“Luces interiores, sombras exteriores”

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 “YO SOY,  uno todos, en la  UNIDAD del Universo…Todos somos UNO”.  “Las Ruedas del Tiempo”

 

Por Rafael Gómez LLinas

“Hace mucho, muchísimo tiempo, en una época muy lejana y olvidada, la raza humana como nunca lo estuvo, se enfrentó al inminente peligro de su total extinción. El confinamiento obligado por la aparición inesperada y repentina de un extraño y mortal virus, el Covid-19,… ¡Lo impidió!”.

Tal vez así, y ojala que así fuese, definirían en una reseña del futuro, a este decisivo momento que vivimos en el planeta tierra, en la que se hablaría del destino de la raza humana. Remontémonos entonces, muy hacia atrás en el hilo  del tiempo, y  veamos:

El príncipe Siddhartha, fue confinado por Suddhodana su padre, al interior del palacio real de Kapilavastú en un mundo de goce y felicidad, para que no percibiera la realidad de la vejez, la pobreza, las enfermedades y la muerte. Para que no se enterara del sufrimiento humano que eran comunes fuera de las murallas de ese palacio de fabula.

Los astrólogos Jyotishis cuando predijeron su destino al momento de nacer,  profetizaron que si el príncipe Siddhartha se enteraba del sufrimiento de los humanos, no era posible desligarlo nunca más del camino espiritual. Su padre entre tanto, quería a toda costa que fuese un gran rey. El más grande y poderoso del mundo. El mejor guerrero. Y considerando que ese destino que deseaba para su hijo era opuesto a la vida contemplativa y la espiritualidad que marcaba su destino, lo aisló por insinuación de Canki el sacerdote Brahmán y su consejero más cercano, en un mundo artificial en donde solo existía la felicidad material, el goce pleno y la total ausencia del sufrimiento y la muerte. Lo encerró en ese palacio de la felicidad, alejándolo de la realidad de un mundo lleno de sufrimientos, mutable, temporal y perecedero.

La mente de Siddhartha en ese aislamiento, se conservó en esa inocencia.  Así vivió durante muchos años y el padre satisfecho, creía haber logrado su propósito. Pero sin darse cuenta, el poderoso rey Suddhodana lo que hizo con eso fue mantener la mente de Siddhartha en un estado de pureza y ausencia tal, con relación a la verdad de la vida, que la conservó en la inocencia de no conocer a través de los sentidos, su verdadera naturaleza. Sin proponérselo, haría que Siddhartha no perdiera su capacidad de asombro ante el extremo contraste al que se enfrentaría su mente cuando la comparara con la única realidad que él solo conocía. Cuando inexorablemente y finalmente se enfrentara y fuese consciente de su verdad.

En ese aislamiento, Siddhartha solo sabía de la existencia de un mundo feliz y sobre esa ilusión había construido el andamiaje de toda su vida. Había creado toda su realidad. Pero, pareciera que el sacerdote Brahmán con astucia y decisión le hubiese jugado una mala pasada al destino que quería el rey Suddhodana para el príncipe.

Fue él, Canki quien dispuso que debían aislarlo durante treinta y dos años de la cruel realidad del mundo y su mutabilidad para convertirlo en el gran rey que su padre quería. Pero al contrario, a sabiendas y con absoluta premeditación, lo que le recetó el sacerdote Brahman al rey, fue exactamente todo lo que el príncipe necesitaba para conservar su conciencia en un confinamiento y en un estado de pureza tal, que le permitiría percatarse de esa realidad con plena conciencia y con extrema lucidez, cuando por fin la observase desde un extremo contraste con su mundo de felicidad y goce pleno, y viera con absoluta claridad la verdad de la naturaleza del sufrimiento humano. Y  llevado por eso, vislumbrase la posibilidad de cambiarlo transitando por los caminos de la espiritualidad y así, de la iluminación. Por los senderos que conducen al Nirvana: Ese sí, un estado sin sufrimiento. ¡Qué ironía! El rey a la postre aconsejado astutamente por Canki el sacerdote Brahmán, hizo justamente todo lo contrario para lograr lo que quería. Sin saberlo, el rey hizo absolutamente todo lo que se necesitaba para poner a Siddhartha en el sendero de la espiritualidad. Este aislamiento y desconocimiento de la realidad, hizo que el príncipe Siddhartha la entendiera en todas sus dimensiones y con absoluta claridad, cuando finalmente y de golpe se enfrentara a ella. Y que llevado por esa lucidez tomara el sendero espiritual y finalmente se convirtiera en Buda, un ser iluminado.

De la conciencia de Siddhartha ya convertido en Buda, surgió entonces, la verdad de que la iluminación y la trascendencia cualquiera las puede lograr. En ese andar contradijo a los Brahmanes, a la estratificación de castas  Védicas dejando de lado a su inmenso panteón de dioses, para aceptar solo un estado divino o de Nirvana, al que podía acceder sin distingos de casta o condición alguna, cualquier ser humano desde su propia conciencia: “La divinidad en sí mismo” como él mismo la llamó. Y que para lograrlo, solo bastaba llevar una vida austera, en la estricta observancia de la moral, la compasión y la sabiduría. También era indispensable el entrenamiento arduo y continuo de la mente, con el estado permanente de auto observación y de recuerdo de “SÍ”, a partir del confinamiento que le proveía la abstracción y la meditación. Y además, por supuesto, vivir solo en el presente. Solo eso…

Para reafirmar el hecho de que ese rastro de la iluminación lo puede encontrar si se lo propone cualquier ser humano, dejo como un gran legado a la humanidad, una hermosísima carta de navegación a la que con certeza él se dio en llamar, las Cuatro nobles verdades: 1.- La verdad del sufrimiento.  2.- La del origen del sufrimiento.  3- La de la cesación del sufrimiento. 4.- La del sendero que conduce a la cesación del  sufrimiento..

Lo mismo sucede con los Mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta, a quienes el aislamiento durante nueve años desde el momento de nacer, les permite conservar  otros sentidos con los que perciben la sutileza del gran tejido vibracional del universo. Por eso adivinan y sanan. Por eso son tan sabios. La educación que reciben como un legado inmemorial inscrito en su “Ley de Origen” transmitida de boca a oído desde generaciones remotas, comienza cuando un niño recién nacido es llevado a la vista del Mamo regente y éste al verle sus condiciones, el “arrastre” en el tiempo de sus “constelaciones” familiares, o la información que trae de muchas otras vidas en sus registros Akasicos, lo escoge para ser un nuevo Mamo. Desde ese momento, su vida cambia. Es llevado a vivir con su madre al interior de “Tierra Sagrada”. Es confinado dentro de ese poderoso fractal de energías. Allí se aísla del entorno durante los primeros nueve años de su vida. Literalmente se aparta de la luz del día y de los colores. De la visión de  las formas y los espacios. Del contacto con el mundo exterior y de la naturaleza pintada por la luz. Vive aislado dentro de la Kankurwa, en un ambiente de penumbras y oscuridad aferrado a los cuidados de la madre. Ella es su único contacto con la realidad. Ahí su conexión con la madre se hace grande, y ese poderoso vínculo después trasciende a la madre tierra. Por eso ellos la valoran, la entienden y la cuidan como nadie lo hace. Ese niño, durante todo ese tiempo, solo sale al exterior de la Kankurwa amparado por las sombras de la noche. Ese confinamiento, con ese parcial acallamiento de los sentidos hace que no se “pierdan” en su cerebro otros sentidos sutiles con los que dicen los Mamos, nace todo ser humano: La Intuición, la visión atemporal, la percepción de los campos de energía del universo, la visión de otra realidad que vibra en una escala superior de la conciencia.

Lo que aparentemente pareciera un encarcelamiento, está lejos de serlo. Ese niño, lo mismo que el príncipe Siddhartha, no tiene como comparar ni contrastar ese aislamiento con otra situación distinta de la vida: El contacto con el amor y los cuidados de su madre, la presencia omnímoda de la noche,  la vivencia dentro de la oscuridad de la Kankurwa como una aproximación al silencio y oscuridad del vientre de la madre, es su única “verdad”. Es su único mundo. No ha sido todavía preso de Maya, la ilusión, a través de los sentidos y no conoce otro estado de la realidad.

Durante esos nueve años el niño es aislado del mundo. Años en los cuales según aseguran los Mamos, retendría esos otros sentidos sutiles con los que se nace, y que se perderían para siempre, si pusiera ese niño su atención a través de los cinco sentidos comunes, en el mundo exterior y en la distracción que conlleva: En sus tiempos, avatares y colores. En la recreación de una realidad creada por su misma mente que solo reafirma la dualidad del Ego y que lo aleja mientras crece, cada vez más de la percepción e integración del verdadero Ser..

Miremos a Jesús ascendido  al estado Cristico. El máximo ejemplo de un ser humano evolucionado y realizado. El mejor y más grande ejemplo a seguir. Es su vida la que se debería imitar si alguien quisiera cambiar el rumbo hacia otra dirección más clara y libre de su conciencia y su propia realidad. Jesús, al encarnar con su trabajo interior a la “conciencia cristica” o lo que llamamos “el niño interior”, transmutó su esencia humana en la de un “Dios”. Encarnó como lo describiera Buda más de mil años antes, a “Dios en si mismo”. Pero también no dejo de ser un hombre. ¡Un ser humano no distinto a cualquier otro! Por eso hay que recordar sus palabras: “Todo lo que yo hago, lo podéis hacer ustedes también”.

Cuando tenía 12 años se enfrentó y derrotó con la razón y el discernimiento a los sacerdotes del templo. Allí utilizó al máximo la capacidad del hemisferio izquierdo de su cerebro. ¡De su cerebro de humano! ¡utilizo la razón!. Después transitó hacia el oriente y en las alturas inhóspitas de las montañas de Kaniska en el luminoso y vasto reino Seléucida, se sumergió al interior de los ocultos claustros de los ascetas Esenios, esa perdida comunidad Yahad así llamada antes de asentarse en Qumrán hoy la rutilante Damasco, tal y como aparece de manera velada en los evangelios Sinópticos y con claridad en los manuscritos prohibidos. Allí, en ese confinamiento, aprendió a utilizar toda la capacidad de su hemisferio derecho, y con sus emociones, afloraron sus otros sentidos: Su intuición. Su visión atemporal. Su gran sensibilidad y sabiduría.. Luego de vuelta a Judea, fue al desierto y en un segundo aislamiento, ayunó durante cinco lunas prolongadas, y en un viaje a otras realidades, rechazó de plano la propuesta del “gran engañador”: Su propia mente.

Al término de ese confinamiento y en la madurez de su capacidad, utilizó por fin y al mismo tiempo sus dos hemisferios cerebrales, en una respuesta simultánea de su inteligencia emocional y racional expresada en la máxima condición biológica que pueda tener el cerebro humano: La de predecir y condicionar el futuro. La de observar desde otro estado de los sentidos la realidad y sus detalles, más allá del tiempo y de las causas, para así transformarla. Percibió el mundo desde la humildad y la compasión con una entelequia diferente, y la expresó y enseñó en parábolas y mensajes, sobrepasando con esas enseñanzas de lejos, los paradigmas espirituales de su época y de todas las épocas por venir.

En esos  desiertos de su mente, en ese aislamiento voluntario, rechazó convertirse en el “Rex Mundi”. Rechazó, el regalo que le ofreció “el gran engañador”, su propia mente, que aunque debilitada, con los remanentes del ego y los defectos que aún mantenía, le mostró con insidia el destino al que estaría condenado si rechazaba el regalo que le estaba ofreciendo. Un destino en donde los hombres a los que tanto amó, ayudó, sanó, instruyó, le daban muerte en una crucifixión dolorosa y cruel.

A sabiendas de lo que podía pasar y llevado por su gran amor a la humanidad, la ausencia total de los apegos, también del  miedo y con el escudo energético que le proveyó su trabajo alquímico con su compañera y pareja María magdalena, superó la escala de su propio karma y los linderos de su propia causa y efecto. Ubicó su mente y su conciencia en las dimensiones primigenias que surgen antes del momento temprano de todas las causas: En el no pensamiento. En la no calificación. En el aislamiento de la ilusión de los sentidos, y se convirtió así, en un ser Precausico: No afectado por sus propias causas. Entonces, desde esos principios y confines atemporales, desde esa raíz y causa de todo lo existente, desde ese estado de pureza absoluta, de energías no calificadas ni contaminadas por ninguna clase de intención y sin afectación de la ley del Karma, traería a su mente pensamientos y deseos amorosos al interior de ese campo de gran unidad, y con ellos, cambios dramáticos en la materia conocida. ¡Sanaba!..¡Hacia volver a la vida!.. ¡Manejaba a su antojo la energía y la materia!

Jesús ya Cristificado, comprendió con extrema lucidez que con el perdón y el amor que le dio a quienes finalmente lo condenaron a muerte, era como podía acceder a esa otra realidad de sí mismo. Morir y resucitar. Descripción que hicieron los discípulos que vivieron de cerca su calvario y crucifixión. Y quienes a los tres días creyeron ver como volvía a la vida. Lo que realmente sucedió, fue que él logró físicamente un tránsito dimensional. Una fuga hacia otras posibilidades de su existencia: De cuerpo entero pudo entrar a uno de sus propios sueños, o lo que es lo mismo, a otra de sus realidades. Pudo dominar el tiempo, y la materia. Su ubicación precausica (Sin Karma), le permitió viajar libre en esas escalas altas, sin tiempo, y pudiendo quedarse para siempre en esas lejanías, regresó  por amor para redimir con su ejemplo a los demás seres humanos.

Fue el primer hombre hecho “Dios en sí mismo” por su trabajo sobre Si, que se acerco a voluntad a los humanos para mostrarles como se pude dominar la materia, la vida y la muerte. “Yo soy la verdad y la vida”, Les dijo. Les enseñó, como derrotar a Maya: La ilusión. Y de como el ser humano tiene que  perdonar, como una expresión excelsa del amor, si quiere cambiar los ciclos repetitivos de la recurrente rueda de Shansara. Si quiere romper esa rueda del eterno retorno y así, acceder para siempre a las regiones luminosas y sin tiempo de lo que otros, en otras culturas, llamaban el estado glorioso del Nirvana.

El perdón, por eso es un acto de profundo amor y junto con la compasión, son las primeras condiciones que necesita todo aquel que quiera subir escalas altas en su nivel de conciencia, para acercarse a la presencia del creador: ¡A si mismo!… Y el amor, es la única fuerza o verdad absoluta que existe en el universo. Y  algún día, los humanos descubrirán la formulación para describirla como la receta indispensable  para traducirla en el único y poderoso combustible capaz de mover esa finísima maquina del cuerpo humano, hacia los confines más lejanos del universo. Hacia otros estados de la conciencia. O sea, hacia las mismísimas profundidades de si mismo…¡O lo que es lo mismo, de Dios!..

Entonces, en esas distancias de tiempos y espacios que separaban a Siddhartha convertido en Buda, a Jesús transformado en Cristo, y a los Mamos, esa casta de lideres espirituales de una comunidad ancestral perdida en los confines de la tierra y aislada de esos grandes iniciados, como también ellos de esta, no habría sido posible que un soplo de gran aliento del viento del tiempo, o que una visión de lejanías juntara latitudes y continentes, e hicieran que lugares comunes y respuestas iguales a las mismas búsquedas espirituales, desataran similares luces y trascendencias, y juntas, se anudaran con la voz profunda de una sabiduría de milenios. Con la voz de la tierra, de las piedras y de las estrellas. Con su eterno registro. Y que en una causalidad muy bien merecida, oyeran iguales la viva voz del sonido de fondo del universo. De su primer momento, apaciguado y descifrado, en la soltura de un idioma secularizado por la distancia de casi trece mil ochocientos millones de años, que hablaba, como ahora a gritos lo hace, de su posible triste final..

Solo por ser todos humanos, solo porque la paciente recomposición de aciertos y errores de miles de años de evolución los igualaba, y solo porque el confinamiento voluntario que se hizo del centro de sus vidas, para hacer de ellas un símil holístico con la vacuidad de su cerebro de humanos, aquella fuente y principio de toda realidad lo hicieron posible,  igual como ellos, la humanidad entera llevada a un confinamiento colectivo ¡y he ahí su valor!, obligado este por el asalto sorpresivo de un mortal virus, no debería dejar pasar el suceso de esta tragedia, como una oportunidad única e imponderable de recomponer el camino perdido por su falta de compasión, el maltrato, contaminación y depredación de Gaia, la ambición desmedida, el capitalismo rampante y mal empleado, el consumismo desaforado y su estéril y vacía vida interior, para permanecer aquí, en la amada tierra, hasta el fin de la historia del universo..

Y que de no hacerlo, toda su grandeza, los sueños y sus logros, el brillo de la ciencia, la música, la poesía, las artes, las epopeyas, los sentimientos y los atardeceres, se consumirán todos en el vacío del olvido. Solo quedarían escanciados, como un entrecortado y minúsculo rastro, al interior de aquel par de discos de oro de la sonda espacial Voyager II, que cuando dentro de varios millones de años, tal vez a 72 mil años luz de nuestra tierra, fuese interceptada por una civilización inteligente en su viaje con rumbo a su destino final en la negrura de un agujero sin tiempo, y curiosos, quisieran ellos escrutarnos con sofisticados artilugios oculares deslizando su mirada al interior de útiles “agujeros de gusano”, no encontraran en nuestras coordenadas cósmicas absolutamente nada. Y que sin poder descifrar el significado existencial de esta, nuestra raza, inteligente, valiosa, única e irrepetible, su precioso rastro consignado en esas grabaciones cinceladas en oro, se perdería para siempre cuando por su inutilidad, fuesen refundidos junto con otros objetos y restos  arqueológicos catalogados como basura espacial, en un oscuro rincón de una fría bodega alienígena, etiquetado con una marquilla que tal vez solo dijera: “Los humanos, por no entender el propósito de su existencia, rápidamente  desaparecieron”..

Y si esto sucediera, nunca se sabrá, jamás su historia será contada ni oída por nadie, y ni en este, ni mucho menos en ningún otro universo, será escuchado aquel canto a la libertad que brotó cuando nos hicimos inteligentes,  que hacia presagiar de nosotros otro destino y un mejor final: “Y el árbol de la humanidad fue llamado de la libertad. Y sus raíces penetraron profundas en el seno de la tierra y la fecundaron de amor. Y sus ramas, se elevaron altas hacia el sol y en ellas nacieron verdes hojas de paz, en el corazón de todos los hombres. Y sus frutos, brillarán para siempre, allá en el gran espacio, en aquel, en donde pervive perenne, toda la memoria y toda la existencia”..

No seriamos entonces, ni siquiera un vago rumor. Y el propósito de la existencia de nuestra raza, que con amor fue signado con mucha anticipación por nuestros padres y madres creadores, nunca se cumpliría. No seriamos nada, si perdiéramos esta ultima oportunidad y tristemente nos consumiríamos para siempre en la negación del olvido. O tal vez en menos que eso..

Santa Marta, Corazón del Mundo, 153 días después del confinamiento..

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