El sistema límbico de Pinocho

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Carlo Collodi trajo al mundo a Pinocho sin pujos y sin cesáreas y nació entonces la ternura de la madera que nos legó para siempre a la marioneta más famosa. Y recordé a Carlos, dirigido y derrotado por el poder y por sus imperceptibles desgracias.

Al revisar la historia de Pinocho, el hijo de Geppetto, encuentro que algunos investigadores han insistido en la influencia masónica en la obra de Collodi. La afirmación está sustentada por el mismísimo presidente del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, quien afirmó en su momento que: “el camino correcto se alcanzaba solo a través del conocimiento y la sabiduría. Lo que había sido un tronco de madera y luego una marioneta, se había convertido en una persona real, con emociones y sentimientos, tras superar todas las adversidades que se le presentaron”.

Y recordé a Rosa, una líder, magra y serena, que alentó su gobierno social combinando los vericuetos financieros de la política pública con el tapiz angelical de su propia filantropía.

Continúa mostrando la investigación que Collodi, su autor, era masón, y pudo pretender, a través del cuento de Pinocho, una alegoría sobre la formación de las personas basada en el honor, la verdad y la virtud. Y recordé a Pepe Mujica con su concepto de libertad que en nada se parece a los falsos liderazgos de estos pueblos.

Más adelante apareció la mentira y la sentencia cruel del hada madrina que impuso hacerle crecer la nariz en proporcionalidad al volumen de sus falsedades. Y recordé a los miserables que son los mismos mamertos que de rodillas hacen el ritual y veneran a Carlos.

Más crueldades arrastra la trama que además la alejan de las esencias básicas de la literatura infantil. Y es que a Pinocho lo abordan dos estafadores: un zorro y un gato, que intentan, por todos los medios quitarle a este niño de madera todas sus monedas de oro, hasta que al final lo atrapan y deciden ahorcarlo en una encina de hojas elípticas para sacar las monedas que había puesto en su boca. Y recordé a Rafael a quien le agradecen por haber robado el oro que nos pertenece y por ser entonces uno de esos hijos de puta que tanto ilustra Cereijido.

Collodi, mueve las estructuras de las mentiras sistémicas presentes con la inevitable añoranza lastimera del hada madrina y su castigo fisiológicamente fabuloso. Y recordé a Virna, en una escena melancólica donde lucía olvidada como muñeca de solar con un tapabocas artesanal creyéndose salvada del virus infernal en el que habita. El otro tapabocas si era bioseguro de referencia N-95. Revisen la escena del Julio Méndez.

Después de muchos años volví a leer a Collodi porque me pareció ver el teatro de su aventura por los lados de un hospital cundido de calumnias y de corrupción. Y recordé un reportaje reciente y a su corresponsal repleto de galimatías y en evidente subvención.

Quise construir mi propio colofón y haciendo uso de los nuevos métodos hospedé en zoom a una tribu selecta de nativos digitales para vivir el cuento desde las sinécdoques del ecosistema en estos tiempos modernos.

Revisamos las vías de hecho y el sistema límbico de Pinocho cuando llegó al Julio Méndez montado en show mediático e instrumentalizando para frenar la decisión legítima que daba cabida a una intervención reclamada por un gobernante en modo luciferino y ahora comunicada en esta columna con lenguaje digital que además pervierte la sintaxis.

#ElQueEntendioEntendio.

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