Y ahora la pornomiseria.

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En las calles están regados como el virus mis hermanos los miserables tratando de quebrar el infame y doloroso juego de dar y recibir para intentar resolver por su propia cuenta la pobreza estructural que el destino les deparó.

Desdichados y culpando al Dios del cielo por tanta injusticia terrenal, aceptan ir a las filas con el rótulo de mercancía, olvidando ser los creadores inocentes y fatales de sus propias desgracias: todas conferidas por la democracia que no responde por sus actos y por los rigores del actual contrato político, convertido con buen tono, en un atentado criminal.

Llegan mansos como las torcazas al Guarumo buscando comida y cumpliendo el requisito inquisidor de escuchar en penitencia otra tanda de promesas pronunciadas por el mismo prometeico. Y otra vez, dando papaya histórica, se desparraman en credibilidad.

La ilusión de convertir la mentira en verdad prevalece como fenómeno acrobático. Y el decadente discurso político deja ver el histrionismo y la perversidad de una parranda de hijueputas que cumplen turnos en el poder haciendo gárgaras con la pobreza ajena, que divulgan después a chorro a través de medios convencionales y en la modernidad que ofrecen las multiplataformas. De todo como en botica.

Es la aparición eterna del mismo comunista de baja estatura con cara de vivo triste que desde el ayer se presentó a elecciones y las atendió juiciosamente, reivindicando siempre sus bárbaras teorías de guerra, instrumentalizando el caos y usando esquemas melodramáticos subvencionados por las caletas del postconflicto.

Los de Antes nada hicieron por ustedes. Yo, soy el cambio y represento a Los de Ahora: he venido a salvarlos de todo mal, profesa este predicador de siete suelas, después de ganarle en regate a la justicia, dejando atrás a sus muertos tutelares, para avanzar en el tiempo y desde el poder, desfalcar los presupuestos de la salud, implementar recreación con sobre costos, inaugurar como suyas obras de los gobernantes del pasado y de afirmar con toda desfachatez que no llegará el agua potable porque no le recordaron que era prioritaria.

Y ahora la pornomiseria en todo su esplendor, para arraigar los conflictos morales, presentados en bonos solidarios, mercados con apariencia robusta, abonados on line y más migajas de la modernidad líquida; con capacidad de envolverlas en paquetes que exhiben publicidad política pagada, que después pueden ser suyas si demuestras ser un ciudadano agradecido capaz de contagiarse y luego posar para la foto.

Esa necesidad de cada griposo se convierte silenciosamente en la aporofobia del asunto, que es al mismo tiempo vendible, por el valor agregado de las angustias.

Estas narrativas estéticas y sus estrategias maquiavélicas que buscan sin piedad convertir la pobreza de los pobres en la riqueza de los ricos, hacen vomitar a la profesora Adela Cortina y a este columnista.

Es la supervivencia mediatizada de los más profundos estados de ignorancia y la creencia eterna que solo sabe de pan, aunque no solo de pan, viva el hombre. Yo te doy un mercadito. Tu, me das el voto: Pornomiseria.

Es lo que pudiera entenderse como el dintel de la pobreza que niega la libertad y que les permite a Los de Ahora, conseguir recursos económicos con la maravillosa ventaja de poder usarlos sin la revisión inmediata o posterior de los órganos de control: ese es el tamaño de la desesperanza.

Este es el gobierno miserabilista que avanza sin obstáculos y que no siente la necesidad de atender a Los de Antes, que de vez en cuando escriben en Twitter, sus críticas, sus penas, sus arrepentimientos. Y es así como creen cumplida la defensa de los pobres que aún sienten la ausencia de justicia y de dignidad.

A ritmo de cafeína conversé un día cualquiera frente al río Magdalena con Ernesto Estrada, un obispo, abogado y periodista que es uno de esos amigos de siempre que ha ofrendado sus tres vidas a las universidades, y que sin saberlo, terminó convertido en mi oráculo; inclusive cuando se resguarda en los patios de su silencio. Él, desde otros lares, con su sabiduría académica y vívida, percibió la industrialización del caos que se comercializa en estas tierras y que sustenta sus lujos en la Pornomiseria.

Pasando al tablero concluimos que las recientes filas interminables que sacaron a Makro de su soledad comercial, son apenas la fase incipiente del negocio de enfermar a más y más personas para aumentar la métrica monetaria y degradar al mismo tiempo la dignidad de la gente. Eso ha merecido sumarle más escenas al guion: Pornomiseria.

A mis hermanos los miserables nada los salvará de su estupidez colectiva ni del espectáculo mediático mundial que contará la historia sobre muertes masivas causadas por los administradores locales de una pandemia.

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Publicado por - 14 noviembre, 2018 0
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