente Liberal, que muy generosamente abrió de par en par las puertas de su almacén y les facilito comida, provisiones sin limites, dinero y todo lo que necesitaran, para resistir los embates de la escases en la huelga. Y mientras los trabajadores le exigían al gobierno que admitiera la legalidad de sus demandas y a la oficina general del trabajo que mediara en eso, la Compañía  presionaba al gobierno a través del brazo largo de la embajada Americana y lo amenazaba con la posibilidad de una invasión si no se protegían sus intereses.

Los gobiernos de la llamada hegemonía conservadora, veían con preocupación y recelo cualquier tentativa de organización sindical, le temían a la movilización de obreros y campesinos que exigieran un mejor tratamiento y dignas condiciones laborales, odiaban a las clases menos favorecidas que pedían una formal y mejor participación en la actividad económica y política de la nación, e interpretaban a estas expresiones no como las solicitudes justas de unos sectores sociales con total derecho, sino como una conspiración comunista estimulada por agentes extranjeros, el “Castro Chavismo” de la época, o como el comienzo de una gran insurrección liberal, una guachafita de la plebe que pretendía sin merecimientos humanos, divinos ni unción arzobispal, atentar contra su más que merecida perpetuidad, hasta el final de los finales del  tiempo, en el poder de la nación,  y amen.!

Así las cosas, ese equilibrio del pulso entre ambos “bandos” en conflicto se perdería, cuando el gobierno como un arbitro tramposo, inclinara la balanza por miedo y mezquindad a favor de la United, al acatar sin ninguna resistencia, la ignominiosa orden que le diera recubierta de eufemismos la embajada de los Estados Unidos, antes transmitida de soslayo a esta, por el Departamento de Estado Americano, que a su vez tal vez la recibiera en secreto como una sutil insinuación, desde la penumbra de algún elegante despacho en las alturas de la 57th Street de Manhattan, por algún innominado y frio personaje con intereses marcados en ese multimillonario negocio del banano, y que el torpe y tristemente recordado presidente godo Miguel Abadía Méndez, finalmente la endosara al infame general Carlos Cortez Vargas, que para su cumplimiento, ordenara a la tropa disparar a mansalva y sin misericordia sobre el grueso de los trabajadores reunidos con engaños desde el 5 de diciembre en la plaza de la estación de Ciénaga.

Y así, el hilo de la sangre derramada cobardemente aquella madrugada del 6 de diciembre de 1928, que desde ese día habria doblado esquinas, subido paredes, atravesado plazas, salvado campos desolados y mares, escalado montañas, bajado laderas y penetrado la mente sana de hombres buenos para que ese oprobio no sucediese nunca jamás, todavía aún no ha encontrado descanso en su recorrido sin destino por todo este territorio, en la búsqueda infructuosa de  su propia redención. Y esta historia, aunque se crea otra cosa, por todo lo que se ve: violencia, injusticia social, atraso, degradación e inequidad, una clase decadente al mando de gobiernos reaccionarios y corruptos, que hasta hace muy poco instigara con incentivos perversos a su aparato militar con la finalidad de eliminar sin mosquearse a 6.402 jóvenes inocentes para demostrar su eficacia, no a mostrado aún su desenlace. No todavía.

Y con absoluta seguridad, no terminara así, ni mal. Porque aquello que comenzara con la milagrosa luz del manto de la virgen del Carmen, sincretizada en Yemayá, que arropara el rumbo que tomara Jean Pierre Cascandet Henry para protegerlo y así evitar que lo arrojasen al fondo del mar,  su propio seno, al ser descubierto cerca de las costas Marfileñas escondido en la bodega del buque en el que partiría para se le diese así, otra dirección  y un segundo aire a su vida, en el que las bailadas infinitas y los amoríos comprados en el burdel de la Madame Papindó, fuesen sin saberlo, el vehículo que permitiera el encaje del destino de toda esta tierra cuando se encontraran para corregirlo, Florence y Acacio Miguel.

Porque una historia  que se abriera con un milagro de la virgen,  hiciera posible el florecimiento de un grande amor, que alterara la inercia de la vida de los trabajadores de las plantaciones, y le pusiera color, vida y esperanzas a sus sufrimientos,  seguramente,  hasta en las ultimas de las palabras de la ultima de sus paginas, estaría descrita minuciosamente, aquella otra segunda oportunidad que tendría este pueblo sobre la tierra, cantada ya por juglares, narrada por escritores y presentida por poetas y soñadores, que con mucha esperanza estaríamos todos aguardando. Y que muy pronto llegará..  Se los aseguro.

Continuará.

Sharamatuna, a los primeros 52 días del año del principio del final..

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