EL URIBE QUE RECONOZCO

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Por Luis Duque

Conocí personalmente a Álvaro Uribe hace exactamente 20 años. Mi papá era alcalde de Pereira y un Senador liberal de la época invitó a su casa a un grupo pequeño de personalidades de la ciudad para conocer al mencionado exgobernador de Antioquia que tenía ganas de ser Presidente de la República. Aunque mi papá era un liberal hasta los tuétanos y votaría sí o sí por Horacio Serpa a la presidencia y yo no estuviese invitado, me llevo a la reunión.   Para ese entonces era evidente mi admiración política por Uribe. Mi padre sabía en el fondo que mi voto sería en contra del suyo. Fui un gran afortunado, durante tres horas pude escuchar de primera mano y al lado de su verdadera mano fuerte, Pedro Juan Moreno, las historias del mítico hombre que podía acabar con el problema de seguridad que vivía Colombia.

Cinco años más tarde, defendí arduamente las tesis uribistas. Existieron muchas razones para así hacerlo. Desde el sentir miedo de viajar por nuestro país por la posibilidad de caer en una pesca milagrosa, el ver las horrendas imágenes de los secuestrados de la guerrilla cómo en los campos de concentración, el estar en el entierro de un amigo asesinado por la guerrilla a sangre fría viajando en un bus con otros 30 compañeros de Bogotá a Pereira y hasta llegar a hastiarme de los titulares de los noticieros que nos mostraban a diario que nos habíamos convertido en un país inviable.

Me había vuelto defensor de Uribe porque creía que podia darle una pelea a los violentos. Su discurso de “mano fuerte y corazón grande” era claramente una traducción de mi posición ideológica.

Luego, tuve la oportunidad de trabajar para su campaña de reelección desde el equipo estratégico que dirigía el Partido de la U. Partido que siempre ha dicho, no es la U de Uribe, sino la U de la Unidad. Ese era un buen argumento para afrontar con filigrana los asuntos jurídico electorales de entonces o para que los camaleónicos electoreros, lograran victorias usando el nombre del político mejor evaluado en América Latina de la época, sin entregarle el letrero del partido, para luego usarlo sin él, si fuese necesario. Pero pareciera que se les olvida que google no sufre de Alzheimer y allí podemos encontrar como su lagartería reptiliana con el expresidente se pone en evidencia fácilmente y el uso de su buena imagen, fue plataforma para ganar elecciones.

Su segundo mandato empezó mal. Eso hay que reconocerlo. “El articulito” con el que se fajaron la constitución colombiana del que se ufanaba Fabio Echeverry, padre de quien muchos señalan de separar a Iván Duque de su partido y jefe a la sombra en Palacio, fue el principio de una serie de eventos, que empañaron al unísono el buen primer gobierno que tuvo Uribe. “Los buenos muchachos” del uribismo, desde que inició la era del ubérrimo, le hicieron el más grande daño a su jefe, porque parecía que todos en medio de sus ganas de “triunfar” cometieron los más grandes errores que hoy nos tienen donde estamos. Y su testarudez de los últimos años de querer permanecer en la primera línea de batalla, aun cuando su grandeza política ya había llegado a su punto más alto, son las notas a mano alzada de un final anunciado.

Hago parte de una generación que le toco vivir la toma del Palacio de Justicia por la guerrilla que hoy tiene asiento en el Congreso de la República. Vimos cómo el narcotráfico voló con un carro bomba el edificio del organismo encargado de la inteligencia y contrainteligencia del Estado. Observamos a un gobierno dando parte de nuestro territorio a las FARC para negociar la paz pero en el momento crucial dejaron al Presidente de la República, con la silla vacía porque su comandante nunca llegó. Vimos cuando la guerrilla en Bogotá le puso una bomba al club social mas prestigioso del país. En Cali vimos cómo los guerrilleros entraron hasta el centro de la ciudad y secuestraron a todos los diputados de la Asamblea del Valle. Vimos en Antioquia cómo en medio de una marcha por la paz se llevaron al Gobernador del Antioquia y nunca regresó. Vimos en el sur del país cómo se llevaron a una candidata presidencial a la que posteriormente exhibían como trofeo encadenada a arboles. Vimos una señora capturada en las vías nacionales con un collar bomba asegurado a su cuello. Vimos cómo a diario secuestraban gente y se la llevaban al otro lado de la frontera. Todo eso lo vivimos, no nos lo contaron y estoy seguro que esta generación no quiere volver a verlo.

En medio de todo esto, Uribe fue el hombre que le regresó la esperanza a Colombia. Uribe fue quien nos permitió creer que otro país era posible. Uribe fue quien arrinconó a la guerrilla. Uribe fue quien extraditó los paras. Uribe fue quien generó confianza en el extranjero al demostrar que el único riesgo era que se quisieran quedar. Uribe fue un político distinto que demostró que se debía trabajar, trabajar y trabajar. Uribe fue un buen presidente. No como para nombrarlo “El gran colombiano” como aseguran sus más leales alfiles, pero tampoco “matarife” como quisieran sus enemigos cancerberos. Pero Uribe sí es el político colombiano más importante e influyente de nuestro tiempo.

Lastimosamente los falsos positivos, las interceptaciones ilegales, la Yidispolítica, el Agro Ingreso Seguro, la judicialización de varios de sus cercanos colaboradores, la manipulación de testigos por parte de sus abogados y su mal olfato para escoger candidatos (no solo presidenciales), pusieron en jaque toda la buena obra que Álvaro Uribe Vélez hizo por nuestro país.

Me queda una sensación muy incómoda a partir de la decisión de la Corte de esta semana. Siempre había negado la posibilidad de que Colombia se  convirtiera en lo que hoy es Venezuela. Pero pareciera que lo que se inició con la detención del presidente Carlos Andrés Pérez, hoy se repite en Colombia con la detención del expresidente Uribe.

Y aunque mi papá hubiese podido votar por Horacio Serpa en aquel 2002, hoy estoy seguro de que estaría de acuerdo conmigo en reconocerle y agradecerle a Álvaro Uribe su patriotismo y servicio a Colombia. Por lo pronto y aún sin ser uribista, seguiré siendo coherente, seguiré defendiendo mi postura ideológica en la que cabe la frase “mano firme y corazón grande” sabiendo que se cometieron errores, respetando los amigos que piensen diferente o tengan posiciones ideológicas distintas.

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