Los hijos de puta en el día de la madre.

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Marcelino Cereijido tuvo que abrir los surcos de la fisiología celular y molecular para llegar a la cumbre de una investigación que permitiera establecer con todo rigor si los hijos de puta, y su acercamiento científico con la maldad, guardan relación con las madres como multiplicadoras de la especie humana, amparadas además en la condición divina y particular de poder parirlos.

Anoto con toda reverencia que Cereijido es doctor en fisiología de la Universidad de Buenos Aires y que también realizó estudios de profundización acerca de interacciones celulares en Harvard en escala de postdoctorado; además posee un registro prestigioso de logros y distinciones por sus marcados aportes a la medicina. Por si las moscas, en este tema, es casi irrefutable.

Este envidiable rango académico fue puesto a disposición de esta juiciosa y profunda materia que le permitió entender a los hijos de puta desde su permanente visión holística y en atención a sus estigmas y realidades.

Y corrieron los interrogantes con estricto apego a los racionales del tema y en atención a todo su panorama emocional de si por ejemplo el origen biológico de la maldad debe recaer en la madre de quien la promueve y la ejecuta.

El médico Cereijido explica en esta teoría general que si la perversidad del hijo de puta derivara realmente de haber sido procreado por una prostituta o por quien cultural y hasta peyorativamente ha sido llamado así, tendríamos que admitir que las madres son entonces la fuente de este mal o creadoras sin culpas de enteras familias promiscuas, punalúas o hasta sindiásmicas. Tamaña desgracia.

Por fortuna el estudio arrojó resultados justos: a la luz de la fisiología celular y molecular se comprobó la inexistencia de nexos de causalidad entre la condición de ser hijo de puta, entendido como hecho doloso, y el irreparable daño causado.

Encontré en su obra quizá el regalo intangible más grande que pudiera conferirse a las madres en su día: comprobar y declarar su rotunda inocencia después de verlas cándidas, incautas, sufridas, indefensas y cobardemente vinculadas durante siglos y siglos a la universalidad del insulto: hijos de puta. Es también el equivalente a citar las tradiciones orales usadas cada vez que hizo costumbre calificar de hijos de puta a los autores materiales de conductas injustas y dañinas.

Las madres son inocentes per se y esa conclusión que esquilmo con disciplina, valor y devoción, a partir de Cereijido, es mi mayor regalo para ellas en su día y en medio de estos amores de la modernidad líquida.

Ahora están a salvo de la demencia colectiva y de la injusticia social que las asoció tradicional y eternamente a la conducta dolosa, irresponsable e insana de sus hijos, que un día cualquiera decidieron convertirse en hijos de puta, sin que ese insulto entrañara la participación intelectual o material, ni mucho menos biológica, de sus progenitoras.

La injusticia ha sido vencida en estrado gracias a los aportes de Marcelino Cereijido y de este humilde columnista asignado en el reparto solo para escrutar la verdad y publicarla: si el sujeto que comete la acción maligna, delictiva, traicionera, perversa o canalla, es el hijo; no tiene el fallador ahora elementos de juicio para vincular a las madres en la maldita tradición oral que los ha señalado a ellos como hijos de puta. Confirmado: ellas, siempre primorosas, no tuvieron nada que ver en este asunto.

Libertad inmediata para Magola, Dora, Miladys, María, Juana, Carmen Leticia, Asunción, Rosario, Elvia, Rosaura, Úrsula y para todas las madres del mundo que nunca vieron con buenos ojos a esa generación de hijos que un día ocuparon sus úteros y luego trastocaron su reputación y hasta su amor celestino.

La sensibilidad extrema de esta teoría general y las sombras tutelares del pasado me hicieron recordar al poeta Óscar Cormane; aquel periodista y escritor que llegó bohemio a estas tierras desde los extra muros del Magdalena cuando aún Marcelino Cereijido no había destapado su interés por los hijos de puta. Óscar, como simplemente lo llamábamos sus amigos, fue valiente y se atrevió sin pudor a entregar el listado oficial de la caterva de periodistas que durante años han merodeado por aquí y por allá y los elevó a la categoría de hijos de puta, sin los vericuetos científicos de Cereijido. Por consabidas razones ese listado no se reproduce en mis escritos de hoy.

Es que me aterran las rectificaciones del mismo gremio porque casi siempre obligan a restaurar la moral y la honra de quienes no la conocen.

Cormane si lo hizo y se fue para siempre con la frente en alto en su silla de ruedas hasta la tumba más cercana. Creo que en esas anda Cereijido.

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