Memorias de los padres que me parieron

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Ismael Pimienta y Eliseo Valderrama, se armaron hasta los dientes con botellas de ron caña para hacer más ligera la tarea colosal de fundar las calles del barrio donde les había enviado el destino para encontrarse otra vez, después de haber servido a la patria, muchos años antes, en una misma guarnición.

Recibieron el mismo día los uniformes sin rangos que los empujaron a vivir la experiencia fatigante y nostálgica de prestar el servicio militar en las épocas tenebrosas de El Pato, Río Chiquito en Marquetalia; departamento del Tolima, reinado en aquellos días por alias Manuel Marulanda Vélez.

Marulanda, fue un campesino raso, de vida agreste, que aparece en la historia de Colombia después de legar muerte y desolación.

El batallón de infantería Vencedores, que impone seguridad desde Cartago, en el Valle del Cauca, fue testigo de la vida patriótica y aguerrida que fundieron los soldados Pimienta y Valderrama, quienes fregaron sus botas hasta el cansancio y hasta el fin del servicio.

La historia de las calles hechas a pica y pala por estos dos héroes anónimos son las mismas por donde transitan los recuerdos y la algarabía de otras generaciones que hoy las usan sin saber cómo, ni cuándo nacieron, ni quiénes las presentaron ante el mundo para ser de todos y para siempre.

Son los padres que me parieron y que además enseñaron la precocidad aguda de la vida que aún llevo en hombros y en las lidias eternas de otro momento paternal.

El barrio, está sembrado en el sur de Santa Marta y fue obra de los rezagos presupuestales de la política social conservadora que lanzó a principios de los ochentas las casas sin cuota inicial en el olvidado Cambio con Equidad, en cabeza del poeta Belisario Betancourt Cuartas, quien años después, se fue a la tumba sin resolver las muertes del palacio de Justicia y con el peso de las lápidas de Armero que le marcaron la eternidad.

Pimienta y Valderrama, atravesaron juntos seis décadas de sus vidas y se bebieron con ternura cada rincón del barrio que ellos mismos trazaron en manzanas y etapas, según lo exigía el croquis indescifrable, descrito en su naturaleza predial.

Mis amores juveniles florecieron en ese mismo barrio y bajo el amparo de los consejos de los padres que me parieron, mientras me le fugaba al gobierno casero y dejaba tirado todo para simplemente verlos parados en las esquinas, ejerciendo el patriarcado que educaba en silencio la vida que hoy llevo.

La sociedad líquida de estos días sería incapaz de detenerse a mirarlos  por lo menos un instante: ninguna de sus batallas hacen parte del mercado de valores que nos tiene como mercancías. Ni siquiera las narradas por Valderrama cuando puso de rodillas al temible Marulanda y le perdonó la vida, ni las historias de Pimienta, quien crió a sus hijos haciendo pitar el tren.

El prudente Ismael Pimienta y el entrañable Eliseo Valderrama, ya no están: se marcharon hace poco y para siempre cuando apenas despuntaban en la flor de la ancianidad.

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