Por Carlos Andrés Salas
Hace aproximadamente 50 años, comenzó a surgir en el mundo un fenómeno cultural que propende por el cuidado del medioambiente, motivado por los cambios climáticos que ha sufrido el planeta a raíz del calentamiento global, la contaminación y la emisión de gases de efectos invernaderos. El auge medioambiental, ha cambiado drásticamente los modos de producción, de construcción, de convivencia, de hábitat, e impulsado la imposición de impuestos y aranceles, como medida para estimular los cambios que se requieren en aras de propender por el cuidado del medioambiente, así como la creación de instituciones que velen por el cuidado medioambiental de sus territorios y la sostenibilidad ambiental.
Surgieron movimientos sociales de distinta índole, como “ecologistas”, “animalistas”, “antiespecistas”, entre otros. Al nacer estos grupos también surgió la politización, y con ella el deterioro social de la mayoría de ellos. La politización o más bien, la politiquería, se filtra en estos movimientos sociales y tiende a quebrantar su finalidad desviándola a intereses políticos y económicos. Aunque esto no sucede en todas estas asociaciones, sí está sucediendo en la gran generalidad. Esto se vislumbra cuando estos grupos o movimientos obtienen el poder directa o indirectamente.
Ejemplos existen por doquier, como los grupos ambientalistas que apoyaron a Juan Manuel Santos a la presidencia de la República a pesar de sus intenciones de vender el páramo de Santurban; los que respaldaron a Iván Duque y hoy minimizan el daño ambiental que produce el “fracking”; o los ambientalistas que impulsaron la administración de Gustavo Petro y callaron ante los permisos concedidos a su cuñado para construir en un humedal.
El caso de Santa Marta es más preocupante, y más común en razón a la alta tasa de desempleo e informalidad. Aquí no solo se politizan los movimientos sociales medioambientales sino que son instrumentalizados, al igual que las autoridades ambientales. Por ejemplo, los animalistas que apoyan a Carlos Caicedo no solo guardaron silencio ante la mayor masacre animal de los últimos años en el país y que fue cometida por éste cuando fue Alcalde de Santa Marta, sino que fueron empleados para tal fin. Estos grupos, en compañía de la policía ambiental y miembros de la Administración Distrital recogieron cientos de perros callejeros sin el mínimo cuidado necesario y los transportaron a un albergue sin las condiciones apropiadas para albergar a todos los caninos, los cuales, terminaron muriendo por inanición y arrojados a fosas. Promovieron la masacre y minimizaron las consecuencias de tan aberrante acto.
De igual manera aconteció con el arboricidio cometido por la Administración Distrital para remodelar los separadores viales. Múltiples investigaciones científicas y las máximas autoridades ambientales en el mundo reconocen la importancia de los árboles y la armonización que deben tener las ciudades entorno a ellos. Éstos ayudan a la disminución de la contaminación ambiental y a través de la evaporación de agua reducen la temperatura del aire. Nada de eso importó y la administración Distrital en connivencia con las autoridades ambientales y ante el silencio cómplice de los ambientalistas priorizaron el cemento.
Otra grave omisión de estos movimientos deriva de las afectaciones que padecen los acuíferos subterráneos por la indebida proliferación de pozos de agua. Es lamentable que nadie haga algo.
Hoy acaece otra situación, y es la contaminación, que de manera dolosa realiza la ESSMAR, del acuífero de Lagos el Dulcino, debido al vertimiento de aguas residuales que carecen de tratamiento alguno. No solo afecta el acuífero de ese conjunto residencial, sino que estos vertimientos van a parar eventualmente al mar caribe. La presencia de organismos patógenos, provenientes en su mayoría del tracto intestinal, hace que estas aguas sean consideradas como extremadamente peligrosas, sobre todo al ser descargadas en cuerpos de agua. Éstas contienen bacterias que producen enfermedades de origen hídrico como: fiebre tifoidea, paratifoidea, disentería, cólera. También poseen virus que causan enfermedades como: poliomielitis y hepatitis infecciosa, además la presencia de microorganismos producen enfermedades como: disentería amebiana, bilharziasis, entre otras.
Es incoherente apoyar una administración o un partido político en deterioro de las ideas que originan la creación de esos movimientos sociales.
Sí bien es cierto, estas asociaciones muchas veces promueven políticas públicas, y su actuar va ligado directamente con las funciones de las administraciones e instituciones públicas, por ende a la política, esto no debe ser motivo para politizarlas, por el contrario, deben mantenerse separadas y en los debates de carácter político no deben tomar parte. La independencia debería ser la premisa de cada uno de los movimientos sociales entorno al cuidado del medioambiente. Aunque la realidad es otra, pues vemos a los líderes de estos grupos ocupando cargos públicos en las administraciones que apoyaron, o recibiendo contratos, prebendas, o algún tipo de beneficio. Callan ante cualquier acción u omisión de estas administraciones entorno a la afectación negativa del medio ambiente o minimizan estas actuaciones. Doblegan la lucha social que es la base del movimiento al obtener beneficios individuales. En el país proliferan estas asociaciones, grupos o movimientos cuyo origen social contrasta con los intereses individuales de sus miembros. La hipocresía de estos grupos nos demuestra que hacen falta más movimientos sociales y menos movimientos políticos.
Todo nos lleva a concluir que las intenciones ambientalistas son aparentes; empleadas para sobresalir, llamar la atención de la administración de turno y obtener algún beneficio a cambio de callar problemas reales que necesitan atención colectiva, más allá de cualquier interés particular.
