“Florence”. 3ª parte. “El Patio de la Parra”

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Por Rafael Gómez LLinas

Florence y la madame Papindó, hablaron largamente de sucesos en común. De sus destinos gemelos y de sus vidas como situadas en cara y contracara de una misma moneda. La Papindó trató de explicarle con  paciencia como a lo largo de su vida, había observado y podía dar como ciertas, las sincronizaciones del destino. De cómo, lo que sucede  siempre  es  lo  mejor, y  muchas veces, la mayoría, por nuestra poca claridad de consciencia, aunque sea algo malo o accidentado, siempre sucede lo que ya está predestinado. Que a veces las situaciones y las cosas por muy malas que parezcan son necesarias para mejorar, siempre y cuando se entiendan los mensajes que subyacen en ellas. Que la noche oscura invariablemente antecede al día, y que por muy desesperada que una esté, le dijo, mi Diosito lindo, ¡tu misma!,  nunca, nunca, te va a olvidar. Él aprieta pero no ahorca. ¿Qué tal que yo no me hubiera escapado del convento? ¿Qué hubiera pasado si no me hubiera arriesgado a tirarme a la calle para luego irme en una aventura hacia mundos peligrosos y totalmente desconocidos? ¡Tal vez estaría muerta!. O quizás desterrada sin regreso en algún desolado y terrorífico asilo para enfermos mentales, en el frio de paramo de alguna ciudad neblinosa y desconocida…

Además el camino hacia los cielos, la felicidad,  está siempre lleno de espinas, y  todo lo que se consigue con esfuerzos y riesgos es siempre lo mejor. Y la vida mija linda, invariablemente tiene  sus compensaciones. Al final del  camino  te “corona” con lo que tú menos  esperas. Lo único cierto es  que  para que ella te premie, hay que ser valientes, tomar decisiones drásticas y a veces aparentemente descabelladas, para así desviar el destino de una presentida vida llena de infortunios, y para engañar también, claro está, a las acechanzas invisibles de la mala hora. Como quien dice: “Cuando saltas al vacío, siempre aparece la red”…  Dios, mijita linda,  me puso en tu camino, para que vieras el ejemplo de mi vida y para que  te  mostrara una puerta, tal vez la única, de un  verdadero cambio en  tu vida, así como yo también lo encontré en los espacios de esa tierra lejana y mágica  de Sharamatuna

Y fíjate que cosas de la vida. Precisamente mis amiguitas y yo estamos aquí esperando ilusionadas, por una oportunidad para viajar allá… Todo eso se lo dijo la Papindó pausadamente y mirándola fijamente a los ojos. Luego, insinuante y en silencio, continuó mirándola fijamente por un largo rato… Florence se puso nerviosa…  Perdón madame,… ¿Me está usted invitando? La preguntó Florence con voz apagada y con cierto temor. ¡S!! Le replicó en voz muy baja y agachando la vista la Papindó. Porque por lo que yo ya viví, esa sería la única oportunidad que tendrías de desviar radicalmente tu destino aquí, que por lo que veo esta signado por el fracaso amoroso, la infelicidad, la soledad y quizás por la misma muerte. Y porque mijita y eso te lo puedo asegurar, que ni quitándote la vida podrías lograrlo. Eso, terminó por convencerla.

Un leve resplandor que emanó de Florense inquietó a las Madeimoselles. Apareció solo por un instante cuando la Papindó le sobaba los pies mientras le hablaba, y curiosamente, un momento después de terminado el sobo y la conversación, entró haciendo un gran alboroto el mensajero del hotel que había ido por decimoctava vez al puerto con el encargo de madame Papindó de hacer averiguaciones para el viaje, con la noticia imposible para esa temporada de verano, de que por fin habían conseguido una ocasión y el cupo completo para todas ellas y hasta uno de sobra, en uno de los buques que partiría al final de la siguiente semana con rumbo a las lejanas costas de Sharamatuna. Y que además, hasta les podría salir el viaje gratis, si aceptaban la  propuesta  de fácil cumplimiento por la  profesión que ellas practicaban, que les traía del enorme y alebrestado capitán Alemán de la embarcación. ¡Es un milagro! gritaría con entusiasmo Mari France una de las “Madeimoselles” al enterarse de la posibilidad de viajar sin costo alguno. ¡Es un milagro! dijeron las demás en coro.

De la visión momentánea de la trasparencia que brotó de Florence, del retoño  tempranero de su condición de santa y de los milagros que haría cuando alguien con buena intención en el corazón le sobara los pies,  serian  ellas las primeras testigos. La imagen seráfica de ese suceso quedaría entonces  sembrada  para  siempre en la memoria de todas, y sería la semilla de la razón verdadera del posterior y definitivo cambio en sus vidas. Serian ellas,  justamente las nueve Isis, que venerarían y acompañarían a Florence por el resto de sus vidas como sus compañeras, fieles discípulas y vestales de su templo de misterios mayores y enseñanza de alquimia sexual, y sus imágenes, permanecerían en la galería izquierda de la bella y curiosa ermita de St. Crucifié, ( La Santa crucificada) que se construiría muchísimos años más tarde por voluntad y con la financiación de Florence en Saint Remy de Provence, para ser veneradas hasta la consumación de los días como las anónimas “vírgenes” mártires, fundadoras y miembros beneméritos de la orden de “Mon Dieu”, sacrificadas o mejor “crucificadas” por una infinidad de hombres solo por el hecho de pertenecer a ella, y por su inmejorable desempeño en la causa de la salvación de ellos, con la noble practica de su oficio de “catadoras de la fruta” en la desconocida y lejana tierra de Sharamatuna.

Casi cuarenta y cinco años después de ese  encuentro,  Antoine,  el mayor  de los hijos de uno de los sobrinos menores de “Madeimoselle”  Mari France,  asediado por la necesidad después de haber malvendido poco a poco todos los bienes heredados de sus padres, todavía conservaba para la familia el pequeño taller de orfebrería y soldadura en donde fabricaban las estatuitas de bronce de Florence, las que vendían por cantidades para subsistencia de todos, al pie de la ermita construida con su concurso económico en las afueras de Saint Remy de- Provence. Por la creencia arraigada en sus devotos que haría cualquier clase de milagros si le sobaban los pies, y como dijeran los Mamos de  la  “Montaña Sagrada” de Sharamatuna si lo hicieran además “con un buen pensamiento que cabalgase sobre un corazón  armonioso”, fue  llamada por eso, la Santa de las causas perdidas y de la consecución  de los amores imposibles. Y algunos, con conocimiento y algo de picardía la llamarían también con certeza: “La Santa Enamorada”.

¡Entonces así será!…!Me la jugaré y me iré con ustedes!. No importa a dónde.  No importa que sea el preámbulo de una fatalidad…Total, yo me quiero morir.  Ojala sea para renacer en una mejor vida, dijo Florence en voz baja decretando su partida sin saber, he imaginado sin importarle, un futuro desconocido, lleno de aventuras,  tal vez con suerte, tal vez luctuoso, pero más que todo, guiado por el deseo de curar con el bálsamo del olvido de su partida,   todo lo “accidentado”  de su pasado.

Entonces mi nena si es así, te enviaré hasta tu casa, no importa que quede en d´autre Ville, el aviso con la fecha de la partida. Tienes que estar muy atenta. ¡Le dejaré anotada la dirección y allí pregunte usted por Jeanne Valentine mi mucama de confianza!, le respondió Florence. Luego de eso la Papindó la abrazó nuevamente, y le pidió a las “Madeimoselles” que le prestaran algunas prendas de vestir. Las más discretas que pudieran conseguirle y no se despegó de ella hasta que estuvo lo mejor arreglada y vestida posible. Le ordenó entonces, al mismo mensajero que le trajo la noticia de la partida, que la llevara escoltada y con cuidado  hasta la mismísima puerta de su “maison de résidence”.

¡No hay más de que hablar! le dijo madame Papindó….¡No hay mas nada que hablar! Le contestó con entusiasmo Florence. ¡Entonces hasta pronto!  Concluyó la Papindó. Y con un abrazo la despidió, sellando así un pacto que sin saberlo en ese momento, duraría para siempre y que sería necesario para desenlazar los pesados eslabones de las cadenas  que amarraban y detenían  el  curso del verdadero y singular destino de Florence.

Casi en el momento de salir por la puerta del hotel hacia la calle,  la Papindó le pregunto: Bueno, y a todas estas,…¿cómo te llamas?…Habían hablado largamente. Se habían contado cosas de mujer, sucesos en común e intimidades, y se habían puesto de acuerdo para la partida, pero ella no le había dado su nombre. Florence se detuvo un momento y se volteó.  Este… Bueno… ¿Importa eso? Le dijo. Por recomendaciones de su madre había aprendido a no dar su nombre a desconocidos. La Papindó se la quedó mirando. Curtida por su condición de mercenaria del placer y toda una vida de falsas complacencias, engaños, discreciones y fantasías, al instante le dijo: ¡No me lo digas! ¡Eso no importa! ¡Un nombre es lo de menos! Se acercó a ella, tomó un manojo de flores del hermoso arreglo que se hallaba en la mesa de centro de la recepción del  hotel, y despacio, con una leve sonrisa dibujada en sus labios y mirándola fijamente a los ojos, una a una  se las entregó, y  con una que otra, adornó su espesa y hermosa cabellera. ¡Toma!. Le dijo con vehemencia.  ¡Tú  eres como una de ellas!.. ¡Eres la mejor y la más bella de las flores que han pasado por mi vida!.. Le volvió a decir muy bajito. Si vienes con nosotras, cambiaras de vida. Cambiaras de todo y todo lo probaras. Y para protegerte y esconder tu verdadera identidad, cambiaras de nombre  también…

Al entregarle la última de las flores, le dijo: Entonces en honor a eso, a tu singular belleza, a tu nueva vida, y como la floración de la primavera,… te llamaras así. Te llamaras: ¡Florence!… Ese, será de ahora en adelante tu nombre artístico y de presentación… Con el que te registrarás en el puerto para que no te encuentren al momento de  zarpar  y  no sepan  después a qué lugar te fuiste… Con el que deslumbrarás a los hombres a donde vamos… Con el que te ganarás la vida, gozarás y te divertirás… Será ese tu verdadero nombre. Después, en silencio dio media vuelta y con aire de cansancio, desapareció por el corredor,  hacia la penumbra de  las  habitaciones del hotel.

 

 

Mientras Florence todavía no podía percibir y ni siquiera presentir su verdadera condición de santa, una pequeña muestra de su virtud aparecería cuando la Papindó le sobara los pies, asomada en el destello de un pequeño primer milagro que abriría las compuertas del destino, desbordando hacia el campo de todas las posibilidades un nuevo mundo de aventuras, avatares y de sucesos, con el logro del alegre viaje de todas ellas en el buque de vapor Ariadna, con destino a las costas de Sharamatuna.

 

Mientras todo esto sucedía allá, acá se confabularían unas mezquinas decisiones entre al alto gobierno, la United Fruit Company y los señores de la tierra, las que finalmente culminarían en una masacre de mil ochocientos trabajadores, un gran desastre que desterraría para siempre  la hegemonía conservadora del poder en Colombia, sin que el gobierno liberal que lo sustituyera hiciera ninguna diferencia, y de la United, seria el comienzo de un declive sin retorno, con un infierno diferido de desprestigio que todavía hoy no ha alcanzado para redimir sus culpas, pero que tampoco ha permitido la redención de los herederos más merecidos de esta tierra bendita, en tanto que hasta hace muy poco se camuflara para desviar señalamientos y condenas, primero bajo la sigla parroquial y cercana de la Compañía Frutera de Sevilla que solo recogería las sobras de la United, y recientemente con la aparente inocencia del pérfido nombre de “Chiquita Brand”, un mismo diablo con diferente vestidura, que a su antojo expandió hacia otras regiones del norte de Colombia gran parte de sus plantaciones y exportaciones bananeras, patrocinando y financiando grupos paramilitares para eliminar incomodos lideres sindicales, asesinar y desplazar campesinos, y barata, apropiarse de la tierra.

 

La United, acostumbrada a negociar por debajo de la mesa, abusivas condiciones de explotación de las plantaciones fomentando golpes de estado, sobornando gobernantes, amenazando, intrigando, en las llamadas con desprecio “Republicas Bananeras” por el “chief” de la compañía, Mr. Minor Cooper Keith y su par Andrew W. Preston, entraba golpeando fuerte a su favor esa misma mesa de juego de cartas marcadas y de ignominia en Colombia, amparada por la posición dominante de los Estados Unidos su padrino protector, con el cerrado cumplimiento de su rampante “Doctrina Monroe”, facilitada además por el absoluto y conveniente desinterés del alto gobierno de hacer respetar su soberanía prodigándole cómodas y laxas concesiones de explotación, condonando recaudos tributarios, disminuyendo  gravámenes prediales y soslayando el cumplimiento de obligaciones laborales dignas para los trabajadores, en un desbalance que serviría solo para aumentar aún más las exageradas ganancias a la United, ensanchar el monto de las aparcerías en favor de los señores de la tierra, y claro está para aumentar  el peso de la bolsa recibida como pago de sus “servicios” por los gobernantes de ocasión, calcando la misma formula ambiciosa y mercenaria que aplicaron con rigurosa perversidad, a su paso reciente por aquellas mal llamadas “republíquetas bananeras” centroamericanas.

 

Y mientras que la aceitada maquinaria recién echada a andar de la era industrial, auspiciaba un salto cualitativo hacia los espacios luminosos de progreso de las sociedades Eurocéntricas y sus naturales herederos de Norte América, que hoy en día transitan ya inalcanzables por los caminos de conquista de las estrellas y hasta han delegado responsabilidades creativas y de trabajo a una inteligencia artificial, acá en Sharamatuna el tiempo se detendría en el marasmo sofocante de la escena inmodificable de una fotografía monocromática, enmohecida y desteñida de un feudalismo trasnochado, que anclaría tal vez para siempre su destino, en unas irreconciliables y pesadas diferencias, con la ausencia absoluta de  justicia social y la carencia del respeto por el equilibrio de la naturaleza.

 

Esa foto no ha cambiado. Todavía es igual. Y se sigue destiñendo y deteriorando, cada vez más y más… Un día de estos se va, o lo van a pulverizar…

 

 Continuará…

 

Sharamatuna, a los primeros 24 días del año del principio del final..

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