El problema no es Griselda

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Por Miller Soto

La elección de la senadora Griselda Lobo, mejor conocida por el alias de ‘Sandra Ramírez’, como segunda vicepresidente del Senado de la República, no es un asunto digno de celebrar. Es simplemente uno de los muchos efectos de un proceso y un acuerdo de paz cuyas características siguen dejando más preguntas que respuestas en medio de un clima de polarización en el que la razón se escabulle en la arrogancia de los que posan de dueños de la verdad asumiendo actitudes que nos conducen a dinámicas irreconciliables. Lo que es paradójico, pues las consecuencias de un acuerdo de paz bien hecho, deberían ser contrarias al ambiente de hostilidad que hoy vive la política colombiana. Un ambiente en el que deberíamos tratar nuestras diferencias en el marco del respeto y no en este campo de batalla donde vuelan vulgares agresiones y acusaciones sin fundamento que prepotentemente se lanzan desde extremos radicales de una sociedad aburrida del odio y el rencor que algunos “líderes” no se cansan de impulsar.

En medio de esta fastidiosa puja de egos, es llamativo que un líder del tamaño del expresidente Uribe, confirmando que no está de acuerdo con los textos de La Habana e informando que votó en blanco por disciplina, salude dicha elección. Un saludo que aunque dejó a más de uno tan perdido como el hijo de Lindbergh, me resulta —además de valiente— pertinente y oportuno, pues no hay que ser su intérprete para entender el alcance de su gesto. Tanto el expresidente como cualquier demócrata respetuoso del Estado de Derecho que no haya estado de acuerdo con los textos del proceso de paz, mientras lucha para cambiar el estado de cosas, no tiene más opción que la de aceptar los efectos de un acuerdo y una realidad institucional que no comparte. Pero bueno, Ustedes dirán que esto no es razón suficiente para saludar la elección de un exmiembro de las farc en la mesa directiva del Congreso. Y sí, quizá tengan razón, pero resulta que un monstruo de la política como Uribe, que sabe leer el momento y que conoce más que cualquiera al elector, no da estas puntadas sin dedal. Su saludo a la elección de Griselda Lobo, poniéndola en el mismo trino en un plano diferente al de “quienes contrastan entre apariencia democrática y vocación Castro-Chavista” no es más que un claro mensaje a través del cual está —como buen visionario— de cara a las próximas elecciones, advirtiéndole al país una preocupación que parte de una realidad incontestable: el problema no es que la gente de las farc reciba dignidades que derivan de un acuerdo que goza de legitimidad jurídica, pues el pueblo colombiano nunca los empoderará porque tiene muy claro quiénes son. El problema es con aquellos que camuflan su vocación Castro-Chavista en un aparente discurso demócrata para obtener el favor popular.

No me gustó la elección de Griselda Lobo, mucho menos después de conocer las declaraciones en las que hace ostentación orgullosa de su pasado terrorista, pero si fuera Uribe, si tuviera los seguidores de Uribe y si generara el impacto que él genera, saludaría mil veces esa elección si con ello logro advertir al país del peligro que representan quienes se presentarán con engaño a las elecciones del 2022.

Porque los que éramos adultos en 1998, recordamos al Chávez anti-castrista, al demócrata, al amigo de la empresa privada y de la libertad de prensa, que hoy está siendo imitado en Colombia por quien fuera su amigo y quien no tendrá otra pretensión que la de calcar el modelo que hoy reina en Venezuela. El de la miseria.

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