Los hijos de víctimas son más víctimas que los de victimarios

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Por: Miller Soto
Partamos de varias premisas: 1) No existen los delitos de sangre. Lo que haga tu padre, no tiene por qué ser atribuido a ti. 2) Los hijos de un victimario, pueden ser, desde cierta óptica, considerados víctimas. 3) No es ilegal que al hijo de un victimario se le dé la responsabilidad de atender a las víctimas.
Dicho esto, quiero referirme a la designación de Jorge Rodrigo Tovar Vélez, como coordinador de víctimas en el Ministerio del Interior. Este joven profesional que tiene algunos estudios de posgrado y que al parecer lleva un tiempo vinculado al gobierno a través de algunos contratos, es hijo de quien fuera uno de los criminales más poderosos del paramilitarismo en la zona norte de Colombia, Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’.
Ser hijo de ‘Jorge 40’ no debe ser nada fácil; mucho menos, cuando se tiene la personalidad y la gallardía de prepararse para servir bien a la sociedad en el sector público. Un sector en el que la mirada de la sociedad está ahí, atenta a escrutarte y a cuestionar tus movimientos. No debe ser fácil, además, porque alguien con ese precedente familiar se convierte en objeto de comentarios, acusaciones y diatribas que tocan a un ser al que inevitablemente ama y al que por razones apenas naturales le darán ganas de defender, o en el mejor de los casos, de justificar.
Es por ello que los hijos de los tantos victimarios que tiene este país, merecen toda nuestra solidaridad y simpatía. No es justo, desde ningún punto de vista, estigmatizar, censurar o condenar, a los hijos de criminales por el simple y llano hecho de ser sus hijos. Quien ose hacerlo, está faltando a las más elementales normas de la sensatez y podría incluso estar incurriendo en discriminaciones -enhorabuena- sancionables.
No obstante lo anterior, creo que el nombramiento del joven profesional Jorge Rodrigo Tovar Vélez, resulta inapropiado por varias razones, ninguna atribuible a su condición personal o profesional.
La primera, son precisamente las víctimas. Que una de ellas, una sola, se sienta incómoda con tal designación, sería apenas comprensible dado el grado de sensibilidad propio de quienes se han visto devastados por hechos victimizantes atroces que exigen una respuesta por parte del Estado que no contemple -en modo alguno- acciones con la capacidad de acentuarla, como bien lo entienden los profesionales expertos en tratar a las víctimas del conflicto. Sería absolutamente factible que una o varias víctimas de los crímenes perpetrados por ‘Jorge 40’ no quisieran ver a su hijo atendiendo sus asuntos en representación del gobierno nacional o del ministerio al que pertenece.
Por otro lado, si bien el joven puede ser considerado víctima, como cualquier hijo de cualquier victimario, no creo sea el tipo de víctima propicia para ocupar ciertos espacios que claramente podrían ser ocupados por víctimas hijos de víctimas que han padecido los estragos de la violencia desde el peor de los ángulos y sin los privilegios que sí pudieron disfrutar otros; es decir, sin haber tenido el lujo de crecer en medio de la abundancia en la que sí crecieron algunas víctimas, que siendo menos desafortunadas, no tienen derecho a posar hoy como los pobres mártires de una dinámica violenta que produjo grandes dividendos generados por el narcotráfico, el secuestro, las masacres y la extorsión, que directa e involuntariamente terminaron beneficiándolos.
Además de lo anterior, visto que se usa como argumento que el señor Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, está simplemente pagando por sus “errores”, no hay que olvidar que su extradición se debió al incumplimiento de los compromisos adquiridos en el marco de la implementación de la ley 975 de 2005 (Justicia y Paz), lo que, por ende, lo ubica en el tipo de victimario que no está donde quiere estar y que hasta ahora no ha dado muestras concretas de pretender asumir sus responsabilidades frente a las mismas víctimas a las que les hizo conejo cuando se produjo su extradición. O sea, que si la idea era poner ahí al hijo de un victimario para que se encargará de una parte de las víctimas, en mi opinión, se escogió al peor de los victimarios a pesar de las cualidades y las condiciones profesionales de su hijo.
Finalmente, no quisiera pasar por alto el absurdo escándalo que ha montado la oposición al gobierno Duque por este nombramiento. Son tan cómicos e incoherentes que tienen la caradura de indignarse por la designación de Jorge Rodrigo Tovar, después de aplaudir que criminales de lesa humanidad pontifiquen desde el congreso o desde cualquier otra tribuna como prohombres, sin haber pagado un día de cárcel y sin haber indemnizado a las cientos de miles de víctimas que hoy deben tolerar sus barrigas postradas en curules otorgadas a dedo por cuenta de un acuerdo cuya implementación real está en veremos a causa, entre otras razones, del descarado incumplimiento de las farc.
No señores, no se equivoquen. No son Ustedes los que tienen la autoridad moral para cuestionar decisiones contrarias a vuestros intereses, cuando han aplaudido y se han beneficiado de realidades triplemente inauditas que jamás tendrán la sensatez de cuestionar y que están tan dispuestos a perpetuar.
Mi opinión en relación con el nombramiento de Jorge Tovar, es un llamado constructivo al gobierno Duque, con el único propósito de invitarlo a tener en cuenta la sensibilidad de las víctimas sin necesidad de sacrificar el futuro de un joven que seguramente tiene la capacidad de desempeñarse en tareas o en contextos en los que, considerando su condición familiar, no lastime a seres humanos ya heridos por los estragos del conflicto.
Si yo tuviera la posibilidad de nombrar al hijo de Pablo Escobar, que ya pidió perdón por lo que hizo su padre, que estudió y que podría estar capacitado para desarrollar responsablemente cualquier tarea, quizá no tendría ningún prejuicio, pero nunca lo pondría a atender a las víctimas del cartel de Medellín. Esa sería una polémica innecesaria, perjudicial y en cierta forma provocadora.
Ojalá el gobierno lo piense y termine primando la sensatez y la buena onda con las víctimas, en lugar de una terquedad fundamentada en el arribismo e inspirada en amiguismos colegiales que debilitan la seriedad y la credibilidad del gobierno.

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