Historias de una pandemia

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Por Carlos Andrés Salas Campo

El primero de enero de este año, una vez terminó de sonar la canción de Néstor Zavarce, la tradicional “Faltan cinco pa’ las doce”, poco después de las campanadas y el olor a pólvora que nos avisaba el inicio de un nuevo año, todo era felicidad. Las maletas le daban vuelta a la manzana, los bolsillos estaban llenos de lentejas, y más de uno, después de la quinta uva, no sabía que otro deseo pedir. En medio del regocijo familiar, cada uno vislumbraba lo que le depararía el 2020. Parece haber sido ayer. Nadie imaginaba  que, lo que en ese momento estaba aconteciendo en China, nos terminaría cambiando la vida a todos, y a muchos, para siempre.

Al mejor estilo de Gabriel García Márquez, se han forjado dramas individuales, familiares y sociales, en medio de la Pandemia declarada por la Organización Mundial de la Salud  el 11 de marzo del tan esperado 2020, pero que ha tenido consecuencia mucho antes de dicha fecha. Diferentes situaciones tienen como marco el desolado y desesperanzador panorama del Covid 19.

Una de esas crónicas es la del más querido de mis vecinos, que se caracteriza por su carisma espectacular: siempre ha sido amable, sonriente, atento y respetuoso con todos. Vive con su esposa y sus tres hijos. Este año esperaba el grado de bachiller de uno de ellos, fechas que siempre alegran más a los padres que a los mismos hijos. Entre los vaivenes de la vida, siempre se les notaba alegre.  “Hermosa familia” dicen todos. Sin embargo, recientemente me buscó para que lo asesorara como abogado, manifestando su desazón y, con lágrimas en los ojos, me preguntó si a él y su familia lo podían desalojar de la casa en la que vive actualmente. Él y su esposa perdieron su empleo meses atrás debido a la pandemia, motivo por el cual adeuda a su arrendador varios cánones. Mi vecino a comienzo de año solo pensaba en encaminar a su hijo para que culminara sus estudios y entrara a la Universidad, pero debido a todo lo que ha traído consigo la pandemia, terminó suplicando un poco de tiempo a su arrendador para no terminar en la calle. Le cambiaron los planes de la noche a la mañana. Su preocupación era enorme. A mí me preocupan sus hijos, me preocupa ver que un hombre que siempre ha velado por su familia se desmorona íntegramente al no poder hacer nada para remediar la situación que atraviesa. Me mortifica no poder hacer nada para ayudarlo. Es desconcertante lo que está sucediendo. Lo más triste, es que no es el único: durante los dos primeros meses de pandemia (marzo y abril) más de 64mil samarios perdieron su trabajo.

Perder el trabajo y tu hogar no es la única tragedia que ha traído consigo el virus. Ese despiadado virus ha acabado con muchas vidas, dejando consigo tragedias familiares muy dolorosas, situaciones tan crudas que parecen guiones de una serie de ficción, pero que son reales y capaces de afligir el corazón más fuerte. Hace un par de semanas, un amigo perdió a su padre. Un hombre de edad con problemas médicos severos, que no soportó por mucho tiempo lo implacable de ese malévolo virus. Mi gran amigo, no pudo despedirlo. Las medidas de bioseguridad y los protocolos en los sepelios impiden que los familiares acompañen al occiso. Si naturalmente es triste perder un ser querido, en medio de esta pandemia, el dolor se agudiza más. No lo dice, pero se nota que no ha podido cerrar su duelo al no atravesar la tan necesaria despedida. Él, que a cada oportunidad que tuvo me llenó de consejos, demostrando en cada palabra su fortaleza hacia la vida misma, se desmorona ante el recuerdo y la ausencia de su padre. Hoy, soy yo quien debe aconsejarlo, pero no existen palabras para reconfortarlo. Solo el tiempo lo sanará. Esta es la tragedia de todas las personas que pierden un ser querido en esta época.

¡Ay, el tiempo! ese que les sobra a algunos en medio del confinamiento, pero que no tuvieron otros; como muchos comerciantes que la cuarentena los sorprendió. Fue tan intempestiva la obligatoriedad de cerrar sus negocios, que ninguno estaba preparado para eso, ni siquiera sabían el tiempo que durarían a puertas cerradas. ¡Que frustración! Muchos aún siguen cerrados, otro tanto no abrirán más. He visto personas, a las que aprecio de corazón, cerrar sus negocios; negocios del que dependía su vida, donde habían invertido todos sus ahorros. Son pocos los negocios en el país que soportan cerrar tanto tiempo, hasta las grandes marcas se han visto afectados y en este momento vemos las consecuencias de soportar una de las cuarentenas más largas a nivel mundial: pagar nóminas, arriendos y demás, con ventas casi nulas, desesperan a cualquiera. Reinventarse no es posible para todos los negocios y menos para aquellos negocios del popular rebusque. Es una tragedia por donde se le mire.

Vidas, hogares, negocios, este virus está acabando con todo. Todas esas situaciones me hacen agradecerle a cada instante a Dios de que esas tragedias no toquen a la puerta de mi hogar. Hoy en el Magdalena son más de 400 los muertos por el Covid-19 y a nivel nacional, superamos los 13mil fallecidos… la cifra es abrumadora. Este virus no discrimina. Ha tocado  puerta por puerta, sin importar el estrato, la raza, el color o la orientación sexual o el credo religioso o político. ¡Es espeluznante!

Ayer Rusia (11 de agosto) anunció que tenía lista una vacuna con resultados estables en los humanos a los que les ha sido aplicada y entonces parece asomarse la luz del alba después de esta noche tan larga y oscura; sin embargo, mientras eso sucede, muchas vidas se verán afectadas de distintas maneras.   Ha sido un año para sobrevivir.

Se ha dicho que toda esta situación nos hará mejores seres humanos, pero aún no lo sabemos.  Por mi parte, puedo decir que aprendí a valorar con más fuerza cada instante, a no dar nada por hecho, a no dejar para mañana lo que se puede hacer o decir hoy. Sólo espero que después de superada la pandemia de verdad cambiemos para bien como sociedad.

PD. ¡Ayuden a los que puedan!

carlos_salas_5@hotmail.com

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