DIARIO DE UNA PARANOICA

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Por Karla Campo Acosta

 

¿Qué pasará de hoy en adelante? Fue la pregunta el martes 1 de septiembre del tan esperado 2020. Mientras muchos amanecieron con un ánimo de vacaciones, dispuestos a explorar las playas y las calles, otros vislumbraron un día radiante para abrir sus negocios.

Qué pasará a final de mes o a mediados de octubre, se preguntó la paranoica, que respiró con una angustia enfermiza su primer aliento de la mañana, imaginando qué harían los demás con esta libertad abrumadora e inoportuna. Salir a las calles no es una opción para ella. Durante este mes, omitió las compras presenciales y advirtió despavorida las mesas en los restaurantes de puertas abiertas…  Crear un hábito tarda entre 21 y 99 días, recordó aliviada, mientras su obstinada humanidad sobreprotectora calculaba que el período de aislamiento había durado lo suficiente para que asearse las manos, utilizar el tapabocas y guardar el distanciamiento respetuoso fuera tan natural como lavarse los dientes o usar los cubiertos.  La confianza es el enemigo del cuidado y el miedo su aliado, concluyó silenciosa para no ser llamada dramática o paranoica.

El instinto de supervivencia le anunció que ahora debía cuidarse más; quizás su pulsión de vida revolvió en sus entrañas el temor a que el Covid-19 sorprendiera distraída a ella que sufre una dermatistis severa en las manos, por el alcohol y cada vez que ha salido a mercar se ha enfrentado a las imprudencias y ha regresado rápido a casa asfixiándose y a medir su temperatura con temor.

Salir a la calle la tranquilizó. Desde su burbuja observó a los copartícipes de esta nueva realidad. Caminaban con normalidad, avanzando hacia el futuro incierto y llevaban puesto el tapabocas. Todos estamos cansados, hemos sacrificado: reducir nuestro espacio para salvar muchas vidas, dejar de respirar libremente y sentir como una amenaza compartir el mismo aire y espacio, ha sido agotador. Pero nada ha terminado, quiso gritarle a quienes sonreían con los ojos.  Quizás mañana nos despertemos con las cifras de contagios disparadas y una medida de aislamiento indefinido y prolongado…

La precaución y el autocuidado son la clave. Escuchamos hablar de la vacuna y sentimos incertidumbre, porque sabemos que dependemos de intereses políticos y económicos, de conflictos antiquísimos entre países y generaciones distintas. Que si el virus fue creado y si existen fuerzas oscuras que lo manejan, teorías conspiratorias, no sabemos si de mentes brillantes o para personas ingenuas, pero la mayoría de nosotros somos gente común y corriente,  en su generalidad, susceptibles a las enfermedades. El bien y el mal se erigen tangibles en la violencia animal o la defensa de los niños, las razas y las mujeres, y tanto villanos como superhéroes en este país se eligen “democráticamente” y las necesidades  responden a intereses que todos conocemos, en la luz y en la oscuridad.

No se puede decir que hoy se respira tranquilidad, cuando el tapabocas nos advierte que aún no superamos esta crisis. Cada día ha traído consigo una nueva expectativa, porque llevamos décadas acostumbrados a estar juntos, a compartir, a celebrar, a procurar por la unión familiar y esperamos ansiosos que todo termine, mientras tanto sólo intentaremos reinventarnos como individuos y como sociedad; acostumbrarnos a que decidir es lo que cuenta como libertad, porque correr desenfrenados ocasionará la conclusión dolorosa de volver a comenzar, encerrarnos otra vez en nuestra casa, escondernos del enemigo invisible, que ha coartado toda manifestación autónoma de desarrollarnos en un ambiente sano, correr, bailar y jugar con nuestros hijos, que es lo que conocemos como normalidad.

¡Qué locura! se espantó con un chasquido, nuestra amiga paranoica, víctima como todos, en menor o mayor proporción, conscientes de la imposibilidad de escapar de esta realidad.

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