La Montaña Sagrada. 7ª parte “Las Ruedas del Tiempo”. “Tierra Sagrada”

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Por Rafael Gómez LLinas

Entrada la tarde un Mamo joven se presentó al sitio donde los invasores ya en tierra, habían levantado su campamento.  Les dijo al Capitán D´Saint Chezcott,  a los oficiales y a toda la marinería, que el Mamo de mayor jerarquía en la comunidad, había decidido como gesto de bienvenida invitar a cinco de los viajeros a un ritual muy especial y de muy rara ocurrencia, que comenzaría en Makuoro al día siguiente por la noche..

Alguien le preguntó quiénes eran los convidados y este les respondió: “Tranquilos, que esta noche lo sabrán”. Entonces, al rato todos se fueron a dormir. A la mañana siguiente, para gran sorpresa, justo cinco personas de ese grupo mayor, habían soñado lo mismo: Aquel anciano Mamo Tayrona ya conocido, resplandeciente, nimbado de mucha luz, se les apareció en sueños y sonriente les mostraba con su mano izquierda un camino y al fondo unas imágenes aparecidas de la nada. Las señalaba varias veces y cada vez que lo hacía, iban apareciendo en su lugar, otras diferentes. Y cada vez que señalaba algún punto de ese espacio de donde surgían diferentes situaciones, paisajes , historias,  solo decía: ¡Tikun!.

 

Como si en el punto que señalara y en el que ellos enfocaran la mirada y la atención, se fuesen abriendo pliegues de muchos otros tiempos, distintas situaciones, realidades y diferentes personajes, y en estos, muchísimos otros más. Como dimensiones dentro de otras dimensiones o espacios dentro de diferentes espacios. De pronto el anciano Mamo en el sueño les tocaría con su mano derecha la espalda, y todos sentirían una especie de descarga eléctrica, una corriente cálida que ascendía por la columna vertebral y los sumergía en una atmosfera, un espacio colmado por una energía de una pureza extraordinaria, blanca, resplandeciente. Y eso fue todo. Los que vivieron ese sueño a la mañana siguiente lo contarían con entusiasmo y con muchas interrogantes a los demás miembros del grupo, y con sorpresa, pudieron constatar que los cinco tuvieron exactamente ese mismo sueño. Hasta en sus más mínimos detalles. Como si hubiesen estado en un mismo sitio, exactamente al mismo tiempo, o como si  fuesen todos ellos una misma persona..

Al medio día se presentó nuevamente el Mamo joven y los saludó en su lengua: AZI ME ZARI TETIS… Y luego les dijo: El Mamo Serankua anoche a cinco de ustedes se les apareció en un sueño y les dio un mensaje. ¡Justamente los que vivieron ese sueño son los invitados!. ¡Acérquense!. Los elegidos sin salir de su asombro, se dirigieron hacia él. Cuando por fin lo rodearon les dijo en voz baja: Prepárense. Regresaré a la prima noche por ustedes, e iremos a Makuoro. Uno de los viajeros se adelantó y le preguntó al  mensajero que significaba la corriente de energía que habían sentido y toda esa extraña experiencia en común, y el Mamo sonriente le contestó  lacónicamente que por lo pronto se conformaran con pensar que eso era como una especie de armonización, de limpieza, de ascenso a otro estado de la conciencia, necesario para entrar a  la Kankurua de Makuoro y  poder asistir a ese ritual…

Llegó la noche y el Mamo de forma amable pero perentoria les dijo: ¡Bueno nos vamos! Recojan sus cosas. Ya les había dicho en la mañana que  debíamos llevar equipaje suficiente para los cinco días que duraría ese ritual.  Salieron entonces caminado en fila india y tomaron en la oscuridad de la noche por un sendero que era apenas un hilo perdido e indefinido en medio de la espesura. Con sorpresa vieron que el Mamo que los guiaba delante del pequeño grupo, caminaba en la oscuridad con la seguridad de alguien que lo hace en pleno  día.

Mucho tiempo después  les dijeron que ellos podían ver en  medio de la noche más oscura como si lo hicieran en la claridad de un medio día. Que eso hacia parte de la educación recibida durante los años de permanencia en la oscuridad de una Kankurua, en tierra sagrada. Percibían la realidad en la oscuridad lo mismo que en la luz, y les explicó, que hasta esos límites de armonía y respeto por su “Ley de Origen” encarnaban ellos al mismo tiempo, la expresión de las dos fuerzas primigenias del universo: Serankua, la luz y  Seukukui,  la oscuridad.

Caminaron en medio de una noche oscura, cerrada. Preocupados, pensaban  que sería una marcha larga y extenuante. Se imaginaban a “Makuoro” como un sitio no solo escondido sino muy lejano y fue para todos una gran sorpresa cuando a los pocos minutos de recorrido el Mamo les dijo: ¡llegamos! ..Todos se miraron atónitos. Tenían la seguridad de haber pasado por ese lugar  muchas veces mientras reconocían el terreno después del desembarco, y nunca habían visto ni encontrado nada diferente a un paraje similar al que ya  conocían..

Esa, como muchas otras sorpresas, fue la primera que se llevarían a partir de ese momento. ¡Deténganse! Les dijo el Mamo de repente. El sonido rumoroso de una correntía de agua, una quebrada que interrumpía el sendero, se escuchaba al frente y muy cerca  de los viajeros. Al llegar a ella, les volvió a decir: Tienen que descalzarse para atravesar esta corriente y en ella lavar muy bien los pies… Para entrar a “Tierra Sagrada” deben dejar atrás los lastres del alma, los pasos mal dados. Deben tocarla con una pisada limpia y con un buen pensamiento. Piensen, que dejan atrás las cargas negativas, las impurezas que se hayan alojado en todos sus cuerpos, sobre todo en sus corazones. Recuerden, que este es uno los sitios más sagrados del Corazón del Mundo, y el propio corazón debe pulsar armonioso con él, y así, y solo así,  un mundo nuevo se abrirá ante todos y los prodigará con todo lo bueno que cada uno tiene que recibir, atraído, por la fuerza de la energía que se concentra aquí en “Tierra Sagrada”.

Y así lo hicieron. Se lavaron los pies en un respetuoso silencio. De golpe la soltura y la desprevención con que habían andado el camino desaparecieron y sintieron estar ante algo que exigía de ellos mucha atención, respeto y una  profunda observancia. Esa inesperada situación y ese silencio, los sumió en un estado de reflexión casi místico.

Al pasar al otro lado de la quebrada, se encontraron de golpe con  la aparición inesperada, de un alto muro de piedras que pareciera erigirse allí desde  épocas inmemoriales en un espacio, un lugar, que apenas brotaba en ese momento a la realidad como viniendo de otros tiempos. Este muro de piedras es la frontera, el límite que encierra en un círculo cerrado a la “Tierra Sagrada”. Que la confina. Es un círculo de piedras cerrado que no tiene entrada ni abertura de ninguna clase. Es un campo cerrado y por esa razón, la fuerza espiritual de los Mamos, su pensamiento, concentra en ella toda su energía. ¡Esperemos! les dijo el Mamo al llegar a él. Desconcertados, sin saber el significado de todo eso llegaron hasta allí y esperaron cerca del muro por varios minutos en silencio, pero impacientes  por saber lo que iría a suceder.

De pronto, por encima de la muralla de piedras se asomaron dos indígenas  delatados por la blancura del Tutusoma que cubría sus cabezas y bajaron hacia el lado de ellos una rudimentaria escalera para que treparan el muro y accedieran a “Tierra Sagrada”. La pregunta que se hicieron inmediatamente fue: ¿Cómo supieron de su presencia si habían llegado a ese sitio en total silencio y la muralla no permitía que los vieran?. Era evidente que de alguna forma estaban conectados entre ellos, y con todo, y lo supieran. Esa, como muchas otras conexiones intangibles, para asombro de ellos, se les irían a develar de ahí en adelante durante los cinco días del ritual, como en los días y meses siguientes, y a algunos otros, durante el transcurso de todas sus vidas. Como si a partir de allí, con un hilo fuerte se hubiese tejido una trama, una red indestructible, una especie de arteria fluida que los uniría para siempre con el Corazón del Mundo, la Sierra Nevada de  Santa Marta…

 

Ese muro era la frontera de Tierra sagrada. Era Makuoro. Era la Kankurua de Makuoro. Y se había convertido para todos en un gran misterio. Entre ellos era una leyenda. Los Hermanos Mayores hablaban de ella como el sitio más sagrado, como su templo ceremonial más importante. Decían que para llegar a Makuoro debía hacerse de la mano de un Mamo. Si no era así, Makuoro nunca aparecería. No podía ser encontrado. Hablaban de este como un lugar encantado. Ubicado en un pliegue diferente de la realidad. Escondido a los ojos de los que no podían percibir dimensiones arriba de la tridimensionalidad, y que solo un Mamo podía abrir ese envoltorio del espacio tiempo para que una persona común, un “Bonachi” pudiese encontrarlo..

¿Porqué encontramos a Makuoro en un lugar tan cercano y en el que evidentemente no estaba antes?.. Le preguntó Radha con cierta ingenuidad al Mamo..

Makuoro significa: “Lugar en donde se guarda el Oro”.. y podría estar en cualquier parte, porque Makuoro no es un lugar. Es un estado… Es un estado, que siempre se encuentra escondido en el lugar mas puro de tu propio corazón.. ¡Porque es donde se guarda el oro de tu propio corazón!.. Le contestó el Mamo con una sonrisa..

Continuara..

Santa Marta, Corazón del Mundo, 210 días después del confinamiento..

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