El secuestro de Virna Jhonson

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Por: Elkin Leandro Carbonó López.

Este no es más que un memorial público que pretende convertirse en apenas una súplica rebelde para reclamar la libertad de Virna Jhonson y es también la noticia desgraciada de su secuestro.

Sé que en la angostura de nuestra parroquia, este grito abierto, pudiera entenderse como una aspiración ambiciosa o desmedida, pero no. Es más bien la última hora de una angustiada solicitud que orienta sus propios deseos en la búsqueda constante que permita por fin la recuperación total del ser humano, a quien las leyes divinas y terrenales, le han conferido la irrepetible e irrenunciable posibilidad de ser librepensante. A Virna Jhonson, ese derecho, le ha sido arrebatado.

Esta es seguramente la batalla interna más trágica y dolorosa de todas las que ella ha tenido que librar en su impenetrable vida secreta por cuenta de la política y de un proyecto ajeno, que además está lleno de mentiras puestas en escaques aún indescifrables y de olas borrascosas realmente incontenibles que le amputan la tranquilidad de los días remotos y le sepultan la evolución espiritual que tanto necesita para la defensa rotunda de su ciudad, de su género y de su intocable familia.

A Virna la secuestraron con espejuelos y confites hace ya varios años, cuando llegó a la emblemática Universidad del Magdalena en busca de una vida mejor. La joven de aquellos días, tenía el bachillerato aún pintado en el rostro, era inmaculada, bella y vivaz.

Estaba bañada en pecas bien puestas en el tapiz de su tierna piel blanca. Era magra, atlética y esbelta y su cabello se movía sin respetar las líneas del horizonte de su propio cuerpo como desafiando el viento.

Todo aquello le fue otorgado por la genética propia de los Johnson Salcedo, que después ella pulió a punta de ruedas en aquellos días postreros cuando se mostraba como doncella en los peraltes de las pistas de patinaje y cuando aún era posible para ella, cruzar metas, pensar, soñar.

Virna paraba el tráfico, me contó una amiga de hoy que fue la esposa de un docente que terminó asesinado a bala en el sur de Santa Marta por defender sus ideales y a quien después de muerto, el cinismo le regaló un edificio en épocas de eufémica refundación.

Ha pasado mucho tiempo y todo ha cambiado rotundamente en ella: atrás quedaron la belleza y los patines que le alegraron la existencia, así como el juego de pelota a René, el cantante boricua que reconoció recientemente que estuvo a punto de suicidarse después de entender que la vida no es lo que seguramente también le ocurre a Virna: depender como marioneta y con extrema sumisión de los enfermizos estados emocionales y de las perversidades de su titiritero.

Para René, un público que le pide cantar, saltar y reír, muchas veces sin ganas. Y para Virna, un demagogo profesional, ladrón de vidas, que le exige firmar documentos oficiales para enriquecerse él y solo él. Y que además de todas esas marañas, la entrena como a las loras para que repita maratónicos y galimáticos discursos, que luego pasan en limpio para afianzar el liderazgo biológicamente satánico de su casquivano de siempre.

Esas industrias de la modernidad líquida, que fueron descritas hasta la saciedad por Zygmunt Bauman, sepultan a Virna Jhonson. Esa mujer a la que convencieron un día cualquiera de la inexistencia de una vida mejor a las contenidas en las tramoyas de su verdugo. Aquel que detesta la riqueza en otros, al tiempo que la adora en su propio ser.

La noticia de su secuestro es deplorable por la misma naturaleza del delito que lesiona su existencia y su honra, que deben ser libertarias por el respeto de su moral, de su género, de los destinos de la ciudad y hasta de sus impropios engendros, que le gritan al oído: miserable, eres esclava.

Si Virna Jhonson es liberada y si de una buena vez, su captor le permite pensar y decidir, ganarían las comunidades menos favorecidas, mejoraría la producción integral de la ciudad en todos sus estratos y también el conjunto equitativo de los bienes de uso público; además se activaría la consabida asignación del erario que se nutre con el pago de los impuestos. Por favor: liberen a Virna.

A Cipriano López, el periodista de radio más escuchado e influyente de la Santa Marta de los últimos tiempos, que habla de tu a tu con ministros y presidentes, lo escucho llamar a Virna todas las mañanas con voz cansina y español casero, pero sin éxito. Cipriano, olvidó que una voz superior le exigió a esta mujer infeliz, vetar a sus audiencias.

Lo que no sabe Cipriano es que Virna, la bella y libre de otros momentos, muere de ganas por aparecer al aire así sea un instante, para explicarle a sus audiencias perturbadoras, que ella no decide ni sus dietas, ni sus soledades, y que solo hasta hace pocos años, se le permitió autonomía sentimental.

Si ese mundo de derechos, le ha sido negado, es mucho menos factible que algún día le otorguen licencias para asumir los destinos de esta tierra de infortunios.

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