“La Montaña Sagrada” ..8ª parte “Las Ruedas del Tiempo”. “La Kankurua”

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Por Rafael Gómez LLinás

El capitán D´Saint Chezcott y toda la marinería al  traspasar  lo que pareciera ser una frontera dimensional hacia esa otra realidad en “Tierra Sagrada”, todo les cambió. En ese momento, ocurrió algo realmente extraordinario. A pesar de que caminaban hacia ese mundo distinto, lo veían como si todo se hubiese juntado sin distingos en un solo y único tiempo y que todas las partículas de la composición cuántica de sus cuerpos se hubiesen sublevado y se  convirtieran en unos seres diferentes. Se alejarían, mas allá de su amarre dimensional al dar un salto fuera de su inmenso holograma- universo, y se volverían otras personas, en otro lugar y en otro tiempo, pero igual sin dejar de ser ellos mismos, en este mismo espacio, ahora, y en este mismo momento. El tiempo se rindió ante esta elevación de conciencia regresando al comienzo de su historia, y solo cuando sus pensamientos volvieron sobre si, encontraron el camino hacia esa otra realidad..

Una realidad que los llevó millones de años de aceleración en el tiempo, y al punto exacto del encuentro con aquellas personas vestidas de blanco, tal y como lo habrían escuchado de una extraña voz proveniente de muy lejos: “Para que todos se vieran en un mismo tiempo, completos, sin dobleces, sin ningún atisbo de dudas, sin percepciones erróneas y en la totalidad de su  destino. En su principio y también en su  final”…

La escala de esto de todas formas, desafiaba toda comprensión. Los razonamientos sobraban porque no cabían allí. La concepción espacio temporal acostumbrada por ellos y la secuencia lineal del tiempo fue rota al traspasar la frontera de tiempo abisal de la Línea Negra, y de repente, se encontraron caminando hacia el círculo interior de un mundo fantástico a millones de kilómetros de su lugar de origen, y  millones de años  alejado del punto de encaje de su vida en el tiempo. Y solamente porque ese era el propósito de su misión, y en su mundo ya todo eso lo habían vislumbrado aun sin comprender del todo su alcance a pesar de su enorme evolución y avance  tecnológico, sorprendidos y con mucha curiosidad siguieron adelante..

 

Después en el andar, la sorpresa fue grande. Cuando pisaron el suelo al interior de ese muro circular de piedras, en esa “Tierra Sagrada”, en contraste con la hierba húmeda de afuera, ¡este suelo era cálido! La sensación al tocarlo fue como si pisaran la arena de una playa en una mañana soleada, un fenómeno inexplicable a esas alturas casi de paramo y a esas horas altas de la noche, y sorprendidos por eso, caminaron  en su interior en medio de una floresta tupida, llena de aromas y de diferentes alturas, que como sombras vivas en medio de la noche hablaban con el rumor de su follaje, y los rodeaban  rozándolos como si los guiaran en el andar por el estrecho sendero.  Lo hicieron sin premura. Y de golpe, sin siquiera presentirlo, se abrió un espacio, un claro en el plantío, y en medio de este, aparecieron un par de domos a escala humana que se antojaban a la vista difusa de la noche como un par de formidables animales prehistóricos, dos enormes paquidermos del  paleolítico con un pelaje de paja reseca por el paso infinito del viento y del tiempo, aparecidos de repente de mundos desconocidos y de otras épocas, echados allí, o mejor como sumergidos o atascados por alguna razón desconocida de la mitad de su cuerpo hacia abajo, en ese mar de energía palpitante en esa tierra llena de vida. Mientras esto sucedía, de repente oyeron aquella misma voz lejana, dramática, perdida, que les decía: “¡Deténganse!.. Ustedes por primera vez van a entrar a una Kankurua y para hacerlo deben realizar un antiquísimo ritual… Para entrar por primera vez a este sitio sagrado, como a cualquier cámara oculta o espacio de pensamiento, se requiere hacerlo de espaldas. Como si recorrieran el tiempo hacia atrás, retrocederán en el umbral de la puerta al entrar, y lo harán como si ya estuvieran saliendo…Y así, juntando en un solo y único tiempo la entrada, la permanencia, y la salida del interior de este sitio ceremonial, la inutilidad del pasado y la ilusión del futuro rodaran juntas en un perenne presente… De esa manera, en esa quietud temporal, las realidades que sean vistas, sentidas y conocidas en este espacio sin tiempo, se les verán completas, sin dobleces, serán comprendidas sin ningún atisbo de dudas y en la totalidad de su destino. En su principio y también en su final… Y por eso harán de este, un momento consciente”.. 

Radha y sus acompañantes siguiendo el dictado de esa orden, dieron sin proponérselo otro giro sobre si mismos. Caminaron entonces por supuesto de espaldas, encima de lo que parecía ser en la oscuridad un sendero hecho con  piedras pulidas de rio. Apartaron la estera que hacía las veces de puerta y entraron por fin, a lo que después, mucho después, sabrían, era la mítica Kankurua de Makuoro. Su espacio interior, su base, era perfectamente redonda. Y su alzada en forma de domo, coronada por una abertura circular rodeada de palos que miraban hacia el cielo nocturno cual antenas abiertas al cosmos, como realmente lo eran, le daban una rara apariencia ventral. Un sentimiento de recogimiento y respeto los embargó y sintieron al interior de ese vientre, en esa esfera de ambas polaridades, la liviandad del comienzo de la vida y el peso de su final, pero extendidos mas allá de los limites de ese piso polvoriento en donde se hallaban parados, con la clara certeza además, de que este suelo no era el principio de su presencia como tampoco su alzada era su final..

Lo sintieron tal y como en medio de la atmosfera mágica de ese mismo antiquísimo ritual, se lo afirmaran casi al final, los Mamos de la Montaña Sagrada que conocen y viven por su Ley de Origen, la condición de “Súper simetría” de todo en el universo, y por reflejo holístico el de la “Simetría bilateral” en el cuerpo de todos los seres vivos: “La Kankurua, la casa ceremonial, es como todo el mundo conocido… Como el mundo de lo tangible… Como la vida… El piso de ella es como un limite,  una frontera entre lo existente y lo no existente. Debajo de ese piso hay otra Kankurua invertida que es como un reflejo hacia abajo, hacia los mundos opuestos, como los de la muerte, de esta Kankurua que está hacia arriba… hacia el mundo de la vida…Hacia el mundo de lo existente, y en el que nosotros estamos. Y todo lo que sucede aquí en la Kankurua de este lado, la que está en el mundo de la existencia, sucede de igual forma, exactamente al mismo tiempo y con la misma sincronía, en la que está hacia abajo… La del otro lado… La del mundo de la NO existencia”…

O también como se los asegurara el Mamo Seukukui en algún momento de esta extraña palabreada nocturna, golpeando fuerte con su pie izquierdo el piso polvoriento y oscuro de la Kankurua de Makuoro: ¡La Kankurua de este mundo, el que se ve, aquí donde estamos, tiene encima de ella, hacia arriba, o sea en las dimensiones de este lado, las del lado de la vida, “NUEVE”  Kankuruas que no se ven! ¡Pero que existen! Y hacia abajo, hacia el mundo de las dimensiones opuestas, “ NUEVE” Kankuruas invertidas que están en el mundo de aquí abajo, y también en los mundos que están debajo de todos aquellos  NUEVE mundos que están debajo”…

Como si de alguna manera el Mamo Seukukui con esos golpes al piso de la Kankurua de Makuoro, hubiera querido romper aquella frontera liminal que según ellos, como un “espejo” multidimensional, o inter dimensional, separa las dimensiones de mundos paralelos y como ya sabemos, también por demás simétricos: Como lo son la vida y la muerte. O mejor, como si quisiera  penetrar el  punto de gran unificación en donde nace y se expande el universo: Tanto hacia este lado de la existencia, como el que se encuentra y se expande en sentido contrario, hacia el otro lado de ese agujero sin tiempo, de alta densidad y de infinita gravedad, que separa a la materia de la antimateria. A la luz de la oscuridad. O a la vida de la muerte, y esta a su vez de una nueva vida… O a un Universo de otro. O  su dualidad.. O tal vez queriendo solamente mostrar la existencia  simbólica de los nueve universos, o nueve Kankuruas más arriba e igual más abajo, de esos ignotos universos incomprensibles e infinitamente “grandes”, repetidos por siempre unos dentro de otros, como gigantes dentro de otros gigantes, amarrados desde siempre y  para siempre a la novena esfera. Al numero  NUEVE: Al cuadrado de la velocidad de la luz: ¡90.000.000.000 km./seg. Y que paradójicamente, por muy grandes que sean, son muchísimo más pequeños que el más pequeño y fugaz de los pensamientos de estos singulares seres humanos… De todos.

 Y que curiosamente, cualquiera que fuese el  numero de su masa, el  que define su peso, o la suma de todas sus células, o la  distancia entre su dedo gordo y su coronilla, o cualquiera de sus medidas,  inclusive  la  de sus pensamientos, siempre estarían ligado a esa constante: A esos “once” números: 90.000.000.000 Km./Sg… ¿Que corresponderían a las once dimensiones del espacio tiempo?… Estarían ligados a E=M.C2. O sea, a ¡E = M x 90.000.000.000 Km./Sg!..

En todo este episodio de contrastes extremos, de luz y de sombras, de ambientes distintos y opuestos, de separaciones en distancias de tiempos y espacios, solamente había algo muy en común: ¡Las personas vestidas de blanco que les habían explicado un momento antes los desfases del tiempo en la claridad y pureza espacial de aquel gigantesco domo sin limites ni horizontes, eran las mismas que se encontraban en la oscuridad de esta estancia.!. Solo que en ese espacio en penumbras, oloroso a paja, tierra seca, humo de leña y tiempo detenido, Radha y sus acompañantes a diferencia de la luminosidad y pureza de antes, los percibieron esta vez como siluetas fantasmagóricas que entre luces y sombras vistas en distancias de vida y de muerte, se dibujaban difusas e imprecisas detrás de una chispeante fogata de leñas que marcaba el centro de ese espacio ceremonial: Eran las figuras imponentes, irreales, de los Mamos Serankua, Seukukui y Menjabin, esos mismos enigmáticos personajes vestidos de blanco de la vez anterior, pero que sentados esta vez en sillares de piedra al alrededor de ese fuego, eterno símbolo de la existencia y en silencio, cerraban el espacio en el que se haría la reunión. Los estaban esperando. Entonces el capitán, Radha y los demás  acompañantes, se ubicaron a su vez en el suelo junto a la fogata y frente a ellos.  Los saludaron otra vez como si nunca los hubiesen visto, y a su vez, uno de los Mamos, el más anciano, sonrió nuevamente y en medio de la penumbra y la atmosfera mágica de la Kankurua de Makuoro, les dijo otra vez como desde tiempos inmemoriales, desde siempre, ya les había dicho:

Vengan  para que sepan como son realmente las Ruedas del Tiempo… Vengan para contarles, como son…

¿Dónde estaban perdidos hermanitos?… ¿Cómo supieron a donde venir?…

Radha sobresaliendo con su voz en medio del pequeño grupo de visitantes, tímidamente le respondió:  ¡Tú me trajiste!..

Yo no te he traído… Yo te quiero llevar… le dijo el Mamo

Ven y te cuento… Luego miró de soslayo hacia el resto de la tripulación y  les dijo:  Vengan ustedes  también…

Vengan y les cuento a todos como son las Ruedas del Tiempo… Vengan otra vez, como desde siempre han venido, y les cuento… Les cuento a todos como es su principio,  pero también  su final…

Continuara..

Santa Marta, Corazón del Mundo, 217 días después del confinamiento..

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