“La Montaña Sagrada”. 13ª parte. “Las Ruedas del Tiempo” “El cambio del destino”

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Por Rafael Gómez LLinas

“¿Qué es el tiempo? ¿Es una corriente que fluye sin parar y se lleva nuestros sueños? ¿O es una vía de ferrocarril?…  Quizás tenga bucles y ramificaciones, y se pueda seguir avanzando y, aun así, regresar a una estación anterior de la línea”: Stephen W. Hawking.

Marcela Hurtado Vargas, o mejor Radha, en la oscuridad de la Kankurua, había perdido la noción del tiempo. Y solo por una claridad que se filtraba entre las rendijas del cancel de la puerta, pudo percibir que se acercaba el alba. En su cara se reflejaba su inmenso miedo. Había visto desfilar ante sus ojos durante horas, infinitas imágenes de una visión aterradora: Las de la destrucción de Seinekun, la madre tierra ¡Estoy viendo como se descuaja y se destruye la tierra!… ¡la amada tierra!… ¡Como sufre!… Dijo en voz alta Radha. Finalmente, el pájaro de la mañana cantó y anunció la apertura de un nuevo día y con este, apareció el Mamo Menjabin. Rodeó el fuego ceremonial y sin mediar saludos le dijo: ¡Radha ahora trasládate a esa tierra que vas a ver en ese tiempo lejano en tu mente… Ve hasta allá, y trata de impedir esa destrucción!. Radha obedeció. Cerró los ojos y sin pensar, simplemente observó en sus más remotos registros de memoria. Con la ayuda del Mamo, vio los inicios de un extraño encuentro que comenzó con hilos muy antiguos; hilvanados con intenciones muy sanas y espirituales; que recorrieron eones de tiempo antes de encontrar el curso que los condujo a la causa por la que aparecieron anudados con firmeza a una tierra lejana, señorial, que sirvió de cuna para que se dieran un sin número de acontecimientos, que contribuirían posteriormente para la aparición de Sharamatuna: Una realidad alterna que salvaría a Seinekun, y a la vida humana en el planeta.

Ante la mente de Radha, se abrió un hueco dimensional, una ventana hacia esa otra realidad, por donde vio como entraba volando a velocidades extraordinarias sobre una ciudad muy antigua, con plazas y calles adoquinadas, acompañadas por casas señoriales y palacetes mudéjar. De pronto en uno de esos callejones, leyó un letrero que descansaba sobre el alfeizar de la entrada de uno de esos palacetes: “Hotel Imperial” decía y al leerlo, su velocidad disminuyó como por arte de magia. Como si estuviera por llegar a un destino ya trazado desde antes, voló en frente de este letrero tan lentamente que pudo observar como salían en ese instante del hotel, Rafael María, uno de los huéspedes, con Carmen, su dueña y Johan, su esposo. Tuvo el tiempo para oírle decir a Rafael: ¡Esta noche vámonos de marcha! Y a ella con una risa franca, que le respondía: ¡Sí!… Y en el lugar en donde nos coja la media noche, para desafiar a las Sevillanas, cantaremos, como la compuso Emiliano Zuleta pero como la interpreta Carlos Vives,  La Gota Fría….

Eso no hubiera tenido ninguna importancia, si no fuera porque su comandante  le advirtiera que esas eran las frases aparentemente sin sentido, que escucharía como un santo y seña, que le darían la certeza de llevar sobre la intrincada ruta cósmica delineada de antemano por la “mente maestra”, el rumbo correcto. Y que sin saberlo todavía, el canto de ese vallenato, como un desafío a las sevillanas, sería el mantra de oculto significado largamente esperado en los conclaves del tiempo, con los que se abriría un nuevo curso del destino, que serviría para conjurar los malos presagios que hablaban de la No fundación de Sharamatuna y así,  de la destrucción de la Tierra…

Siguió avanzando a más velocidad. Voló rauda y alta sobre calles y callejones y en una exhalación, estaba enfrente de la Torre del Oro. Apenas tuvo una fracción de segundo para darse cuenta de eso, y cuando creía estrellarse contra sus muros, orientó su vuelo hacia una pequeña claraboya que vio en lo alto del torreón. Midió la distancia, el tamaño de su orificio, y sintió miedo. ¡No podría pasar! La sensación cenestésica de sus medidas corporales, así lo decían. Fue en ese momento, cuando al mirarse a lado y lado en un acto reflejo, se percató. ¡Su cuerpo ya no era tal! Se vio a sí misma como un enjambre luminoso compuesto por  diminutos destellos de  luz,  y  lo  único que

conservaba de ella era lo que le proporcionaba la consciencia de si misma, la sensación del entorno y  su ubicación espacial. En ese momento de confusión, entre un velo y otro de esa irrealidad oyó casi apagada la voz del Mamo Menjabin que le decía: ¡No desfallezcas Radha!… ¡no tengas miedo!.. Lo que tu desees con determinación y hagas sin temor, lo lograrás. ¡Entra sin ninguna duda por ese umbral y toma la ruta de tu misión y tu destino!

Antes de poder hacer cualquier otro movimiento, se animó con la voz de Menjabin, y continuó con el curso de su vuelo. Entró inexplicablemente por la claraboya haciendo un giro con un ángulo imposible y similar en su descenso, al de los rayos solares que se filtraban por allí a esas horas del atardecer. Al juntarse con ellos los eclipsó con su luminosidad, y como en cámara lenta, pudo ver una fracción de segundo antes de su llegada, a una nudosa y delgada mano que salía de la penumbra y agarraba un reloj de arena que reposaba sobre un viejo escritorio, en el momento justo en que ella con una pasmosa sincronía de tiempo y ubicación espacial, lo tocara al mismo tiempo al final de su inmenso recorrido espacio temporal.

Ese contacto simultaneo, varió toda la sensación que hasta ahora había tenido de sí misma. En ese momento, solo oyó en un pequeño reducto de su mente, tal vez en el único que le quedaba, un sonido, un estallido luminoso con el que su sensación corporal y de conciencia cambiaron. Sentía como si estuviera simultáneamente en todas partes y ocupara al mismo tiempo todo el espacio de ese aposento y pudiera ver desde todos los ángulos a la figura de la persona que agarró para voltearlo, aquel enigmático reloj de arena. Supo desde ese momento que debía acompañarlo con su presencia invisible, y darle la sensación de seguridad que necesitaba para lo que debía hacer. Ahora comprendía que eso era parte de su misión.

Esa fantasmagórica mano  era la del escribiente de la corona, transcriptor para la ocasión, de las listas de las tripulaciones que irían en las misiones de conquista a las indias occidentales. Había entrado unos segundos antes a la Torre del Oro y se dirigiría presto a su despacho ubicado en un altillo en esta enorme caja de caudas en la Sevilla española del siglo XVI, con el fin de recoger las listas de las expediciones y constatar la hora. Lo hizo justo en el  mismo momento en el que Radha se encontrara en otra esquina del Universo con su “Maestro comandante”, para planear su misión…

En una perfecta sincronía con el viaje de Radha, el escribano abrió la puerta de su oficina en el mismo instante en que a millones de kilómetros y de desfase temporal, el maestro comandate le dijera a Radha en su lengua: ¡Ai bu, Azi me´zare Wati!, (Eres bienvenida) y una fracción de segundo antes de que ella le contestara: ¡Ai bu, Azi neki ma azi me´zare teti!, como respuesta a su saludo, también le dieran sin saberlo la bienvenida al escribiente Sevillano desde esas distancias y tiempos, cuando entrara a su oficina y abriera para siempre las puertas de esa otra realidad.

El escribano caminó tres zancadas rápidas hasta llegar a su escribanía y extendió su mano hacia el reloj de arena, tocándolo en el mismo instante                                                                                                                                   en que Radha al término de su recorrido de millones de años y de kilómetros, irrumpiera inmersa en ese haz de luz por la pequeña claraboya en lo alto del vetusto paredón de la Torre del Oro y también lo tocara. En ese momento de contacto, se dio un encuentro que jamás terminaría. Sin embargo ese notorio encaje entre una realidad y otra, no fue notado por el atormentado escribano. No todavía…

Para determinar otro ciclo del tiempo el escribano le dio la vuelta al artilugio de arena y al hacerlo, sintió un leve presión en su mano, como si algo la tocara empujándola, y con este contacto, la atmosfera del recinto se volvió distinta. Por un momento la vio más iluminada, y que todo, hasta el tiempo, había cambiado. Una sensación indefinible de seguridad lo invadió y la presencia de algo o de alguien que le dio la confianza y la certeza de lo que debía hacer, copó tranquilizando, todos sus sentidos.

¡Coño, ya son las seis… Dijo al constatar la hora. Caviló por un momento sobre el extraño estremecimiento que había sentido, como si de golpe presintiera la cercanía de los acontecimientos que se desatarían con la decisión que iría a tomar, y dijo en voz alta: ¡Está decidido!.. ¡No transcribiré para la firma del Rey el manifiesto con esta lista de tripulantes!.. ¡Si son ellos los que van a conquistar esas tierras, habrá muchísima muerte y destrucción!. Inexplicablemente con esa sensación de acompañamiento, había superado todas sus dudas y perdido el miedo, y a partir de ese momento, Radha con su presencia desde esa dimensión evanescente, le trasmitiría el valor necesario para cambiar el curso del destino, y hasta final de sus días, nunca dejaría de alentarlo por los canales sensitivos del alma. Lo haría, hasta que se volvieran a encontrar en circunstancias distintas en las Ruedas del Tiempo, por gracia de esa otra realidad que con la ayuda de ella, para la supervivencia de la vida en la tierra, él estaba a punto de abrir…

Se sentó al frente de su escritorio mirando desde allí por una ventana de la oficina de alistamiento del Almirantazgo Español. Las aguas tranquilas del río Guadalquivir se veían pasar lentas y sinuosas por su registro óptico y en la otra orilla, Triana reverberaba en una realidad que se perdía por momentos en los colores anaranjados del atardecer. El río mismo parecía de mentiras, y la tarde, fenecía en medio de uno de esos largos y monótonos días estivales.

Era Don Víctor Cabal y Villa. Estaba inquieto. Masticaba el aire sonando las chapas postizas de su dentadura, en una manía que se le veía cuando su mente trabajaba más de la cuenta. Sus ojos brillaban. Recordaba con preocupación a unos extraños personajes con vestiduras blancas, gorro igual en forma de cubilete y mochila terciada, que se le aparecieran muchas veces en sueños, advirtiéndole de los peligros que correría la humanidad si zarpaba esa expedición con esa tripulación… !No puedo permitir que eso suceda!. Dijo como pensando en voz alta, y sin más dudas, se levantó como un resorte de su poltrona y se dirigió hacia la ventana. Ya en su proximidad, acarició la barba de perilla que remataba su anguloso mentón y con su otra mano, apretó hasta estrujar, dañar y luego desechar un par pergaminos finamente caligrafiados: Era la lista original de la tripulación escogida por el almirantazgo para acompañar al funcionario notarial de Triana, Don Rodrigo Galván de Bastidas, a una expedición de conquista a una de las costas al norte de las Indias occidentales… Tal vez la más bella, la más enigmática. Entre otras razones, por la presencia de la inmensa Montaña Nevada y todavía sin nombre, que reposaba llena de misterios a sus espaldas…

Y así, con esa decisión, toda esa confluencia de sucesos conducidos por Don Víctor Cabal y Villa, o mejor Wataco, con la ayuda angelada de Radha, desembocarían en otra realidad con el zarpe clandestino de Ariadna, aquella enorme carabela con su numerosa tripulación cambiada, como de mentiras, de gente buena y con un alto nivel de consciencia, que zarparía con un manifiesto falso pero aparentemente cierto, o cierto pero aparentemente falso, eso nunca se sabrá, para enrumbarse por la mar oceana, hacia un destino atemporal, incierto, lejano, que por fortuna concluiría en otro tiempo y en otra realidad, en esas costas lejanas con la fundación de Sharamatuna…

Y como respuesta a esa desviación del destino, la tripulación codiciosa,  aurívora, desalmada, descastada, comandada por el adelantado Rodrigo de Bastidas, probablemente a esta hora todavía navega errática y sin rumbo cierto en otros tiempos, buscando por siempre unas falsas coordenadas náuticas inventadas por el escribiente sevillano y transcritas en un manifiesto ese si falso, en copia alterada para la firma del rey con el fin de no alertar de la partida de Ariadna, y para que de todas formas, en otra línea del tiempo, la de Bastidas, también zarpara confundida con muchas otras naves de la enorme cruzada invasora que en oleadas despachara la corona Española con destino al nuevo mundo desde la Sevilla Andaluza, con la falsa certeza que irían a fundar en ese otro rumbo de la realidad, a una villa, una provincia, que sin saberlo nadie todavía, tal vez, solo tal vez, se podría entonces llamar, o se llamaría posteriormente, ¡Santa Marta!

 

¡Que nuestros caminos vuelvan a comenzar, que la tierra caiga otra vez sobre la tierra, que el agua vuelva al agua, que el fuego arda, que el aire circule, y que en nuestra libertad, la escogencia entre una realidad u otra para anidar nuestro destino, siempre sea conducida por la sabiduría, y con la complicidad del tiempo,  que lo mejor sea siempre lo que suceda!… Porque el futuro, no esta escrito todavía. Y la decisión de estar en Sharamatuna o tal vez en Santa Marta, en una realidad u otra, o  en un mundo u otro, siempre será nuestra…

 

Continuará…

Santa Marta, perdón, ¡Sharamatuna!, Corazón del Mundo,  250 días después

del confinamiento…

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